Sáb 21.11.2009

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Renovándose

› Por J. M. Pasquini Durán

Con un discurso de paz y amor, más entonado con el “flower-power” que con su recio temperamento, hace algunas presentaciones públicas Néstor Kirchner, en un registro que no suena muy propio, en el que se han reducido los blancos móviles de sus recordadas diatribas. La intención más evidente es destruir la supuesta imagen de ogro que se pelea con todos, porque se supone que esa agresividad fatiga a las mayorías que le dieron la espalda. La presunción es el resultado de creerle a los medios que detesta, son ellos los que instalaron esas críticas. La revisión metódica de sus mejores años, a lo mejor podría decirle que uno de sus principales atractivos como orador y jefe, cuando no vacilaba en identificar con nombres y apellidos a los destinatarios de sus más ácidos comentarios, era la agresividad que venía a confirmar que seguía entero en la pelea, enarbolando los banderines de los derechos humanos y de todos los que estaban por debajo de los muy poderosos. ¿Cuánto hace que no se lo escucha reclamar juicio y castigo para el ala civil de la dictadura, empezando por José Alfredo Martínez de Hoz? Era, para mucha gente, un paladín de brillante armadura, carácter apasionado y malos modales; igual, era más considerado por las audiencias que el actual caballero que hace mohínes de modestia cuando lo aplauden y sigue la línea de lo “políticamente correcto”, más blando o menos entero.

El otro tema pendiente antes de rumbear hacia el futuro es su relación con el “pejotismo” y la CGT. Es muy razonable el ministro Randazzo cuando se opone al retorno de Néstor a la presidencia del PJ, porque esa posición reduce el ancho y el largo de su posible influencia pública, puesto que no va más allá que el alcance de esos viejos aparatos. Son, por lo demás, instrumentos anacrónicos atrapados en las madejas de los negocios de las burocracias que los controlan. Será inútil cualquier reforma política que no aliente el relevo generacional e ideológico de esas cúpulas, en lugar de obligar a los nuevos a formar fila detrás de los ancianos. Ser joven no es requisito suficiente, como se puede ver en el ejemplo de Mauricio Macri y su gobierno, que arrancó con el 60 por ciento de los votos porteños y ese mismo porcentaje aparece hoy en las encuestas con opiniones negativas sobre su gestión. Es un problema ideológico. Macri es conservador y tiende a reinstalar algunas condiciones de la antigua visión del país, según las cuales a los desharrapados hay que sacarlos de la vista de la gente decente, y mantener cortitos a los que se puedan de-sacatar en algún momento. Macri salió a la escena para jurar que “no nos van parar”, refiriéndose a la pareja Kirchner, y tiene razón. A su gobierno, de continuar así, lo van a parar los votantes.

Diputados, en el maratón de proyectos del Ejecutivo convertidos en leyes durante los últimos meses, por mayorías a veces rotundas, aprobó una reforma política que no logró el consenso debido, pese a que tiene elementos de orden y progreso necesarios en un sistema de representación asfixiado por su propio tumulto, alrededor de setecientos partidos políticos en todo el país. Aunque el oficialismo aceptó múltiples cambios durante el trámite legislativo, conservó en esencia la intención de promover un sueño conocido de los Kirchner: la formación de dos corrientes, a partir del centro, una hacia la derecha y otra hacia la izquierda, esta última con el peronismo, incluidos el PJ y la CGT, en el eje de la convergencia.

Aún Néstor no termina de dibujar el rumbo, de manera que dejó levantarse el “clamor” de su mesa nacional para que regrese al PJ, del que se fue después de la derrota del 28 de junio, y obtenida la oferta está demorando la respuesta de aceptación. Son zigzagueos de una política que está buscando su centro y también que busca impedir la estampida en diversas direcciones de los jefes partidarios, gobernadores e intendentes que saldrían a buscar un futuro ganador que los acoja y prolongue su vida útil. Por ahora, desde Duhalde a Reutemann, pasando por Solá y varios más, sobran los delfines para la eventual sucesión, aunque Kirchner sigue vivo y coleando. Ahora bien, si el propósito es pararse en el centroizquierda, sería lógico que desde ya hiciera algunos gestos hacia los campamentos de Martín Sabbatella y Pino Solanas, dos cabezas de referencia del sector, no obstante las diferencias que ambos guardan sobre las políticas o conductas gubernamentales. Para rehacer los modos de hacer política algunos líderes tendrán que superar sus propios límites. Este tipo de búsquedas crea zonas de ambigüedades y aún de contradicciones, hasta es posible que haya momentos de confusión, pero los buenos resultados requieren períodos de ensayo y error. De lo contrario es siempre lo mismo: “Quiero la unidad, vengan detrás de mí” y sólo falta “no los defraudaré” del modernismo neoconservador de los años ’90. Es tiempo de abandonar el pasado de miserias y de glorias de la política.

