EL PAíS
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Hambre e imagen
› Por Sergio Moreno
“El Fondo Monetario tiene tomados a la Jefatura de Gabinete, a la embajada argentina en Washington y al Banco Central.” El ministro que despotricaba de esta manera –uno de los mejor ubicados en la escucha del Presidente– ansía el regreso a Buenos Aires de Eduardo Duhalde, previsto para mañana. Sabe que a su llegada el bonaerense definirá la suerte de quien conduce una de las patas de esa troika: Aldo Pignanelli, titular del BCRA. El ministro citado ansía verlo eyectado del sillón de la máxima autoridad monetaria del país. Si fuese posible, también a los otros dos funcionarios –el jefe de gabinete, Alfredo Atanasof, y el embajador designado en Estados Unidos, Eduardo Amadeo– que, según entiende, fueron cooptados por el canto de la sirena ultraortodoxa de los teutones que conducen el Fondo, Hoerst Koehler y Anne Krueger.
Hasta últimas horas del jueves pasado, Atanasof utilizó sus mejores artes para contener la salida de Pignanelli, ansiando una módica tregua entre éste y el ministro de Economía, Roberto Lavagna. La faena parece de factura imposible. Duhalde le había pedido que trasmitiese al titular del Central la solicitud de postergación de su renuncia. Los esfuerzos del jefe de gabinete sobrepasaron la directiva, sabedor de que la –altamente probable– salida de Pignanelli del Central le amputaría un aliado. Atanasof, Pignanelli y Amadeo son los principales cruzados que bregan por obtener un acuerdo con el FMI a como dé lugar, o sea, aceptando lo que el dueto teutón dis(im)ponga. Paradójicamente, nadie en la Argentina podría afirmar hoy (a horas de la renuncia del secretario del Tesoro norteamericano, Paul O’Neill) que, si la administración siguiese a pie juntillas los designios del Fondo, el acuerdo llegaría. Por el contrario, el propio Duhalde expuso su hartazgo públicamente: “Es la negociación más larga de la historia; cada vez que estamos por acordar nos corren el arco”.
Entrada la noche de ayer, nadie en el Gobierno se animaba a ponerle nombre a un hipotético reemplazante del renunciado jefe del Central –otrora combativo dirigente del peronismo de Luis Brunatti, que a comienzos de los ‘90 no tenía empacho en proclamar el no pago de la deuda externa–. Lo que auguraban algunos en la Rosada es que Pignanelli se mantendría en su poltrona tanto tiempo como durase, el lunes, la conversación con Duhalde. No más.
Un importante secretario de Estado suspiraba ayer cuando le acercaron la cotización del dólar y comprobó que la divisa norteamericana apenas subió un centavo. “Parece que a los mercados no los pone nerviosos la salida de Aldo”, reflexionaba con cierta malicia, a pesar de que el BCRA debió vender algo más de 26 millones de dólares.
El mismo funcionario se esforzaba por contener la sonrisa que le causaba la mise en scene ejecutada por el ministro más anciano de la Corte Suprema, Carlos Fayt. Su derrape, al reconocer que tenía 205.000 dólares atrapados en el corralito, fue tan oportuno para el Gobierno cuanto inexplicable. “Fayt se excusó fuera de tiempo, debió haberlo hecho cuando se apartaron (Gustavo) Bossert y (Enrique) Petracchi. Ahora quedó como que intentó ocultar su dinero acorralado para poder sentenciar y obtener una ganancia. Yo estoy convencido de que no fue ése su motivo, pero nadie en la calle creerá otra cosa que ésa”, dijo a este diario un funcionario que suele tener buena información de Tribunales. La gaffe –por llamarla de alguna manera– del cortesano dio un respiro al Gobierno, un plazo más antes de que la célula menemista en el alto tribunal consiga convencer a los conjueces que se designen para completar el tribunal y, así, dictar sentencia sobre la pesificación. Ahora no lo puede hacer, tiene sólo cuatro votos. Su circunstancial aliado Fayt cayó en combate por lo cual en Olivos y la Rosada estiman que, cuando menos, no habrá novedades hasta febrero.
Números del hambre
Parte considerable de la adrenalina que segrega el Gobierno reconoce su génesis en la crisis sanitaria-alimentaria que estalló en las pantallas de televisión y las tapas de los diarios. La mortalidad infantil en Tucumán –un mal endémico en la Argentina, cuya exclusividad no es privativa de esa provincia– movilizó a las mesnadas del oficialismo con la gracia de un hipopótamo. Hilda Duhalde decidió salir atropellando en defensa de los niños desnutridos de El Jardín de la República. Su marido, el Presidente, atinó a ponerle un colchón político para preservar, ante el embate vehemente de la primera dama, su alianza con gobernadores que son vitales en la estrategia de contención y destrucción del menemismo. José Pampuro, secretario general de la Presidencia, funge de coordinador del Operativo Rescate que aterrizó en Tucumán y se extenderá, en principio, a Corrientes y Chaco. El gobernador tucumano, Julio Miranda, un histórico operador del duhaldismo, a la vez es responsable (por su ineficiencia y desidia) del incremento de la mortalidad infantil en su provincia.
