EL PAíS › OPINION
› Por Adriana Meyer
Daniel Ferrás se descompuso en el vestuario de Cerámica Zanon. No había oxígeno ni ambulancia en la planta, y el operario de 21 años murió antes de llegar al hospital. Sus compañeros sintieron que eran un número, mientras los Zanon ganaban millones exportando porcellanato. “Hicimos la primera asamblea, la mitad lloraba, pero nos juramentamos que nunca más”, recuerda Raúl Godoy. Dos años antes, en 1998, Luigi Zanon comenzó a vaciar la planta, a no pagar los sueldos. Cuando don Luigi elegía cinco para despedir, anunciaba que echaba a veinte y el sindicato “lograba” la reincorporación de quince. Pero en 1998 la lista marrón desplazó a la burocracia a través de un método novedoso: durante un campeonato de fútbol los obreros empezaron a organizarse para la huelga, los actos y las marchas. Los empresarios apagaron los hornos y la Justicia los condenó por lockout (paro patronal). Los operarios y operarias quemaron los telegramas de despido frente a la Casa de Gobierno provincial y durante seis meses acamparon al borde de la ruta. Hasta que en octubre de 2001 tomaron la fábrica y volvieron a ponerla en funcionamiento. En marzo de 2002 reactivaron la producción sin apoyo financiero, con el boicot de los proveedores. Enfrentaron cinco órdenes de desalojo con represión. Mientras, duplicaron la producción y los puestos de trabajo llegaron a 450, que se mantienen hasta hoy. Los ceramistas pagaron el costo de ser amenazados, robados y criminalizados. Un grupo de la vieja conducción del sindicato cegetista acosó a los huelguistas con tiros, piedras y barrabravas. Sobre la ruta 7, entre Neuquén y Centenario, está el playón, que parece una cancha de fútbol, donde en 1994 bajó el helicóptero con Carlos Menem, Jorge Sobisch y Zanon. Años más tarde tocaron La Renga y Attaque 77 y las Madres de Plaza de Mayo reinauguraron la planta en 2003. Según el libro Sin Patrón (lavaca), Zanon es “la mayor fábrica recuperada, con una gestión obrera modelo, creó empleo, conquistó el mercado y logró comprometer a toda una comunidad”. Lo hizo con donaciones y creando cerámicos para casos emblemáticos (Julio López, Carlos Fuentealba, Mafissa). Los ceramistas de Zanon dicen que “no nos salvamos solos, la fábrica es de la comunidad”, y ese ida y vuelta solidario será puesto a prueba la semana próxima. Apuntan a la estatización porque así competirían en mejores condiciones en un mercado en crisis, y se asegurarían de que sus cerámicos revistan los pisos de colegios y hospitales. Zanon no es una isla en el mar del mercado capitalista y, como no va a despedir ni a reducir salarios, necesita una estatización que los haga parte de un plan de obra pública. En Neuquén faltan 40 mil viviendas. A Zanon le faltan los subsidios y préstamos que tienen sus gigantes competidores. Aunque funcionan como cooperativa, las decisiones se toman en asamblea. Si alguien tiene una adicción, le pagan el tratamiento, y el tiempo del almuerzo lo decide cada uno. En ocho años no se transformaron en una cooperativa empresaria donde los trabajadores tienen que autoexplotarse para subsistir. Fueron pragmáticos e idealistas a la vez. Por eso aceptan esta expropiación sin resignar su objetivo: la estatización bajo control obrero.
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