EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Terminó en la víspera otra semana de protesta de la Mesa de Enlace, plagada de nostalgias por los alcances que tuvo el movimiento un año atrás, y que ya no tiene. Buzzi, de la Federación Agraria, encabezó un modesto acto en Villa María, Córdoba, con el habitual discurso ambidextro: en una mano el garrote y en la otra el banderín blanco de tregua. Para su frente interno ahora esboza críticas a ciertos discursos gorilas del jefe de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, que terminaron por fastidiar a muchos de los seguidores de la Federación, hartos de las goriladas y sin ningún beneficio.
Esas discordancias son grietas visibles sin llegar a quiebre, pero la posibilidad de fractura es buena señal para el Gobierno, que sólo mira el garrote. El oficialismo, aunque enconado, va goteando respuestas a ciertas necesidades de los chacareros mientras, de reojo, mira las vacas flacas de la recaudación fiscal. Una pulseada de año y medio fatiga la muñeca del más fuerte y ya va siendo hora de que el Poder Ejecutivo encuentre los caminos para que Biolcati deje de hablar de la pobreza. A esta altura, las pérdidas fiscales ya se fueron, está comprobado que ninguno de los bandos aplastará al contrario y el resto del país, la inmensa mayoría, está harto de ambos. Por un lado de las demandas rurales, porque presume que los ricos del campo son cada vez más ricos, y por otro, de los rezongos gubernamentales como si fueran los únicos que sienten el olor a bosta.
El Gobierno ha optado por una línea de comunicación que, a lo mejor sin quererlo, lo victimiza en exceso hasta hacerlo inverosímil para el sentido común del hombre y la mujer de la calle. El campo, Clarín y otros monopolios, algunas cúpulas de la Iglesia Católica y una larga lista de enemigos lo acosan o provocan todo el tiempo. ¿Es que nadie importante lo apoya? ¿Renunció a tener partidarios en la clase media y se conforma con el aplauso interesado de los más ricos en los salones y el voto desilusionado de los más desamparados en territorios marginales? Por este camino, hay importantes iniciativas –la ley para la comunicación audiovisual es una de ellas– que parecen reducirse a meros instrumentos para las pujas particulares.
Peor aún, la oposición sigue y hasta provoca esa actitud, de tal manera que los debates en el Congreso muestran la hilacha de un modo tan torpe que sólo apartan a la ciudadanía en lugar de interesarla y conmoverla con los asuntos en debate. Así pasó en las reuniones de comisiones para la mentada ley, donde después de horas todo quedó reducido a si la votaban en dos semanas o en cuatro meses, con mayoría kirchnerista o no. El contenido de la ley –que lo tiene y muy prometedor– sólo apareció como un elemento marginal y cargado de sospechas sobre presuntas segundas o terceras intenciones. ¿Así que las telefónicas van a transmitir radio y televisión? Lo que pasa es que el kirchnerismo se compró Telecom, responde la diputada Patricia Bullrich, con mucho desparpajo y ninguna evidencia presentada en público o ante la Justicia. En el bando adverso también hay presunciones que más parecen chismes de peluquería, y si uno les hace caso resulta que la mitad de diputados y senadores reciben favores de Clarín y su emporio periodístico, o tienen miedo a ser anotados en supuestas “listas negras” de esos mismos medios.
Unos y otros parecen haber olvidado que el sistema mediático está formado por empresas –iguales o más grandes que una carnicería– cuyo fin último es el lucro. En razón de esos intereses cada empresa fija una línea editorial que le permite acompañar y observar la realidad desde el mirador de su propia subjetividad. Igual que algunos voceros de las estancias, se habla mucho de patria, libertad y soberanía popular. Con el mismo derecho los fabricantes de chapas dobladas podrían invocar el carácter patriótico de sus tareas o los frigoríficos utilizar escarapelas, ya que al fin y al cabo están habitados por los cuerpos de ganado criollo, cimiento de la prosperidad nacional como explican Biolcati y sus boys.
