EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
“Quieren mi voto pero no mi foto con ellos”, dijo Carlos Menem según varias fuentes. En esa frase largamente verosímil, y en la actitud oficialista en el Senado al retirarse de la sesión del miércoles, se exhibe no toda pero sí alguna parte de la actual fotografía política argentina.
Una manera de analizar lo ocurrido a mediados de semana es a partir de la picaresca parlamentaria. Eso es lo que insumió más interés periodístico, y en verdad tiene algunos ingredientes atractivos, pero no hace al nudo de la cuestión. Como ya se conoce, aunque nadie cree que estos temas le quiten el sueño a la mayoría de la sociedad, el kirchnerismo se retiró del recinto una vez una vez conseguida la ratificación de los principales cargos senatoriales. Cuando había que votar el reparto de comisiones y el DNU para disponer de las reservas del Banco Central, emprendieron la partida. Y la oposición todavía está esperando que Carlitos deje de jugar al golf en La Rioja, para hacerse presente y conseguir quórum. Hasta hoy, los radicales y el resto insisten con que se violó un acuerdo previo. La bancada K lo niega.
En cualquier caso, lo efectivamente comprobado es que, tanto como en el conjunto de su acción política, la oposición carece de una jefatura única –o de una estrategia mínimamente articulada–, así sea para conducirse en circunstancias como ésta. Y en el turno del kirchnerismo, es incomprensible para qué le sirve dilatar una derrota segura. Restar quórum es una táctica legítima que se usa en todo tiempo y lugar. Pero esto se pareció más bien a una chiquilinada sin otro destino que divertirse en el momento o por unos pocos días, excepto que haya en danza una carta secreta.
En cambio, apenas se hurga por encima de estas minucias de varieté, aparecen elementos más densos que retratan los serios problemas de posicionamiento en ambos bandos. La frase de Menem, más allá de si es cierto o no que tenía un acuerdo con la oposición para presentarse y de que finalmente vaya a hacerlo, revela un aspecto clave. Como buena rata astuta, y hasta cabría suponer que antes de una razón vengativa contra quienes necesitan su firma a la vez que huirle espantados, lo que Menem les dice es “ustedes son como yo o representan lo mismo que yo, son el modelo que apliqué yo, y los une que yo no salga en la foto con ustedes porque jamás se animarán a decirlo”. Es claro que es una interpretación libre pero, ¿alguien se animaría, salvo los “imputados”, a desmentir que es eso lo que realmente piensa y que la suma de tribus opositoras hace entre poco y nada para desmentirlo? ¿Cuál es, aun cuando se supusiera que esas carpas terminarán poniéndose de acuerdo frente al 2011, la alternativa concreta que proponen? O formulado de otra forma, ¿cuáles son los factores diferenciales, a estar por las escasísimas declaraciones específicas que hacen, de lo que se aplicó en los ‘90?
No se atribuirá la ausencia de respuestas a ese interrogante, es de imaginar, a lo mucho que resta hasta las comicios. Repasemos las ¿abstracciones? que se les escuchan, si acaso nombres como Cobos, De Narváez, Macri y Cía. no lo significasen todo por sí mismos: recuperación de la confianza inversora en la Argentina, seguridad jurídica, relaciones “maduras” con los Estados Unidos, alejamiento de los países “fracasados”, aprender del modelo chileno y ahora de Pepe Mujica, achicamiento del gasto público, defensa de la libertad de prensa contra los impulsos autoritarios. ¿Cómo se hace para que ese montón no suene a la segunda década infame? ¿O basta con que insistan en el divague de la “calidad institucional” y la idea rectora de acabar con la corrupción y el apropiamiento venal de la caja del Estado, que fue lo que discursivamente ya se probó con la Alianza (para no hablar de lo que resultó en la práctica)? Si es por esto, Menem debe pensar que tiene el 70 por ciento de los votos con la única salvedad de que ni él querría presentarse como menemista. Y por eso es posible que en el fondo comprenda que los demás, sus demás, lo tomen como el leproso cuya mano precisan. Aunque también sea por eso que los hace sufrir un poco, o un poco mucho. Acordemos que muy probablemente uno haría lo mismo.
Así y todo, los K se las arreglan, a través de sus costumbres más estúpidas y cuestionables, para que aquel acumulado de deficiencias opositoras (flancos tan obvios, además) quede diluido en ése, su folklore de procedimientos. Siempre que se habla de esto, de las formas kirchneristas, debe aclararse a cuáles se hace referencia. Porque hay unas formas que están bien. Son las que sirven para marcar la cancha. Para dejar bien claro en qué lado se ubica cada quien. Formas inevitables si se quiere mostrar autoridad en una determinación. Y no son violatorias de nada. Esas formas que a las pocas horas de asumido Kirchner lo llevaron a anunciar por cadena nacional el juicio político al numen de la Corte Suprema menemista. Que lo expusieron en aquel momento inolvidable, cuando le ordenó al jefe del Ejército que descolgara el cuadro de Videla del Colegio Militar. Esas formas que promovieron la ley de medios audiovisuales en la peor instancia de su gobierno, cuando venían de la derrota de junio, y se los daba por groggys, y sin embargo arremetieron con un proceso de debate y sanción que sólo sus enormes afectados pueden señalar como viciado de nulidad. No son ésas las formas impugnables. Son las del miércoles que pasó; las de la soberbia de haberse despachado con un decreto de necesidad y urgencia nada menos que para manejar reservas monetarias, cuando tenían de mínima un par de opciones que no les hubieran implicado este chubasco; las de la petulancia con que expidieron la 125, al margen de su probidad. La alevosía de la intervención en el Indec, por supuesto. En resumen, las formas que los manifiestan disparándose a los pies.
La trascendencia del episodio en el Senado coincidió con la difusión de datos favorables acerca de la marcha económica. Aunque se prevé que la inflación continuará alta durante todo el año, la industria lo empezó con una suba de más del 8 por ciento y enero tuvo un porcentual superior al 6 en el crecimiento de la inversión. No es moco de pavo. Y encima trascendió que –aun cuando el Gobierno no pudiese disponer de las reservas– los ingresos por la cosecha y otras cuantas variables auguran que no debería haber mayores dificultades en el pago de los compromisos. Sin embargo, como tantas otras veces análogas, el impacto de esos indicadores positivos quedó licuado casi por completo gracias a la masturbatoria travesura del Senado.
Ahí es donde crece el fruto de las formas autoagresivas e inútiles del kirchnerismo, sobre todo de cara a lo que debería ser el objetivo no ya de reenamorar a la embroncada clase media, bien que sí de, por lo menos, intentar hacer las paces. Sin su concurso será una quimera afrontar el 2011. Pero, así como hay mucha gente que no quisiera ser kirchnerista y los antikirchneristas no la dejan, el oficialismo parecería empeñado en que la derecha sortee sus horribles obviedades.
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