EL PAíS › OPINION
Las sentencias de Cámara, un avance opositor y un adiós para Redrado. La oposición se despega del boy caído. El nuevo escenario en el Parlamento y un posible nuevo diseño del Fondo del Bicentenario. Discusiones en Palacio. Cobos preocupado, bajo la mirada de los correligionarios. Y algo sobre la ética de la responsabilidad.
› Por Mario Wainfeld
El conglomerado opositor tiene motivos para celebrar la decisión judicial sobre el Fondo del Bicentenario (en adelante, “el Fondo”). La Cámara no lo prohibió, pero supeditó su legalidad a la aprobación parlamentaria. El oficialismo sufrió un revés, precedido por sucesivos errores de implementación y de lectura del escenario político. “No registramos la nueva correlación de fuerzas”, se sinceran varios de sus paladines más fieles. Para hacer viable cualquier jugada, el kirchnerismo debe internalizar que está en minoría en el Congreso y que el Poder Judicial es procíclico en sus alineamientos políticos. Cuando merma la aprobación popular hacia el Gobierno, la mayoría de los magistrados hace cola para ostentar “independencia”, que es a menudo empatía con la oposición o con poderes fácticos soliviantados. La veleta con toga es tan sensible al viento de época como la de otros actores... si no más. En la Casa Rosada y zonas de influencia se puede despotricar contra ese contexto adverso, jamás ignorarlo.
Sin embargo, el combo armado por la Cámara Federal con su decisión sobre Martín Redrado abrió una puerta que puede dar trabajosa salida al conflicto. El tribunal reconoció el buen reflejo rectificatorio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien derivó a la Comisión Bicameral el tratamiento del despido del banquero central. Desde un ángulo práctico, su anuncio consistió en un paso atrás que ahora le permite avanzar. Redrado está inexorablemente despedido. La reconstitución de la autoridad del Central puede ser el primer paso para “hacer política” respecto del Fondo. Dos escenarios se abren: el del debate en las Cámaras y el de maquinar (paralela o ulteriormente si hay rechazo) una nueva ingeniería financiera que reconstituya el Fondo, previa negociación con la oposición. Son caminos de cornisa, pero hay un rumbo frente a la parálisis por empate bobo (sólo funcional a los peores deseos opositores) que regía una semana atrás.
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Cuitas palaciegas: puertas adentro, el oficialismo admite que “alguien se equivocó”. Las discrepancias brotan al momento de señalar al responsable. Hubo una mesa de arena mal armada o falta de información sobre la reacción de Redrado o floja redacción de los decretos o imprevisión ante el alzamiento opositor y judicial. Esas posibles fallas aluden a distintos protagonistas, quizás haya una sumatoria de maniobras poco felices.
En el edificio del Ministerio de Economía resurge una clásica cuita de consorcio. En el Ministerio de Planificación Federal, comenzando por el mismo Julio De Vido, se cuestiona al titular de Economía, Amado Boudou. Algunos confidentes de Palacio matizan: Redrado (coinciden avispados operadores parlamentarios con ocupantes VIP de la Rosada) había anunciado su malestar a Boudou y a otro ministro pero amagaba renunciar y no encadenarse al sillón. Ese desenlace se podía digerir y hasta ansiar, el viraje del ya crecidito Golden Boy tomó de sorpresa al Gobierno.
Como sea, Redrado está afuera, sin medida cautelar que lo ampare, desamparado de apoyos opositores, en cuenta regresiva para el retorno a la sociedad civil.
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Redrado, sin cautela: la sentencia de la Cámara tiene sus peculiaridades, incluso en lo formal, pero no deja dudas: cesó la medida cautelar que sostenía a Redrado en su cargo. Perdió sentido (sustento fáctico) al cambiar las circunstancias en que la impuso la jueza María José Sarmiento. Sus colegas camaristas Clara María Do Pico y Marta Herrera elogian esa decisión pero dan cuenta del levantamiento de las circunstancias que sustanciaban el pedido merced a la decisión presidencial de hacer intervenir al Congreso. Eso “ha desdibujado la verosimilitud del derecho evaluada por el magistrado previniente” (sic). De ahí que sus Señorías invoquen el artículo 240 del Código Procesal que es el que regula la modificación de una medida cautelar. Y consideren “suficiente cautela” que el poder Ejecutivo no designe “con carácter definitivo Presidente del Banco Central” (sic de nuevo, con negritas incluidas). El uso de las negritas, entre inusual y asombroso en la parte resolutiva de un fallo, tiende a dejar claro que sí es lícito y no restringido por la sentencia nombrar presidente provisorio, mientras se sustancia el trámite parlamentario.
