EL PAíS › OPINION
› Por Marta Riskin *
En principio, me alegro que se haya despertado la polémica intelectual, necesaria en un país que absorto observa imágenes y no discute ideas. Aprecio el valor de Bayer y Goldman, quienes no se quedan mudos y expresan con respeto y consideración mutua sus puntos de vista, ambos desde un lugar distinto y parecido.
Ahora, sumándome a la discusión me animo a aseverar que la respuesta de Osvaldo Bayer al rabino Daniel Goldman acerca de la detención de los manifestantes contrarios al Estado de Israel no debería sorprendernos. Muchas personas, intelectuales o no, suelen reconocer el conflicto del Medio Oriente como un problema acústico o auditivo. “Escuchémoslos” significa “escuchen a quienes yo quiero que escuchen” y excluye, sistemáticamente, la otra voz, o sea la nuestra. Y también, lamentablemente limitan su propia mirada, pues hay suficientes sitios por Internet que muestran a la gente que menciona Bayer, emperifollada con palos y capuchas. Más allá de las declaraciones que Goldman menciona, resulta difícil comprender cómo Bayer puede considerar “invitaciones al diálogo” las vociferantes consignas opuestas a la existencia del Estado de Israel, los carteles de “sionismo = nazismo”, los blandientes bastones y los rostros anónimamente cubiertos. ¿Necesitará que los manifestantes ataquen a los asistentes al acto o creerá que palos y capuchas son meros atuendos de tribus urbanas? ¿Alguien no se sentiría amenazado ante esta forma de presentación? ¿Cuál es la licencia que debe uno permitirse para comprender el fenómeno de lo ocurrido ese domingo como una expresión espontánea del pueblo? ¿No corresponderá destacar la postura despiadada de los portavoces de semejante hazaña cuando usan a estas personas para sus propios fines, porque “el antisemitismo disfrazado de antisionismo les resulta más redituable” que ayudarlos a reclamar por sus auténticos intereses?
Mientras la derecha, disfrazada de izquierda, intenta colocar en primera fila a sus nuevos siervos de la gleba, la verdad es que deberíamos proponernos conversar y encontrar una base para lograr soluciones mediante la actitud pacifista. Pero un buen comienzo sería plantear términos equivalentes, tribunas consensuadas y evitar torpes e indignas contigüidades literarias con el genocidio de los Pueblos Originarios, alusiones al macrismo y menciones a la dependencia científica.
La sana intención del llamado a una solución pacífica en Medio Oriente queda oscurecida por la adopción de una posición crítica dirigida exclusivamente contra la Embajada de Israel. Las tendencias autoritarias no se caracterizan por manifestar la reivindicación de los derechos nacionales de una de las partes, sino por la omisión intencional de los derechos de la otra.
Me complace saber que para Bayer, igual que para Goldman, la existencia del Estado de Israel es incuestionable, así como que para muchos de nosotros el sionismo, como movimiento de liberación nacional del pueblo judío, fue y es el punto de partida para la comprensión y aceptación de un Estado palestino independiente. Por supuesto, tal como ocurre en otros movimientos, el sionismo incluye diferentes corrientes ideológicas. También cabe reconocer que sus críticos gozan de una libertad que no se atreverían a soñar quienes se rebelan contra Hezbolá o Ahmadineyad, o que la amplia mayoría de los israelíes declara su preferencia por el fin de la guerra con el mundo árabe, y no sólo con los palestinos; aunque nuestros medios de comunicación no lo reflejen. Todos debemos estar más dispuestos a escuchar.
Medio Oriente no necesita que avivemos desencuentros con condenas unilaterales. Argentina, tampoco.
* Antropóloga. Miembro de Carta Abierta.
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