EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Para quienes aspiran a organizar un régimen parlamentario en lugar del presidencialismo vigente, los trámites en el Congreso demoran mucho más de lo que esperaban. Esta semana ni siquiera lograron anular el aumento de las tarifas de gas, que los aparatos del Estado explicaron mal y publicitaron peor, en el contexto de una opinión pública irritada. En los próximos días tendría que llegar la definición sobre las casi dos mil facultades delegadas, además de sobre los “superpoderes” y, si se cancelan, la Mesa de Enlace campestre espera librarse de las retenciones a la exportación. Será el momento que espera Hugo Biolcati, cacique de la Sociedad Rural, para proclamar sus propios superpoderes.
Mientras tanto, con sus muchachos se dedica a lisonjear a diputados y senadores, exhortándolos a derrotar al kirchnerismo y sus aliados. “Los vencimos en la calle y en las urnas, ahora también en el Congreso”, se ufanan mientras se pavonean frente a las cámaras de televisión. Varios de sus interlocutores, representantes elegidos en las urnas, han comenzado a vacilar debido a que los rurales se fueron de boca, sin guardar ni las formas, y dejaron en claro para los buenos entendedores que la política debería estar subordinada a las corporaciones empresarias.
Más aún: en la visión de los estancieros los llamados “golpes benévolos” sólo pretenden derrocar al Ejecutivo, conservando a los otros dos poderes, siempre que acepten al gobierno de facto, como en Honduras. Aun si fuera cierto que sus bancas, sueldos y privilegios quedaran a salvo, los miembros del Poder Legislativo y también los del Judicial, a partir de la Corte Suprema, tienen la responsabilidad social de defender el sistema democrático contra las acechanzas de grupos privilegiados que pretenden empinarse sobre todos los demás en nombre de una supuesta representación exclusiva de “la Patria”. No hay normas punitivas, excepto las sanciones que prevé la Constitución, para quienes eludan esa responsabilidad, pero tarde o temprano los alcanzará la historia.
En el recinto de Diputados ya asoman algunas reacciones que intentan marcar la diferencia. Por lo pronto, una primera quincena de legisladores de centroizquierda, salvando sus diferencias interpartidarias, se congregaron para fijar una posición y una agenda propias, sin necesidad de embanderarse con el oficialismo o los sojeros, tal como sucedió el año pasado. Es de esperar que las dos Cámaras se atrincheren en la responsabilidad social de sus mandatos, que los obliga a defender la práctica democrática de todos y el derecho del Poder Ejecutivo a cumplir hasta el último día de su mandato. Todos los que lamentaron la muerte de Raúl Alfonsín deberían recordar que su presidencia fue vencida por las conspiraciones económicas, militares, eclesiásticas y políticas, todas enhebradas con la hiperinflación y con la impaciencia de muchos ciudadanos, que poco y nada hicieron para rescatarlo, incluidos los que lloraron después, cuando habían pasado veinte años desde su caída.
La complicidad implícita con el neogolpismo es parte de la actitud de los que prefieren sólo protestar en lugar de hacer algo para de que el Gobierno realice sus promesas y atienda las demandas populares. A pesar de que muchos manifestantes están disgustados con los Kirchner, la presencia en las calles recuerda a todo el que piensa otra cosa que ante una caída imprevista, los mismos que hoy protestan saldrían a defender a los que la derecha quiere tumbar. Cada gobernante, a su vez, debe advertir los cambios de clima a su alrededor para reaccionar en consecuencia. En su reaparición pública, después de la noche del 28 de junio, poco más de un mes de silencio, Néstor Kirchner habló para los intendentes de la tercera sección bonaerense y en su discurso asomaron algunas puntas de ese cambio de actitud, aunque aparecían forzadas en el tono general del mensaje, como el que sale con paraguas pero sin creer que lloverá. No se puede seguir hablando de los méritos de la casa, que los tiene sin dudas, después que se desmoronó una porción y que una parte de los inquilinos se alejó en estampida.
