EL PAíS › OPINION
› Por Edgardo Mocca
A fines de 2008 después de su brusco lanzamiento a la fama con su voto contrario a la política del gobierno del que forma parte, Julio Cobos puso en escena una curiosa y dudosamente republicana propuesta, la de organizar una consulta popular sobre su permanencia en el cargo de vicepresidente. En estos días, sus voceros han reactualizado la picardía política: desafían al Gobierno a que le inicie un juicio político. Así, de ocurrencia en ocurrencia, el círculo íntimo del mendocino piensa recorrer el arduo y laberíntico camino cuyo horizonte es la candidatura presidencial en 2011 y cuya excluyente metodología es la de entorpecer la acción de gobierno siguiendo rigurosamente el libreto que elaboran las grandes empresas mediáticas y los lobbistas del poder económico concentrado.
Hasta aquí todo encaja perfectamente en las modalidades de la política-espectáculo, es decir la política sin mensajes programáticos, sin compromisos partidarios, sin otro anclaje que la sucesión de escenas que surgen y desaparecen vertiginosas y van conformando la pobre mitología que reina en la Argentina de estos días. Una mitología de villanos autoritarios y héroes republicanos que traman una saga que tiene el anunciado final del triunfo del bien, con el correlativo regreso al país normal del que quede desterrada para siempre la obsesión por el conflicto y el desafío irresponsable a los poderes constituidos. Pero el episodio Cobos tiene una marca de originalidad dentro del reinado de la política centrada en los medios de comunicación: el vicepresidente aparece como el candidato “natural” del radicalismo para las próximas elecciones presidenciales. De modo que además de la bendición del diario Clarín y el aliento de la hoy un poco descentrada “mesa de enlace” podría contar con la densa y resistente trama territorial de la UCR, lo que a pesar de las profecías de la política “pospartidaria” sigue siendo una condición necesaria para cualquier proyecto electoral.
Es muy visible a esta altura que las relaciones de Cobos con el radicalismo no son de confianza y mutua credibilidad. No hay motivos para que lo sea: el hombre fue expulsado “de por vida” del partido hace poco más de dos años por la decisión de acompañar a Cristina Kirchner en la fórmula electoral finalmente triunfante. La deslealtad institucional consumada en julio de 2008 en el célebre desempate de la votación del Senado sobre las retenciones móviles volvió a acercar los destinos del vicepresidente y el partido del que acababa de ser expulsado. Pero difícilmente dos deslealtades puedan sumarse de modo algebraico y resultar una conducta confiable: buena parte del staff radical desconfía de Cobos, lo consideran ajeno y, en el mejor de los casos, lo aceptan como la amarga medicina necesaria para devolver a la UCR al primer plano de la escena política nacional. No faltan en el partido quienes temen la reedición del capítulo De la Rúa.
La travesía hacia 2011 luce muy compleja. A las reticencias del radicalismo ya se han sumado otros inevitables contratiempos. Elisa Carrió anunció tempranamente, a la salida de las elecciones de junio último, que no acompañará el proyecto presidencial de “Cleto”. Casi no hacía falta que hiciera conocer con tanta anticipación su estrategia; para la diputada chaqueña electa en Buenos Aires el encolumnamiento detrás de Cobos equivaldría a un definitivo –o por lo menos muy duradero– abandono de sus pretensiones presidenciales, las que de todos modos no lucen hoy muy promisorias. Carrió es el emblema de la política mediática, el numen de la antipolítica en el país y, como tal, su participación en una empresa decididamente partidocrática comportaba la total dilución de su personalidad política. No sólo no será su aliada, sino que, con seguridad pondrá toda su credibilidad en la opinión pública al servicio del fracaso de la empresa cobista.
El Acuerdo Cívico, en su actual formato, no será la plataforma de lanzamiento del vicepresidente opositor. Además de la anunciada abstención de Carrió, surgen serias dudas sobre la permanencia de Binner y los socialistas en el espacio que se convirtiera hace unos meses en la segunda fuerza electoral del país. Por un lado, los socialistas santafesinos –es decir los que militan en el único distrito en el que el partido tiene una fuerza apreciable– tienen que cuidar la alianza con el radicalismo en esa provincia. Pero eso los mantendrá en el Acuerdo, siempre y cuando el candidato a gobernador siga siendo socialista. Además, los socialistas empiezan a mirar con simpatía un reagrupamiento de centroizquierda en el que su rol no sea tan secundario como en la entente con los radicales. Si en un acto de imperdonable anacronismo, pensáramos desde la inspiración ideológica del partido, no resultaría fácil su amalgama con un protocandidato que dice pocas palabras, pero ninguna que sea interpretable como signo de un proyecto popular o de izquierda.
Aun los que quieren bien a Cobos y a su candidatura son conscientes de la marcada endeblez de su situación política. La pretensión de narrar una historia de lucha por los principios de la república y de apoyar, al mismo tiempo, a un vicepresidente dedicado a tiempo completo al sabotaje contra el gobierno del que forma parte según la Constitución no es tarea fácil. Saben que el mínimo tropiezo discursivo puede desencadenar el derrumbe del castillo de naipes que se empezó a construir la noche del rechazo a la resolución 125. Quienes siguen devotamente el mensaje de los sondeos de opinión dicen que ya hay síntomas de retroceso en la imagen pública del personaje. El protagonismo desmesurado en contra de la creación del Fondo del Bicentenario y en defensa de Redrado es el tipo de situaciones en que el candidato camina en la cornisa. Nadie sabe nada sobre su proyecto político. Todo su capital consiste en su condición de símbolo del antikirchnerismo... y su trabajo es ser el vicepresidente de Cristina Kirchner. Es el primero en la línea de sucesión de la Presidenta; lejos de favorecerlo, esa posición contribuye a decodificar su oposición al Gobierno como simple y puro sabotaje.
El Gobierno ha ayudado bastante con su torpeza comunicativa y política al crecimiento de las acciones de Cleto. Lo ha ido convirtiendo en una figura estelar del drama a pesar de su ostensible mediocridad política. Después de todo, su presencia como segunda autoridad del país es el subproducto de una “concertación” a la que en ningún momento se cargó de sentido y a la que terminó dejándose consumir en el contexto del repliegue gubernamental sobre la estructura del Partido Justicialista. La vida le dio al mendocino la oportunidad de encarnar el aggiornamiento discursivo del neoconservadurismo. La derecha no quiere regresar de la mano de la reivindicación de las políticas neoliberales de la década del ’90. Hoy se presenta como la “pacificación”, la “reconciliación” de las naciones después del sortilegio populista que activó artificialmente a las clases populares. “Derecha e izquierda están perdiendo vigencia”, fue el modo en que presentó el nuevo capítulo el empresario Piñera, presidente electo de Chile. Una nueva oleada de neutralidad tecnocrática sostenida sobre el mito de los consensos nacionales está buscando en la Argentina el personaje que mejor lo simbolice. Cobos está bien colocado para la carrera. Pero los obstáculos son enormes.
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