Sáb 30.11.2002

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Electrico

› Por J. M. Pasquini Durán

Con el apagón eléctrico del pasado domingo reventó uno de los últimos globos del discurso conservador que en los años 90 entregó al “mercado” la tarea de abrir el acceso del país al Primer Mundo. Al mismo tiempo, el “descubrimiento” como pandemia de la desnutrición de adultos y niños, con epicentro ocasional en Tucumán ya que podría estar ubicado en múltiples zonas del país, confirmó sin excusas la naturaleza verdadera de aquel gigantesco fraude. Nada ni nadie hizo tanto en la historia nacional para desprestigiar al capitalismo como el pensamiento y la obra neoliberales del último cuarto de siglo. Mostraron que el sistema sin control ampara a los más ricos, mata a los más pobres y expropia los bienes y las ilusiones de las clases medias.
En otros tiempos, la obvia conclusión sería que sólo el socialismo podría resolver el cúmulo de injusticias y contradicciones que asuelan al país y a la mayoría de sus pobladores, convertidos en fragmentos de un enorme rompecabezas que nadie logra resolver con cada pieza en su sitio. Debido a una espesa urdimbre de circunstancias, la historia suspendió esa opción sin plazo definido, dejando a la democracia capitalista como el único espacio disponible para realizar las tareas necesarias de redención social y nacional. Además de la ambigüedad de su carácter, esta democracia es gradualista para tolerar las correcciones, por lo cual pone a prueba la paciencia y la voluntad de los redentores.
Dado que la reorganización mundial alteró las antiguas hegemonías y relaciones de poder, los caminos trillados son inútiles para encontrar las vías de progreso. El mensaje que esta semana dirigió el presidente Lula da Silva a quinientos sindicalistas, llamándolos a la responsabilidad y a disponerse a la búsqueda de consensos nacionales, es un testimonio de ese mapa inédito de rutas al futuro. La victoria en segunda ronda electoral de Lucio Gutiérrez, presidente electo en Ecuador con el apoyo del movimiento de indígenas y campesinos, puede ser otra manifestación de la tendencia, creciente en América latina, que quiere modificar el rumbo de las últimas décadas.
Los que intentan desentrañar las causas del drama argentino saben que uno de los factores determinantes es el vaciamiento de la representación político-institucional debido a que las fuerzas partidarias, en su mayoría, son ajenas a las nuevas tendencias, estancadas en el modelo exhausto, aquí y en el mundo, por lo que son incapaces de ofrecer alternativas de renovación y de esperanza. En lugar de eso, transcurren sumergidas en reyertas intestinas que las condicionan y debilitan de tal modo que, en lugar de políticas públicas reparadoras, sólo proponen a la ciudadanía el espectáculo agraviante y monótono de los forcejeos para conservar, acrecentar o recuperar espacios de privilegios particulares. Desde las decisiones de la Corte Suprema sobre el destino de los ahorros enclaustrados en el corralón hasta las antojadizas correcciones en el cronograma electoral, cada movimiento de la gestión del Estado está empapado de esas internas, sobre todo las del partido oficialista.
Sin agotar la nómina de referencias, que es inmensa, basta citar el caso del gobernador Miranda de Tucumán que permanece en el cargo, no obstante todas las evidencias, para no perturbar el juego de alianzas en la liga de gobernadores, porque si le aplicaran las sanciones que merece podría espantar a varios de sus colegas, actuales aliados del presidente Duhalde, ya que son muy pocos los que pueden tirar la primera piedra. Igual que en diversas instancias del gobierno de Raúl Alfonsín, operadores del menemismo trabajan en Washington para impedir cualquier acuerdo que pueda beneficiar a la actual administración. Voceros menemistas aseguran que lo único que quieren impedir es la continuidad del duhaldismo, mientras que en la Casa Rosada se escuchan voces acusatorias, según las cuales Menemapoya sus chances electorales en la promoción del caos y la anarquía a fin de presentarse como un hombre de orden, dispuesto incluso a usar las fuerzas armadas para “restablecer” la seguridad y la paz social.
Con esa misma lógica, el internismo quiere también involucrar al movimiento popular de protesta en sus maniobras de recíprocas provocaciones. Aparte de algunas denuncias concretas, es un lugar común que hay punteros partidarios en las barriadas pobres incitando a cometer saqueos en supermercados y otras formas de violencia directa. Sirva a quien sea en la puja que desde hace tanto tiempo enfrenta a Duhalde con Menem, lo cierto es que esa campaña alarmista, en última instancia, quiere debilitar la decisión de numerosos núcleos de organización popular que se proponen hacer del mes de diciembre, sobre todo en el primer aniversario de las jornadas del 19 y 20, un momento de movilización nacional en protesta contra el hambre, el desempleo y las injusticias que ninguna conciencia digna puede tolerar.
Aparte de las intrigas palaciegas, la vieja política se siente también amenazada por ese movimiento de protesta que va consolidando, con avances y retrocesos, a una diversidad de actores nuevos, soportes indispensables para un porvenir diferente y, a lo mejor, embriones de representaciones sustitutivas que desplacen a las existentes y le den un nuevo contenido al sistema democrático. Polos sindicales como la CTA, coaliciones multisectoriales como el FRENAPO, las entidades defensoras de los derechos humanos, expresiones cívicas como la Mesa del Diálogo que respaldan los obispos católicos, los piqueteros urbanos, trabajadores de fábricas recuperadas, asambleas barriales, movimientos ruralistas, más centenares de organizaciones no gubernamentales de base, son cauces diversos por los que discurre la protesta popular, la obra solidaria con los desamparados y los anhelos de cambios de fondo en los destinos colectivos.
A la hora del recuento estas imágenes vivas tanto de la pluralidad como de la fragmentación son, en potencia, la mayor amenaza de los planes a perpetuidad de la vieja política facciosa y clientelar. Por caminos intrincados, los diversos fragmentos están encontrando modalidades de vínculos, como los que reúnen a grupos de la clase media a través de distintas formas de cooperación con los cartoneros, el “aguante” de asambleas barriales a las fábricas tomadas, los reclamos de justicia para los asesinos de piqueteros, y la coincidencias de muchos de ellos en la consigna de “que se vayan todos”.
Por supuesto, las experiencias no son lineales, la dispersión persiste a pesar de las coincidencias objetivas entre los distintos protagonistas del movimiento popular, las prácticas dogmáticas que espantan a los ciudadanos sin partido de las flamantes organizaciones, la contaminación de algunos viejos métodos políticos en la atención de las nuevas realidades, la indefinición de liderazgos polarizadores, son algunos de los obstáculos que suelen fatigar a quienes desean ser partícipes activos de los cambios. A esto, la propaganda interesada quiere agregarles cuotas de recelos y temores que tienden a desmovilizar a la sociedad. Es grande la responsabilidad, sin duda, de los que tienen decisión en esas múltiples fracciones populares, ya que no pueden ceder al chantaje de la estrategia autoritaria de la cerca electrificada pero tampoco pueden retroceder sin que la pérdida sea todavía mayor. Este es uno de esos momentos difíciles que desafían a los redentores, pero también puede ser una oportunidad para fortalecer convicciones y presencias. En cualquier caso, diciembre no será un mes cualquiera. Con o sin apagones forzados, ya está en ciernes un mes eléctrico.

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