Esa interpretación fue reconocida por diputados opositores como Federico Pinedo (que tiene versación en esos temas) y Patricia Bullrich. Y es la única lógica. Los tribunales (es una imprecisión fatal llamarlos “la Justicia”) dejan espacio a los poderes políticos. Regularizado el curso de la remoción, mantener a Redrado en su confortable Alcázar de Toledo es una demasía. Un hombre sensato y con decoro lo detectaría de inmediato. Está por verse qué hará el presidente del club de admiradores de Martín Redrado, esto es, el propio homenajeado.
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Parlamentarias: la dirigencia opositora se despega veloz de Redrado. Logrado el objetivo de llevar el debate al Congreso, el sujeto ya no es necesario ni funcional. Diputados y senadores aspiran a capitalizar el beneficio simbólico de haberse impuesto al kirchnerismo sin compartirlo con quien integró el elenco gubernamental hasta hace un par de semanas. En la Bicameral, se huele en el aire, lo tratarán con impiedad. No rige el viejo adagio “Roma no paga traidores” pues Redrado recibió eminencia y trato deferente durante el ratito en que fue útil. Pero Roma no subsidia a quienes cambian de camiseta cuando pasó su cuarto de hora.
El colectivo parlamentario debería pensar ahora si una ristra de sesiones sobre un tema manifiestamente formal y exótico al interés de la gente de a pie es una buena forma de cimentar al sistema político o un nuevo mecanismo para desprestigiarlo. Abreviar los plazos de una polémica ritual consultaría un interés común, el piso compartido. De ahí a que se haga media una linda distancia.
La discusión sobre el decreto de necesidad y urgencia (DNU) que creó el Fondo sí es un tema de densidad económica y política. Como se sabe, basta la aprobación de una Cámara para validarlo. El resultado final es un arcano, es bien factible que la negativa prime en Diputados, en la Cámara alta el porotómetro está cabeza a cabeza. Ambos sectores tienen un núcleo firme de lealtades, insuficiente para hacer mayoría. Los senadores flotantes, varios de ellos con bandera de conveniencia, serán decisivos. Los justicialistas pampeanos Carlos Verna y María de los Angeles Higonet son un ejemplo consabido, para nada exclusivo.
Muchos senadores anidan ambiciones para las elecciones de gobernador de 2011, el salteño Juan Carlos Romero y el chubutense Marcelo Guinle, entre tantos. Sus anhelos tiran más que una yunta de bueyes y que añejas lealtades partidarias. A su vez, varios francotiradores hacen gala de su versatilidad en pos de aumentar su eventual cotización. Los operadores del Frente para la Victoria, por caso, se sorprendieron cuando su compañero tucumano Sergio Francisco Mansilla los sondeó para armar un minibloque cuando se descontaba su alineamiento con el gobernador José Alperovich. Los microemprendimientos políticos son muy redituables en un Congreso fragmentado que algunos exaltan como el summum de la democracia, sin arrimar empiria comparada que autorice el entusiasmo.
En suma, los votos se contarán de a uno en una puja cerrada y pletórica de vicisitudes. Hasta puede pasar que Julio Cobos deba volver a desempatar. Esa hipótesis, chimentan quienes lo circundan, no lo entusiasma especialmente.
