EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
Es indudable que en materia política –como en la mayoría de los órdenes de la vida– las palabras adquieren sentido en el marco de los contextos de interpretación en los que se pronuncian. Tiene razón Aníbal Fernández cuando sostiene –término más, término menos– que las afirmaciones del Papa no aportan mayor novedad respecto de la tradicional enseñanza social de la Iglesia y que el mensaje enviado por Benedicto XVI a la Argentina es similar al que ha dirigido en exhortaciones destinadas a otros países del mundo con motivo de campañas solidarias como la de Más por Menos. El texto papal, por demás breve y contundente, recoge esencialmente la doctrina que Benedicto XVI expuso en su reciente encíclica Caritas in veritate sobre “el desarrollo humano integral”, en la que se retoman –a contrapelo de otras posiciones conservadores del mismo Papa– las perspectivas más abiertas y progresistas de la doctrina eclesial en materia de defensa de la dignidad de las personas y de la justicia.
Lo que no es igual, sin lugar a dudas, es la reacción del oficialismo encabezado por el propio Néstor Kirchner para “compartir” el mensaje papal y hacerlo suyo. En otro momento, la exhortación podría haber desatado la furia del oficialismo. Lo hecho ahora es claramente una forma de amortiguar cualquier uso que, tanto la oposición como los medios de comunicación, pretendan hacer de las palabras y de la autoridad del Papa y de la jerarquía católica para seguir golpeando al Gobierno. Los tiempos políticos y los sociales son otros. No hace falta tener mucha memoria para recordar que ante pronunciamientos similares de la Conferencia Episcopal o de algún obispo en relación con la pobreza, las mismas voces oficiales salieron a criticar y a desconocer las afirmaciones eclesiásticas. Ahora Kirchner no sólo asegura compartir la mirada del Papa, sino que sostiene que hay que trabajar junto a “monseñor Casaretto y todos” para “dar la batalla” contra la pobreza.
En rigor de verdad, hay que decir que en materia social la cooperación entre la Iglesia Católica y el Gobierno, tanto de Néstor Kirchner como de Cristina Fernández, siempre fue permanente y constante. Incluso cuando las relaciones entre la jerarquía católica y el oficialismo estuvieron en sus momentos de mayor tirantez política, la colaboración y el trabajo conjunto continuaron. La pirotecnia verbal y las tensiones institucionales no obraron en desmedro de la cooperación en materia social, aunque el imaginario mediático apuntara hacia otro lugar.
Ahora hubo una rápida reacción oficial para evitar otra imagen de enfrentamiento con la Iglesia, ponerse en la misma vereda y transmitir la idea de que el combate contra la pobreza exige sumar fuerzas y aunar voluntades. El mensaje se inscribe claramente en la orientación política lanzada por la presidenta Cristina Kirchner al impulsar el diálogo con la oposición y alentar espacios de concertación social para la negociación de los conflictos y la búsqueda de alternativas. Ni Kirchner ni Fernández salieron a polemizar con el Papa y con los obispos. Es más. Las declaraciones emanadas desde dos de los más calificados voceros oficiales pueden leerse como una respuesta a la demanda de diálogo y de concertación pedida tanto por Casaretto como por el presidente de Cáritas, el obispo Fernando Bargalló.
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