EL PAíS › OPINIóN
› Por Gustavo Oliva *
Frente a una complejidad de conveniencias políticas e intereses económicos y sectoriales que redoblan su apuesta a partir del resultado electoral del 28 de junio, no cabe hacer sólo un análisis numérico de lo expresado en las urnas: es importante indagar la identidad y la ubicación de los distintos actores que protagonizan esta realidad histórica, y por cuáles motivos no acompañaron con su voto al modelo político actual.
En una primera aproximación sostenemos que seis años de gestión, en cualquier gobierno del mundo y en todas las épocas, produce un natural y lógico desgaste, donde no todas las acciones son posibles de cumplimentarse. Esto conduce a un importante grado de insatisfacción social, producto de múltiples cuestiones, muchas de ellas reales, pero otras tantas propias de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia, de nuestro ser argentino. La satisfacción total para todos es imposible.
Ahora bien, esto plantea un diagnóstico inicial, donde hay un porcentaje de ciudadanos que se quedan en esta discusión y ya no acuerdan ni acompañan. Pero hay otros –y son muchos– que hacen sentir su disconformidad por el rumbo del modelo.
Modelo que por primera vez, después de tantos años reconoce, valora y acompaña la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y trabaja para que la memoria de nuestros 30 mil compañeros desaparecidos no deje huecos para la impunidad. Esto que para muchos fue un logro, un impartir justicia, un abrir los ojos a la historia dolorosa y reciente, significó para otros levantar un muro para protegerse, como mecanismo de defensa anticipatorio de lo que está por venir: poner blanco sobre negro a la pobreza y la distribución de la riqueza.
Este fue el punto de partida para que un sector ya no mire ni escuche, pero sí critique a un gobierno que trabaja para la inclusión social, que posibilita una Corte Suprema de Justicia jerarquizada, construye puentes para la integración latinoamericana, negocia con dignidad la deuda externa y consigue una reducción histórica, termina con el ahogo del FMI, alcanza niveles de inversión en educación nunca vistos, jerarquiza la ciencia y la tecnología y genera las condiciones para que los científicos vuelvan al país y trabajen por su desarrollo.
Pero hay más: para algunos, o muchos, quizá no sea importante discutir la situación de los medios de comunicación en la Argentina, o bien es tan importante que boicotean la propuesta y usan esos mismos medios para hacer oposición, levantando a la vez las banderas de la “escasa libertad de prensa”. ¿Cómo nos irá con está discusión cuando llegue al Congreso?
Para otros, el proceso de los últimos seis años estuvo signado por medidas populistas, como si el populismo fuera una mala palabra. Instalaron el enojo y la discordia. ¿Será acaso poca cosa que el espacio Carta Abierta e intelectuales de reconocida trayectoria como Norberto Galasso, José Pablo Feinmann, Osvaldo Bayer, David Blaustein, Horacio González, Ricardo Forster, Horacio Verbitsky y tantos otros, acompañen este modelo y busquen profundizarlo?
Múltiples los análisis, las realidades. Múltiples los puntos de tensión con un modelo que el 28 de junio se puso en juego. Hoy no alcanza con marcar traidores, que sí los hubo. No alcanza con lamentos de lo que podría haber sido. No alcanza con despotricar contra sectores de la clase media que, una vez que pudieron “acomodarse”, no recuerdan su situación anterior y actúan por salvarse ellos y los suyos, sin siquiera pensar en quienes están un escalón más abajo, lugar que abandonaron hace poco.
A este escenario se suma la reaparición de personajes nefastos que decían haber abandonado la política. Esos viejos caudillos que nunca mueren.
Pero hay un proyecto que sigue y tiene sus conductores: la Presidenta en nuestro país y Néstor Kirchner en el movimiento nacional. Tal como escribiera Perón: “El caudillo improvisa, mientras que el conductor planea y ejecuta; el caudillo anda entre las cosas creadas por otros, el conductor crea nuevas cosas (...) El caudillismo es un oficio y la conducción es un arte”. La conducción existe, está, la reconocemos como tal y la acompañamos. No vamos a ser complacientes ni seguidores de “caudillos” reaparecidos.
La derecha no duerme; y a la hora de ajustar intereses son “eficientes”. Antes con los militares. Ahora, piquetes de la abundancia y campañas electorales sin pudor desde sus propios medios de comunicación, más el alquiler de periodistas “independientes”. La derecha sabe lo que quiere y actúa en consecuencia.
Por otro lado, sectores del progresismo que se ubican como revolucionarios de lo imposible; otros como bambis en la selva, los impolutos de siempre, con sus mochilas llenas de fracasos, más para el diván que para la construcción política.
Mientras tanto los sectores del espacio nacional y popular construyen con esfuerzo y sacrificio la posibilidad de tener un país con justicia social. Sumar formas alternativas de construcción es el desafío de la conducción, y nuestro compromiso es el de acompañarlo. En el boca a boca, en los barrios, en los sindicatos, en las escuelas, en las organizaciones de derechos humanos, en el trabajo, en todos los espacios, a toda hora.
La entrega y el compromiso de la conducción no solamente nos invitan a seguir soñando, sino que día a día nos compromete a ser comunicadores del proyecto político. Como educadores, nos obliga a profundizar la formación de nuestro pueblo para que ejerza sus derechos y obligaciones críticamente, reconociendo, como dijera Paulo Freire, a la educación como sustantivamente política y adjetivamente pedagógica.
Aún tenemos la posibilidad de hacerlo.
* Rector del Colegio Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.
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