EL PAíS › EL LIBRO MEMORIAS EN LA CIUDAD RECUPERA RASTROS DE LA DICTADURA Y HOMENAJES A SUS VíCTIMAS
Realizado por Memoria Abierta y editado por Eudeba, Memorias en la Ciudad documenta 240 señales del terrorismo de Estado en la ciudad de Buenos Aires: 202 sitios de homenajes y 38 lugares de detención ilegal a través de testimonios, fotos y mapas. El libro fue presentado ayer en el Centro Cultural San Martín y aquí se reproducen fragmentos del prólogo y parte del material gráfico.
Los caminos diarios hacia el trabajo y hacia la escuela, los itinerarios del fin de semana y los pautados por los centros comerciales y culturales nos impelen a vivir en un presente vaciado de historicidad, y ese mismo impulso va dejando a los lugares huérfanos de su tiempo histórico y social. El libro Memorias de la Ciudad, de la agrupación Memoria Abierta, propone practicar un uso alternativo de los tránsitos urbanos: volver a destacar la historia suprimida en cada lugar donde la última dictadura militar condensó sus núcleos de diseminación del terror e intentar que esos rincones sean una ocasión para la memoria.
La topografía de las ciudades condensa capas superpuestas de memorias del pasado. Aunque no siempre visibles por el tránsito acelerado de la vida urbana, edificios, esquinas, baldosas, nombres de plazas y de calles cumplen su condición al mismo tiempo que señalan vacíos o buscan transmitir mensajes. La ciudad como espacio donde confluyen lo múltiple y lo heterogéneo muestra en sus calles historias individuales, proyectos colectivos, tragedias privadas y públicas.
Los espacios de memoria o los monumentos pueden tener no sólo la cualidad de constituirse en homenaje y reconocimiento a la dignidad de las víctimas, sino también la capacidad potencial de actuar como soporte o como propagadores de memoria colectiva.
El libro se propone reconocer en Buenos Aires las huellas que quedaron del terrorismo de Estado. Algunas marcas son visibles y otras requieren una lectura capaz de descifrarlas. La principal plaza política registra las rondas con que las Madres de Plaza de Mayo resistieron a la dictadura –representadas en los pañuelos pintados sobre el piso que rodean a la Pirámide de Mayo–. En otras zonas de la ciudad nos podemos encontrar con vestigios que la violencia represiva dejó en decenas de edificios donde los detenidos desaparecidos fueron mantenidos en cautiverio. Y al caminar por cualquier barrio quizá nos topemos con baldosas que nos informan que allí fue secuestrado, que allí vivió o que en ese sitio trabajaba o tenía actividad política un ciudadano, luego detenido desaparecido.
Esas señales en la calle, en espacios o edificios en los que ocurrió algún evento, son habitualmente puestos en relevancia por militantes y organizaciones de derechos humanos, que buscan luego el apoyo del Estado para asegurar su permanencia y mantenimiento o para formalizar ese signo en el espacio público.
Hay también en la ciudad otras formas de homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado que fueron creadas en reconocimiento a la lucha de grupos y personas. Se trata de lugares y marcas que no guardan un vínculo material directo con los hechos históricos, sino que son el resultado de la iniciativa y el trabajo de instituciones y grupos, también de legisladores o autoridades de la ciudad, que los propusieron para su nominación, con mayor frecuencia en los últimos diez años. Los motivos de quienes emprenden la tarea –sobrevivientes, compañeros de militancia política, familiares, organizaciones de la sociedad civil– coinciden en un propósito: colocar en la esfera pública y de manera destacada un dispositivo que permita evocar a las personas desaparecidas o asesinadas más allá del tiempo en que ellos –los promotores del homenaje– puedan ejercitar o asegurar ese recuerdo.
Sin embargo, la sola apertura de un lugar no garantiza el cumplimiento de los objetivos de transmitir con eficacia lo que allí ocurrió a quienes no saben o no forman parte de las audiencias habituales de las organizaciones de derechos humanos. El sentido dependerá tanto de la capacidad de acoger las memorias múltiples que sobre el lugar ofrezcan sobrevivientes e investigadores como de las representaciones eficaces que se construyan en forma colectiva y fundada. El público que lo visite hará el resto intentando incorporar esa experiencia en su propia historia.
Centro Clandestino Automotores Orletti. En Venancio Flores 3519, Floresta. Funcionó entre mayo y noviembre de 1976. En 2006, la Legislatura declaró el sitio de “utilidad pública” y “sujeto a la expropiación” para garantizar su preservación. En 2008, un juez dispuso la expropiación. Su ejecución está aún en trámite. La foto muestra inscripciones encontradas en las paredes del lugar.
Villa Soldati. Calle Julio Troxler, en memoria del militante peronista asesinado por la Triple A. El homenaje fue aprobado en 1997 por una ordenanza del entonces Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires. Troxler fue uno de los sobrevivientes de los fusilamientos de José León Suárez, en 1956, y fue secuestrado y asesinado en 1974.
El aplauso. Escultura homenaje a los actores desaparecidos. En French 3617, sede del Departamento de Artes Dramáticas Antonio Cunill Cabanellas. Fue realizada por la artista Mariana Garbor y colocada en 2003, junto con placas con los nombres de diecisiete actores desaparecidos.
Parque de la Memoria. Costanera y Ciudad Universitaria. El monumento a las víctimas del terrorismo de Estado se inauguró el 7 de noviembre de 2007. El proceso de creación de ese espacio lo habían iniciado diez años antes diversos organismos de derechos humanos. Simboliza una herida entre la costa y el río y está conformado por cuatro paredes con 30 mil placas de pórfido patagónico.
Mural en homenaje al padre Carlos Mugica en la Villa 31, Retiro, donde funciona la capilla Cristo Obrero. Mugica fue asesinado por la Triple A el 11 de mayo de 1974. En la entrada de la capilla distintas placas recuerdan al “cura villero”, la más antigua es de 1976. En 1999 se creó la murga Los Guardianes de Mugica. Un colegio secundario de retiro y una calle en la zona llevan su nombre.
Estación Uruguay de la línea B del subterráneo. Una escena de la historieta El Eternauta, de Héctor Oesterheld, se reprodujo en esa estación en 1991. Es un mural cerámico de cinco metros por uno y medio. Oesterheld fue secuestrado el 27 de abril de 1977. También están desaparecidas sus cuatro hijas.
A lo largo de más de veinte cuadras de la avenida San Juan (del 1800 al 2700) hay 78 árboles que recuerdan a los desaparecidos del barrio de San Cristóbal. La iniciativa surgió de una agrupación de vecinos, que la llevó a la práctica en 2004. Pocos días después de la plantación, 32 árboles aparecieron talados. Algunos monolitos con los nombres de los desaparecidos que estaban al pie de los árboles fueron destrozados. Se volvieron a plantar los árboles y se arreglaron los monolitos. Los vecinos decidieron reponerlos las veces que sea necesario.
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