Mié 23.09.2009

EL PAíS  › OPINIóN

La nueva escuela secundaria

› Por Juan Carlos Tedesco *

Desde todos los sectores se reclaman acciones profundas y urgentes para transformar la escuela secundaria. Existe consenso en reconocer que allí no sólo se concentran –agravados– los problemas propios de una educación de mala calidad (abandono, ausentismo, repetición, bajos resultados), sino también todos los fenómenos asociados a la juventud (cultura de nativos digitales por un lado y drogas, violencia y anomia por el otro). No es posible ser indiferente frente a estos problemas, porque también sabemos que la escuela secundaria es una etapa fundamental en el proceso de formación de ciudadanía, de recursos humanos y de proyectos de vida personal.

Comencemos por reconocer que ya hemos dado el primer paso importante en el proceso de transformación que todos reclaman: la Ley Nacional de Educación declaró la obligatoriedad de la escuela secundaria. Esta decisión, adoptada con un gran consenso social, no es un hecho superficial. Declarar obligatorio un nivel educativo significa que allí debe enseñarse y aprenderse lo que consideramos mínimo y común para toda la población.

Es este carácter obligatorio de la escuela secundaria lo que obliga a revisar sus contenidos, sus métodos de evaluación y su organización institucional. El criterio básico de esta revisión es que ahora todos los que ingresan deben egresar. Asumir este desafío implica dejar de lado el concepto original de la escuela secundaria, creada como un filtro social. Existe el temor de que la universalización provoque un descenso en el nivel de exigencias. Sin embargo, no se trata de bajar el nivel, sino de modificar el criterio con el cual se exige y a quien se le exige. Si la sociedad declara obligatorio un ciclo de aprendizaje, allí se deben incluir contenidos que todos estén en condiciones de aprender. Desde esta perspectiva, la exigencia no es tanto al alumno como al sistema, que no logra que se cumpla un objetivo socialmente necesario.

Sobre este principio político general, es posible comenzar a discutir y definir cuestiones más específicas relativas a contenidos curriculares, métodos de evaluación y organización institucional. En este sentido, estimo necesario postular que la misión fundamental de la escuela secundaria obligatoria es la orientación. Al final de la escuela obligatoria, un estudiante debe estar en condiciones de definir su futuro: si quiere o no seguir estudiando, cuáles son sus opciones en términos de desempeño ciudadano y cuáles son sus orientaciones vocacionales. Para poder lograr este objetivo, la escuela secundaria debe propiciar experiencias de aprendizaje que le permitan al estudiante conocerse a sí mismo y al mundo social y cultural que lo rodea. Esta es la justificación básica de una propuesta curricular integral (que no es lo mismo que enciclopedista) y de criterios de evaluación que definan lo básico que cada estudiante debe dominar en cada campo disciplinar. Aquí caben todas las discusiones acerca de la importancia de fortalecer la enseñanza de lengua, matemática y ciencias, de experiencias de aprendizaje que despierten el gusto por las artes (literatura, música, plástica), el desarrollo físico a través del deporte y la educación física en general, el conocimiento de la historia y de la sociedad, así como el manejo básico de la informática, la tecnología y una segunda lengua.

Pero la escuela secundaria forma ciudadanía y una de las condiciones de la ciudadanía democrática es el respeto a los derechos humanos, la solidaridad y la justicia como valores básicos. La escuela secundaria debe proponer experiencias de aprendizaje en estos campos y evaluar también el desempeño. No se trata de poner notas sólo en matemáticas, lengua o historia. También debemos exigir que se aprueben desempeños éticos y ciudadanos.

El logro de estos objetivos explica la importancia que tiene en la transformación de la escuela secundaria que los profesores concentren sus horas en una sola escuela, que haya trabajo en equipo y tutorías para el seguimiento personalizado de cada estudiante. Esta transformación en la organización institucional y en las formas de trabajo docente debe modificar radicalmente el clima que reina hoy en las escuelas secundarias, caracterizado por la ausencia –física o simbólica– de adultos significativos para nuestros jóvenes.

Hasta aquí estamos en un nivel que define objetivos y estrategias generales. Es igualmente importante distinguir situaciones y áreas específicas. En este sentido, quisiera destacar tres áreas importantes de trabajo: en primer lugar es preciso destacar que para lograr la obligatoriedad de la escuela secundaria es necesario un urgente plan de infraestructura que permita incrementar en al menos un 30 por ciento las aulas disponibles. En segundo lugar, es necesario discutir un plan de emergencia para jóvenes en situación de exclusión social. Para los que ya abandonaron la escuela secundaria y son mayores de 18 años, existe el Plan Fines, que ofrece alternativas flexibles según el nivel alcanzado antes del abandono. Pero para los que están en edad escolar y se fueron de la escuela o están concurriendo en condiciones de precariedad, es necesario disponer de modalidades de acción que permitan elaborar planes de mejora diseñados escuela por escuela. En tercer lugar, una activa política de formación docente donde, además de las actualizaciones curriculares necesarias, se otorgue especial atención al cambio de representaciones y valores vinculados con el desempeño profesional que exige una escuela donde el mecanismo del fracaso escolar deja de actuar como herramienta del docente.

* Director de la Unidad de Planificación Estratégica y Evaluación de la Educación.

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