Las minorías de izquierda son renuentes a consentir estos criterios de renovación, porque el hábito más frecuente es que el máximo jefe consuma su vida física en el mismo cargo y porque desconfían del buen burgués y, en realidad, de cualquier otro, aún los del mismo palo. Las exigencias de la reforma, si se aprueba en el Senado, tal vez consigan que, en lugar de seguir atomizándose, los núcleos de pensamiento radicalizado encuentren nuevos canales de expresión de esa fatigosa militancia cotidiana que los ciudadanos nunca reconocen lo suficiente en las urnas. Nadie supone que en las actuales condiciones del país y del mundo, más inclinados hacia la derecha, estas facciones puedan alcanzar el poder por vía electoral, pero no es imposible esperar que tengan un peso específico para las definiciones de políticas públicas y hasta para generar proyectos que alcancen los acuerdos necesarios para convertirse en leyes. No hay muchos ejemplos, pero en estos años de democracia diputados de izquierda dejaron la marca de sus pasos. Todo lo que logró el movimiento de defensores de derechos humanos en las áreas jurídicas y legislativas es otro buen ejemplo de cómo hacer la diferencia entre el abnegado agitar de las banderitas en cuanto mitin callejero lo permita y la posibilidad de influir en decisiones que alcanzan a las mayorías. De no ser así, el juego democrático pierde sentido, restringido a vestíbulo de imaginarios cambios revolucionarios que no se sabe en qué momento sucederán. Las izquierdas, en primer lugar las no partidarias, han demostrado con suficiencia que tienen talento, inteligencia, imaginación e ideas para cooperar con el Ejecutivo y el Congreso, lo mismo que con las fuerzas políticas por separado según las preferencias de cada uno. Es tiempo que intelectuales, académicos y políticos se miren y se usen mejor que hasta ahora.

Todos tendrán que acostumbrarse a sentar a la mesa redonda a los principales actores del movimiento social y de las llamadas ONG, porque seguirán estando allí con su capacidad de influir sobre masas civiles que por ahora no parecen animadas a seguir a ninguna tribu partidaria. Los estallidos de vecinos indignados, como en Wilde esta semana, indican que existe una franja espesa de las clases medias que se mueve al ritmo de los hechos y a veces de las prédicas televisivas. El número de organizaciones sociales y no gubernamentales es inalcanzable y los propósitos multivariados, pero con seguridad hay una selección natural y razonable que permita la mutua cooperación en el recíproco respeto. ¿Por qué las facultades de arquitectura y las escuelas técnicas no podrían tener programas de estudio que reúnan la teoría académica con las experiencias prácticas de las cooperativas sociales que levantan viviendas? ¿Por qué juntos no serían capaces de proponer planes de construcción para hacer de una vez, es decir en el tiempo más corto, los ambiciosos planes que anuncian todos los gobernantes? Es tiempo de abandonar algunos debates estériles que agobian a la población y la obligan a vivir en un ámbito de desconfianzas y resentimientos. De lo contrario sucederá siempre igual: si van a arreglar la deuda externa remanente, ah, sí, para eso tienen plata mientras en el país millones de hogares no tienen comidas diarias. Si se dispone un salario familiar para todos los chicos que no lo reciben, la réplica inmediata será: en eso van a gastar el uno por ciento del Producto Bruto Interno, pero ¿por qué no dicen cuánto gastan en total por subsidios para empresarios ricos? Estos son los clásicos debates estériles.

El banquero indio Yunnus comenzó su obra con veinte mil dólares propios que prestó a pobres, con un modesto interés, y se presentó como fiador para personas que no reunían las condiciones para ser receptores de crédito bancario. Luego, abrió el capítulo del “negocio social”, por el cual su organización presta desde 200 dólares para miniemprendimientos. En la actualidad sus operaciones giran en cien millones de dólares. La teoría es sencilla: ocupó el espacio que el mercado no quiere y el Estado no alcanza, y pudo demostrar que los pobres de la India son tan aptos como cualquiera para tener sus trabajos autónomos y mínimas empresas. No es la revolución ni él la reivindica como tal, no cambió la naturaleza del capital pero mejoró la vida de muchos. Es un logro que ojalá pudieran reivindicar todos los que quieren hacer algo por los demás sin necesidad de ser candidatos a nada.

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