Sáb 25.07.2009

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Responsabilidades

› Por J. M. Pasquini Durán

En la política occidental la idea del consejo económico y social integrado, como la OIT, por sindicatos obreros, cámaras empresarias y el Estado reapareció en la pluma del líder centroizquierdista francés Pierre Mendés-France, en la segunda posguerra, que propuso en su ensayo La Republique moderne convertir al consejo en una segunda cámara legislativa de índole profesional. Las experiencias anteriores sucedieron en tiempos del fascismo, más proclive a organizar la sociedad a través de corporaciones que de partidos políticos. Durante la presente semana tal vez alguien del Gobierno habrá recordado estos antecedentes y las dificultades de los consejos que llegaron a funcionar, la memoria atormentada por la turbulencia que atravesó la CGT de Hugo Moyano, amenazada de fractura por media docena de gremios, llamados los “Gordos” por su peso específico. El camionero es un aliado, casi único ahora, de los proyectos oficialistas, entre ellos la organización de un consejo criollo.

Los “Gordos” se le fueron encima a Moyano siguiendo una tradición del sindicalismo peronista: cuando el caudillo de turno pierde poder propio o influencia en el gobierno, la jauría se desboca en busca de un guía con potencia renovada. En este caso, según trascendió, tuvieron que anteponer su autoridad y sus concesiones los más altos niveles del Poder Ejecutivo para apaciguar la obesidad insurrecta. Por lo pronto, fue convocado para la próxima semana el Consejo del Salario, aunque es improbable que los “Gordos” muevan sus humanidades por las necesidades salariales de millones de pobres. Ellos son los que durante los años ’90 asistieron sin chistar a la destrucción de todas las conquistas obreras, incluso las que enorgullecían al peronismo.

La fractura en ciernes en la CGT, como la reunión de ayer en la Rural de Scioli-Pampuro con la Mesa de Enlace, son señales que confirman el creciente aislamiento del Gobierno en el PJ, donde ya se disputan el trono vacante. El pragmatismo “pejotista” aconseja dejar en la banquina al que perdió y seguir adelante. La regla le viene de perillas a la derecha antiperonista que busca la oportunidad para asestar el golpe fatal a los Kirchner.

Néstor tiene que ir por la segunda oportunidad, pero no la conseguirá si primero no acepta que perdió, por poco si eso lo consuela, en el principal territorio, el conurbano bonaerense. El cinturón de Buenos Aires a veces se alza para castigar con saña, otras para defenderse, pero a Kirchner le hicieron una advertencia para que se baje del caballo y ponga la oreja en el piso, así podrá escuchar los sonidos de la tierra. Todavía tiene chances, pero deberá abandonar las operaciones como la del Indec, a fin de conservar a Guillermo Moreno, al que no se sabe por qué le otorgó condición de emblema del poder y por eso no abdica de él. Así, permite que hagan retoques interesantes en el instituto oficial de estadísticas pero impone como director técnico a un hombre del secretario de Comercio, a sabiendas de la reacción que provoca.

La reorganización, además, tiene lugar mientras les dicen a los que aceptan dialogar en la Casa Rosada que están dispuestos a escuchar sugerencias. “Van a pensar que estamos derrotados si les concedemos lo que piden”, opinan en el entorno de Néstor, dispuestos a confundir, como don Quijote, a los molinos de viento con el enemigo.

No sólo deberá reconocer la caída electoral, sin hacer malabarismos matemáticos, sino que Néstor tendrá que aceptar también que nadie lo empujó al pozo, se cayó solo. Desde que perdieron la puja en el Congreso por el voto de Cleto Cobos, el vicepresidente que él eligió, no hace más que cavar. Felipe González suele decir: “El pozo no tiene fondo, siempre se puede cavar más hondo”. Así lo probó el 28 de junio último y para seguir adelante hay que dejar de farfullar el resentimiento echando culpas a diestra y siniestra, por no mirar la imagen personal en el espejo.