Ahora bien, estos infaustos indicadores tucumanos no son los más altos del país. Corrientes encabeza este ranking tremendo con 30,4 por mil de mortalidad infantil. La sigue Jujuy con 23,1 por mil; Formosa con 23 por mil y recién después sigue Tucumán, cuyo índice trepa al 22,4 por mil, apenas 0,2 puntos por encima de Misiones. Obviando a Corrientes, los otros cuatro distritos mencionados tienen factores comunes: todos son del norte y todos tienen gobernadores que tributan a la estrategia del duhaldismo.
El Gobierno aprieta los dientes para que las cámaras no capten al unísono las muertes que se producen –en este mismo momento, cuando usted, lector, recorre estas líneas– en esas provincias. Y amplía el radio de acción de su asistencialismo. Nada alcanzará; la demanda, tal como lo reconoció un importante ministro del área social, es infinita.
Córdoba, Chaco, Formosa, La Rioja, Neuquén, Salta, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán son las provincias donde en 2001 aumentó la mortalidad infantil, quebrando la tendencia descendente a nivel nacional que se había registrado entre 1990 y 1999. Los datos están acuñados en un memorándum confidencial que el ministro de Salud, Ginés González García, envió a Duhalde el 29 de noviembre pasado. La situación es explosiva y, si bien a las apuradas, en el Gobierno apuestan a que el Operativo Rescate rinda sus paliativos frutos.
Por lo pronto, en el Gobierno quisieron averiguar cuál es la ponderación social respecto de este plan de asistencia. Un sondeo realizado por la consultora Equis esta semana, que ya está en poder de Pampuro, arroja resultados más que interesantes:
- Un 86,8 por ciento de la gente conoce el operativo; el 11,7 no.
- El 60,3 por ciento evalúa positivamente al Operativo Rescate (OR); 28,3 tiene una imagen negativa y 10,2, regular.
- El 61 por ciento dice que el OR no será efectivo para combatir el hambre y el 35,4 por ciento sostiene lo contrario.
- El 88,5 por ciento de los consultados cree que el OR debería generalizarse a todo el país y sólo el 11,1 dice que no.
- El 72 por ciento sostiene que el Gobierno no será transparente en la distribución de la ayuda; el 20,4 dice que sí lo será.
- El 88,8 por ciento dice que el plan será insuficiente y apenas el 7 por ciento cree que será suficiente.
- Con relación a los que necesitan, el 80,1 por ciento está convencido de que la ayuda llegará a la minoría; 13,7 por ciento cree que llegará a la mayoría y 3,3 que llegará a todos.
- El 51,1 por ciento de los entrevistados evaluaron negativamente la política social del Gobierno; 18,2 la estima regular y 28,5 por ciento, positiva.
- Finalmente, para el 61,1 por ciento la ayuda social provista por este gobierno es mayor que la que derramaba la administración De la Rúa; para el 23,7 se mantuvo igual y para el 11,3 por ciento, disminuyó. Las conclusiones que se obtienen es que el OR es bueno, aunque la mayoría a la vez piensa que no será suficiente y faltará transparencia en su implementación. “Teniendo en cuenta el momento que atraviesa la Argentina, no nos fue nada mal”, consideró un funcionario ante este diario, desnudando lo poco que hace falta para contentar a los moradores de la Rosada.
Son los votos, estúpido
No sólo sobre indicadores sociales hace mediciones la administración duhaldista. El trabajo mencionado tiene un capítulo dedicado a evaluar la gestión en general del Gobierno. Un cuadro, en particular, exalta los corazones de varios integrantes del gabinete: el que compara cómo sería un hipotético futuro gobierno en relación con éste. Los datos son los siguientes: 41,3 por ciento de la gente cree, según el trabajo, que un gobierno de Rodríguez Saá sería peor; el 45,8 cree que uno de López Murphy sería peor que el presente; el 53,7 por ciento entiende que una administración de Elisa Carrió sería peor que la actual; igual que el 47,8 por ciento que entiende que con De la Sota todo sería peor que ahora; y las palmas se las lleva Carlos Menem, ya que el 72,3 por ciento cree que un futuro gobierno suyo sería peor que el de Duhalde. Quienes creen que cada uno de estos hipotéticos gobiernos serían mejores que el actual no superan el 23,5 por ciento en cada caso mencionado.
Munido de estos datos, el Presidente instruyó, hace una semana ya, a su ministro del Interior, Jorge Matzkin. “No quiero que haya internas”, le dijo el bonaerense. Duhalde apuesta a seguir ganando tiempo convencido de que, más allá de conseguir un candidato potable que lleve su cocarda, el paso de los días debilita a Menem, carente del plan económico que se llevó la módica calma que atraviesa el país.
Si en diciembre nada se desmadra –y aquí interviene la labor que el Gobierno despliega en el Conurbano para evitar saqueos y hechos de violencia–, el Presidente podrá anunciar que la recesión, nacida en 1998 bajo las narices de Menem llegó a su fin. Más allá de lo bueno que podría ser para la patria, Duhalde se regodea imaginando el gesto adusto del riojano cuando llegue (si es que llega) ese momento.