Esta es una coyuntura de particular inquietud en toda Sudamérica. La catástrofe internacional obligó a todos a ensimismarse, para contener los daños y reparar las heridas, pero hace ya demasiado tiempo que esa unión, un organismo vivo y alerta a todos los cambios y peligros, está aletargada o contenida, salvo alguna estridencia nacida en Caracas. Tanto es así que los avatares de Honduras quedaron en manos de la burocracia diplomática de la OEA, la que por suerte está pasando un buen momento, ya que pese a las evidencias sobre la reaparición del golpismo en América latina el asunto fue desviado por las preocupaciones domésticas. Aquí mismo la presidenta Cristina fue la primera en movilizarse en defensa de los valores y métodos de la democracia y recibió a cambio ácidas críticas de compatriotas por hacer lo que se debe.
La presencia de tropas norteamericanas en siete bases colombianas obligó al presidente Uribe a ofrecer explicaciones a sus colegas sudamericanos y a recibir señales de disconformidad de casi todos, pero es posible que en otro momento las reacciones hubieran sido corales, colectivas. Es cierto que Estados Unidos tiene un presidente distinto a todos los de su historia, pero eso no significa que los intereses imperiales hayan atenuado su intensidad. También la crisis lo obligó a mirar más hacia adentro, pero volverá a fijar su atención cualquier día en esta zona, su famoso “patio trasero”. ¿Está la Unión Sudamericana, como parecía el año pasado, en condiciones de resistir cualquier presión aunando voluntades? La respuesta, por ahora, tiene más intrigas que certezas.
En el mundo todavía son motivo de reflexión y polémica los parámetros que va dejando la crisis financiera nacida en Wall Street, ya que más de un analista profetizó, desde el ojo del huracán, que nacería un mundo nuevo, con categorías y reglas distintas a las del pasado. Esta parecía una buena oportunidad para dar de baja a organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y fundar otras entidades para controlar el crédito internacional. Nada de eso sucedió y hoy ya es moneda corriente entre los expertos nacionales, incluido el ministro Boudou, que la discusión gira alrededor de las condiciones para volver al Fondo porque al parecer ya no hay dudas que para tener crédito internacional se necesita avivar el diálogo bilateral con el FMI.
El vértigo de los cambios no permite fijar nada en ningún sitio. Todo se mueve y cambia en meses, a veces en semanas, y sólo una mente alerta puede seguir el caleidoscopio de la realidad internacional como para reaccionar a tiempo. Esta es una de las razones por las que el presidencialismo volvió a contar con la atención aún de los países más parlamentarios, puesto que el vértigo impone un órgano ejecutivo, de reflejos rápidos y decisiones apuradas, mientras el Congreso demanda tiempo para elaborar sus decisiones. Como nunca antes, el trabajo en equipo, aunque la camiseta no sea la misma, es una obligación necesaria, lo que significa que el interés nacional, “la Patria”, está por encima de cualquier apetito sectorial. En todo el planeta hay un solo discurso de coincidencia: la lucha contra la pobreza, como el mayor flagelo de la humanidad.
Ayer en San Cayetano, delante de miles de fieles que esperaban su turno para acudir ante la imagen santificada, el cardenal Bergoglio se colgó de la atención conseguida por Benedicto XVI a propósito de la colecta Más por Menos. Es que las evidencias ponen en vilo todas las conciencias y, tal vez por eso, palabras repetidas del Papa sobre el escándalo de la pobreza hayan sacudido los reflejos del gobierno nacional, de la máxima autoridad local de la Iglesia y hasta Néstor Kirchner, poco afecto a las ceremonias clericales, se apresuró en su primera salida a dejar en claro que coincidía en plenitud con el jefe del Vaticano. Otro tanto hizo el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, por encargo seguro de la presidenta Cristina. Todos tienen razón: la pobreza es un escándalo. Si se piensa en el dinero volcado a pocas corporaciones para sacarlas del reciente apuro, y se compara esa suma con la que se necesitaría para calmar el hambre y la sed de los millones de desamparados, el escándalo se vuelve agravio a la condición humana.
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