La presidenta Cristina necesita apoyos y también dejarse apoyar. Aún tiene gobernadores, senadores, diputados y legisladores provinciales y municipales que siguen comprometidos con el “modelo” y a esa fuerza, por ahora despatarrada debido a la frustración electoral de Néstor, debería sumarse desde su propia posición la corriente de centroizquierda, con su agenda y su capacidad de movilización. Por ahora, también parece sin ruta clara, tanto es así que esta semana Pino Solanas anunció que se tiene que ir quince días a España porque no quiere plantar a un puñado de estudiantes de cine, pero sí puede dejar atrás a los miles de ciudadanos que le dieron una sorpresa grande como el Gordo de Navidad. La CTA anunció alguna marcha, pero la pregunta es: ¿Por qué el progresismo y la izquierda democrática no salen juntos en defensa de la libertad y contra los golpes destituyentes? ¿Eso es ser oficialistas y les da vergüenza o les faltan argumentos? ¿Dónde está escrito que la mayoría electoral quiere el plan de la derecha?

En lugar de hacerse gárgaras con Honduras, habría que aprender de esa nefasta experiencia. El presidente destituido, Manuel Zelaya, pese a que su conducta anterior tenía aspectos más que controversiales, recibió la solidaridad de un inmenso arco internacional que no dudó en pronunciarse contra el golpe, en demandar su restitución y en amenazar al régimen de facto con sanciones económicas. Admirable reacción, pero igual hay que decir que semejante condena aún no fue suficiente para dar marcha atrás. Ni la mediación del Premio Nobel Oscar Arias ni las comunicaciones de Hillary Clinton disuadieron a los golpistas de abandonar la presidencia: los intereses que defienden son tan poderosos en Honduras que equiparan, según parece, al resto del mundo. En todo caso, es preferible prevenir porque después el costo es demasiado grande, hasta inalcanzable.

No hay que subestimar las convicciones de las derechas, porque sus ideas están amasadas con una serie de valores que, por lo general, forman el sentido común de mucha gente que ni siquiera sabe que es de derecha. Son los que asentían impávidos durante la dictadura cada vez que se enteraban de alguna muerte u otro abuso con víctimas civiles: “Por algo será”. Muchos de ellos inclusive se conmueven con intelectuales y artistas de izquierda, pero la sola idea de tener izquierdistas en el gobierno les provoca taquicardia como si el país entrara en riesgo inminente y son presa fácil de las campañas aterrorizantes y escandalosas de la derecha y el periodismo amarillo.

Hubo tan pocas oportunidades de ser gobierno para la izquierda que casi siempre fue una exageración, como lo es hoy en día hablar de “gobierno montonero” y de “revancha subversiva”.

El cartel se lo colgaron los que quieren que la política de derechos humanos y los juicios a los represores se terminen de una vez, en nombre de una supuesta reconciliación nacional. Algunos hablan del campo o del Indec para disimular los verdaderos motivos de sus ataques. Por eso hay que tener mucho cuidado en sumarse a cualquier protesta sin mirar bajo el agua para saber qué hay debajo de cada revancha. No importa lo que haga o deje de hacer el Gobierno, aunque es bueno que se preocupe por castigar los crímenes impunes, pero los progresistas no deberían permanecer indiferentes a las campañas “reconciliadoras”.

Así también, cuando esos dirigentes de la izquierda, que hablan en nombre de los más pobres, repiten como papagayos las quejas de la derecha por el Indec, tendrían que preguntarse cuántas veces un trabajador negocia su salario o sus condiciones de empleo con las tablas estadísticas en la mano y a quién le importa el tema en las barriadas más humildes. Allí lo que quieren es calor, comida, trabajo, educación, salud (con adecuada protección contra la pandemia), y otras condiciones de bienestar para su vida cotidiana. Ya hay bastantes voraces que se llenan la boca con Moreno para que la izquierda se sume al banquete.

Hace falta, hoy en día, mucho coraje cívico para hacerse cargo del sitio de cada uno en la confrontación con los desestabilizadores locales y los que se encolumnan detrás de los programas retrógrados, nostálgicos de los años ’90, que se reivindican en estos días tratando de montarse en los resultados de las elecciones de medio término. Hay que disputar la voluntad popular antes que sea enajenada por el aparato de la propaganda reaccionaria. Que Honduras no se expanda como una mancha de aceite que destruye la flora, la fauna y el futuro de los más humildes.

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