Cuando el diputado Federico Pinedo, para oponerse a la ley, sostiene que la democracia le concede la libertad de expresión al patrimonio del pueblo, esboza una fórmula de laboratorio, pero nadie ha dicho que los medios sean de propiedad pública, ni siquiera de servicio público, sino de sus accionistas y directores privados, la mayoría desconocidos para los consumidores. La propia Iglesia Católica tiene más de mil radios truchas en el país que cumplen distintos servicios, han celebrado congresos y funcionan en cada jurisdicción bajo la atenta mirada del obispo responsable. ¿Es vocación de ilegalidad?
De ninguna manera. Los católicos y muchos otros echaron voces al aire porque nadie les avisó del secreto que conocía Pinedo, eso que había que reclamar en la oficina de la democracia el cacho de libertad de expresión que le tocaba a cada uno. Ayer mismo, en Plaza Constitución, el cardenal Bergoglio exhortó a los vecinos a “llorar y luchar” por tantos hermanos y hermanas de Buenos Aires sometidos a regímenes de esclavitud, desde talleres clandestinos a drogas y prostitución, “cuya carne se comercia como una mercadería”, mientras lo rodeaban catequistas con carteles denunciando las mentiras de los medios sobre los desalojos de supuestos ocupantes ilegales de viviendas.
Por momentos la tragedia se vuelve farsa y viceversa, así como las ideas se presentan tan enredadas que resulta arduo seguir las circunvoluciones de las lógicas en algunos protagonistas principales. A propósito de lo que quiso decir el pueblo con el voto del 28 de junio ya se ha escuchado toda clase de conclusiones y moralejas, aunque en realidad nadie sabe si “el pueblo” –una abstracción en este caso– se puso de acuerdo en el mensaje y menos aún si quiso enviar un mensaje o sólo está probando políticos diversos a ver si alguno sale bueno o mejor que los otros. En cualquier caso, en las últimas semanas hubo algunos cónclaves cerrados de cuadros medios de la ortodoxia oficialista para escuchar la voz del pueblo tal como la oyó Néstor K. Según esa versión, el voto negativo fue de ciudadanos disconformes porque los cambios prometidos no llegaron a la profundidad necesaria, de modo que el “mensaje” sería que hay que avanzar con el modelo pero con el pie en el acelerador. Dicho de otro modo: nos apoya y nos urge. Por eso no se puede perder el tiempo, como quiere la oposición, para avanzar con leyes centrales, tal cual la de medios audiovisuales.
En esa condición, con el treinta por ciento de votos que apoya y buena parte del setenta restante que apoyaría si el modelo hincara el diente hasta el hueso, está claro en la visión ortodoxa que para la sucesión presidencial la pareja sigue en posición ganadora. La Concertación en Chile, según las últimas encuestas, se ha caído en las preferencias electorales, que ahora favorecerían a los conservadores. ¿Esa será la opción argentina en 2011: esto o los conservadores que hagan feliz a Biolcati? Lo que es cierto es que si para entonces hay un sistema reformado de radios y TV, los políticos van a tener que correr maratones yendo de una a otra, a fin de propagar su propio mensaje electoralista.
No es pura fantasía: en algunas provincias, donde hay de 30 a 50 radios truchas, los candidatos han tenido que hacerse lugar en la mayoría para cubrir el espectro. A lo mejor, sin querer, en el Congreso dan lugar a la pluralidad de voces en forma tan amplia y generosa que los futuros candidatos van a preferir, por cansancio, organizar mitines callejeros con personas de carne y hueso. Por otro lado, si es verdad que hay casi novecientos partidos políticos en el país, pueden seguir multiplicándose los medios con tranquilidad porque ya hay miles de aspirantes a repicar sus verdades de campaña ante un micrófono o una cámara. Diputados y senadores deberían pensar si esta ley no sería un acto de defensa propia, puesto que con un par de grupos dominantes, ¿cuántos candidatos podrían tener su minuto en el aire?
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