Dom 11.10.2009

EL PAíS

Operativo Lázaro

› Por Mario Wainfeld

Como síntoma de (y como respuesta a) la anemia opositora, Eduardo Alberto Duhalde volvió al ruedo. La repercusión mediática fue enorme, desproporcionada a los ojos del cronista. El jueves, todos los canales de cables de noticias con llegada nacional difundieron una conferencia de prensa que dio, acompañado por Ricardo Alfonsín. Milagros de la libertad expresada en el control remoto: se daba por hecho que ésa era la información que querían ver, sin excepción ni alternativa, los televidentes a lo ancho y a lo largo de la geografía nacional.

Se menciona, como al desgaire, su eventual candidatura presidencial. Su entorno, menguado a un puñado de dirigentes sin votos, se excita. Tabulan que, por primera vez en un quinquenio, el ex presidente tiene menos rechazos (imagen negativa) que Néstor Kirchner: “Cincuenta por ciento contra ochenta”, dictaminan. Exageran en ambos casos, a favor de “Negro”. De cualquier forma, la propia es una cifra que desalienta el optimismo.

La trayectoria electoral de Duhalde en los últimos doce años es otro dato digno de mención. Fue vencido en 1999 por Fernando de la Rúa en las presidenciales. En 1997 y 2005 tuvo como campeona a Hilda González de Duhalde, quien mordió malamente el polvo ante Graciela Fernández Meijide y Cristina Fernández de Kirchner. Su único resultado positivo fue en 2001, cuando venció a Raúl Alfonsín (exhausto él, inmerso para colmo en la debacle aliancista) y logró una banca de senador. Le fue fructífera, lo colocó entre los elegibles para presidente interino en caso de acefalía, de ese modo llegó a la Rosada tras el fugaz paso de Adolfo Rodríguez Saá. Cuatro palizas en tres presentaciones son credenciales flojas, de cara al 2011.

“Si Duhalde no llega –asume uno de sus incondicionales laderos– puede ser un factor de unión, un catalizador del peronismo.” Hay muchos presidenciables justicialistas que piensan de otro modo. La cultura peronista concede poco espacio a los “grandes electores”, los “king makers” u otro tipo de referencias patriarcales o partidarias. Pragmáticos al mango, los compañeros dirigentes miden con crueldad cuántos votos o qué poderío territorial tiene un potencial rival y ese conteo deja a Duhalde muy atrás. Hasta podría dársele un lugarcito a quien aportara mucha plata, pero en eso nadie cuenta con Duhalde, y hay contendientes con las alforjas mejor dispuestas, claro que a condición de ser ellos los número uno.

Un haz de dirigentes se mira al espejo y ve un mejor candidato virtual: Carlos Reutemann, Felipe Solá, Francisco de Narváez, Mario Das Neves, los Rodríguez Saá, los demás socios del club de gobernadores que anduvo por el cincuenta por ciento del padrón hace apenas tres meses. Son ganadores en las urnas, muchos tienen dominio territorial, mucho menos rechazo, salvo a Solá, nadie les puede refregar a Kosteki y Santillán en una campaña peleada. Mauricio Macri puede añadirse a la nómina, eventualmente. La mayoría de esos referentes recela de la dirigencia bonaerense, un atavismo histórico que tiene su incidencia. Lole y Felipe tienen entripados propios. Duhalde maltrató a Reutemann cuando renunció a ser candidato presidencial en 2003, sentenció que había arrugado. A principios de julio, el ex presidente avivó el fuego de esa bronca espoleándolo a que diera más batalla. Reutemann es de pocas y confusas palabras, pero de sospechas largas. Para qué hablar de Solá, que malicia que Duhalde le hizo la vida imposible en la gobernación, mientras se burlaba de él apodándolo (con agudeza, lo que hiere más) “el payador perseguido”.

Así las cosas, la emergencia de Duhalde tiene más aspecto de incitación ansiosa a los compañeros peronistas a ponerse las pilas que de lanzamiento viable. Un globo de ensayo, muy subsidiado por las grandes corporaciones de prensa que tienen cientos de millones de motivos para agradecerle, pesificación asimétrica y otros beneficios a la carta mediante.

La variedad en la oferta no trasunta abundancia, sino más bien carencia. Los ganadores de junio se desflecaron en estos meses que debieron ser de abundancia y acumulación. El intento de resurrección del viejo guerrero no repara esas carencias, apenas da cuenta de lo mucho que desesperan a quien conserva el anhelo de desbancar a los Kirchner y reengancharse en ligas mayores. Nunca hay que decir “nunca” en política, pero aún ese afán parece desmedido, mirando el tablero sin anteojeras y sin sponsors corporativos de todo pelaje.

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