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Un vice atribulado: la suspensión del viaje presidencial a China establece un criterio que no se podrá sostener durante todo el mandato de Cristina Fernández. La acción es coyuntural y busca socavar la posición del vicepresidente. Cobos, cuentan correligionarios y compañeros que lo frecuentan, quedó preocupado por la acusación. Lo puso a la defensiva, incitó críticas de dirigentes opositores que miran con recelo su posicionamiento. Y, aunque hubo una guardia mínima que lo defendió, no sobraron boinas blancas para bancarlo. Ocurre que en las primeras filas del radicalismo cunde el interés en recortarle incumbencias al vice. Es el mejor candidato pero su incorporación tardía a la UCR y su flirt con el kirchnerismo le juegan en contra. “Es un incumplidor serial”, describe un conspicuo integrante de la Coordinadora, que rayó alto en los ’80 y los ’90. No dice “incumplidor”, usa una palabra más rotunda, de lenguaje familiar. Un dirigente de otra fuerza que dialoga y aprecia a Ernesto Sanz describe bien su ideario: “Es un radical a la vieja usanza, como Balbín o Alfonsín. Para él, primero está el partido y después Dios”. Cobos, se da por hecho, no comulga con esa escala de valores. Sanz, con los recursos de un dirigente ducho, también se mueve para encauzar al vice. En tanto, éste observa que por primera vez su ambición está en el centro del debate público y que las diatribas en su contra no son monopolio del oficialismo. Las encuestas no desmoronan su imagen pero registran una merma. Medirá esos elementos a la hora de acelerar o ralentar el “consejo” no vinculante previo al despido de Redrado.
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Planes “B”: en Olivos y en la Casa Rosada se maquina cómo recobrar iniciativa, la idea fija del kirchnerismo. El proyecto del matrimonio gay será impulsado por el Frente para la Victoria y “el espacio” que lo acompaña, aunque se descuentan deserciones en la fuerza propia por tratarse de una cuestión de conciencia. Pero el oficialismo dará esa directiva a sus bloques, cosa que no hizo al fin de las sesiones de 2009, en tributo al viaje de Cristina Kirchner a la Santa Sede. Medidas progresistas que reconstituyan o reformulen alianzas parciales, he ahí un norte.
En cuanto al Fondo, ahora sí el oficialismo tiene un plan B. El kirchnerismo funciona así, a veces embiste sin prever la resistencia ni pensar vías alternativas. Luego recompone y, en ciertas ocasiones, hasta recapacita. El Plan B es urdir una ingeniería financiera distinta del mero movimiento de los Fondos, de por sí rudimentaria. Néstor Kirchner mismo acopia información sobre el punto. Algunos radicales, como Mario Brodersohn, admitieron esa vía, aunque imaginando un sistema que Fernando Solanas juzgó peor que el del Gobierno. El kirchnerismo comparte el reproche. El rediseño es un desemboque posible, por ahora no se conocen mayores precisiones.
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Etica de la responsabilidad: el Gobierno tuvo un rush notable y eficaz después de la derrota electoral. Produjo dos medidas de enorme proyección, la ley de medios y la asignación universal por hijo, haciendo propios idearios de otros sectores. Supo sumar voluntades y tuvo la picardía de optimizar su cuarto de hora. En el verano, perdió percepción de realidad y aptitud para congregar: si hubiera anticipado el Fondo y el relevo de Redrado antes de diciembre, habría prevalecido y ahorrado costos. Y en cualquier caso eligió una operatoria rústica y poco eficaz debilitando una medida aceptable.
La oposición del centro a la derecha sólo tiene espíritu de cuerpo cuando propone juego de suma cero y objeta cualquier propuesta del Gobierno de pálpito. Judicializa la política con entusiasmo digno de actividades más dignas. Y no se le ha caído una idea ni un proyecto estimulante o novedoso, de cara al futuro.
Los jueces, a su turno, se prestan al forum shopping y acogen con celeridad (que retacean a los litigantes del vulgo) medidas cautelares de impacto público enorme, sin hacerse cargo ni pensar mucho en las repercusiones.
El cronista recuerda y parafrasea, a su riesgo, a Max Weber. El maestro enseñaba que en política nunca deben dejarse de considerar las intenciones de los actos, pero que es habitual que éstos produzcan consecuencias paradójicas o contrarias a las previstas. La responsabilidad política, añade este escriba, es muy distinta de la moral individual. En ésta se es responsable por las intenciones o por las consecuencias buscadas. En política, en cambio, se es responsable por los efectos no previstos y aun por los no deseados. La deslegitimación del sistema político, los jaques a la gobernabilidad, la entropía por empate permanente son acechanzas que todos los jugadores que se mueven con buena fe (más allá de sus pertenencias) deberían atender y por los que son corresponsables. El punto es central, máxime en un tiempo en que buitres destituyentes (corporativos o políticos) sobrevuelan el país tanto como la región que lo circunda.
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