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› Por Mario Wainfeld
La oratoria de la Presidenta es conocida, tanto como las repercusiones casi reflejas que suscita entre sus adherentes y sus opositores. Sus discursos ante la Asamblea Legislativa también son un clásico, un River-Boca. Polarizadora, antagónica, binaria en sus planteos, Cristina Fernández se valió esta vez del esquema “país real” versus “país virtual” para contraponer el conjunto de las realizaciones de los dos gobiernos kirchneristas contra las profecías agoreras de sus adversarios, políticos o corporativos.
Expositora con recursos inusuales, elige hablar sin ceñirse a un texto escrito, lo que tiene su atractivo y también sus derrapes. Todo eso se puso en escena ayer, con una variante fundamental. La Presidenta, muy reacia a formular anuncios, hizo uno que relegó a segundo plano la restante miga que dejó su discurso. En el análisis, pues, cabe invertir el orden de la exposición, empezando por lo que traerá más cola: la derogación del decreto de necesidad y urgencia (DNU) que creó el Fondo del Bicentenario (Fobi) y su reemplazo por otro andamiaje legal, “el Fondo de Desendeudamiento argentino” que dará mucho que hablar, que judicializar, que polemizar.
Prolijidad y desafío: El DNU dejado de lado iba en tren bala a su rechazo en ambas Cámaras, el oficialismo podía prolongar su agonía pero no revertirla. La Presidenta se anticipó derogándolo y sustituyéndolo por una ingeniería legal más razonable, que no alcanzará para conformar ni sedar a la oposición. La norma caída, amén de su floja operación política, adolecía de una redacción apresurada y, cuanto menos, ambigua. El esquema informado y puesto en acto a toda máquina ayer es, en el aspecto financiero, notablemente más prolijo. Una parte de la deuda a pagar en este año, la que concierne a los organismos internacionales de crédito (Banco Mundial y BID) es pasible de ser cubierta con reservas, pues así lo estipula una ley, la que autorizó el desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional. Con el sustrato legal, un simple decreto puede (sin dar espacio a controversia legal) afectar los 2187 millones de dólares en cuestión. Esa asignación era accesible al Ejecutivo digamos, anteayer. Lo que se hizo fue pulirla formalmente.
Para el resto, la Casa Rosada admitió tácitamente reproches de la oposición: la mención genérica a que se habilitaban “reservas de libre disponibilidad” podía ser interpretada (extensivamente) como carta blanca para disponer de sumas mucho mayores a las que saldarían la deuda que vence en el año. El Fondo de desendeudamiento parido por un nuevo DNU se constriñe a la cantidad estricta para esa finalidad, 4382 millones de dólares.
Como comentó este cronista en su nota del domingo pasado, autoridades actuales y pasadas del Banco Central, no afines al kirchnerismo, admiten que (con las mencionadas cortapisas) es sensato transferir esos fondos del Central al Tesoro Nacional. No se trata sólo de preservar la “base monetaria”, concepto impropio cuando no existe un régimen de conversión. También de dejar en el Banco Central recursos suficientes como para cubrir los encajes de los bancos privados, un colchoncito para enfrentar corridas del dólar, otro para honrar los intereses adeudados al Banco de Basilea y algo más, por si las moscas. Una merma como la dispuesta ayer no hace zozobrar al Central y es consistente con la reapertura del canje de deuda, convalidada por ley hace pocos meses.
Por añadidura, como resaltó Cristina Fernández, este oficialismo ha mantenido siempre un nivel de reservas altos, comparado con los de administraciones precedentes. Es uno de los pilares de su “modelo”, que no tiene tantos.
Dos aspectos cambiaron desde enero, uno es el emprolijamiento reseñado. El otro es el relevo de Martín Redrado y la designación de Mercedes Marcó del Pont, quien no entorpecerá la transferencia como lo hizo el Golden Boy. Esa es la ventaja relativa más fuerte a favor del oficialismo. El Banco Central, tras el veloz acuerdo de su Directorio, ya comenzó la transferencia de los fondos.
Hablemos de guita: La oposición, tal es su recurso más usual y su karma, puso el grito en el cielo. Alfonso Prat Gay perdió su habitual aplomo, se quejó de que disponen “la guita”, expresión admisible en Arturo Jauretche o el añorable Enrique Silberstein pero no en un ex banquero central. El derrape sería un pecadillo venial si no se hubiera acompañado con una alusión despectiva a Marcó del Pont, tildándola de “amiga” de la Presidenta. La economista tiene una prolongada trayectoria pública (de significativa coherencia) previa al kirchnerismo y aun a la transición de Prat Gay del mundo financiero al funcionariado o al Parlamento. Como protagonista que es, Marcó del Pont es pasible de críticas, señalamientos, reproches u objeciones a otorgarle acuerdos. Pero nada autoriza al ninguneo o al desprecio a quien ejercita un cargo institucional, por parte precisamente de quienes hacen artículo de fe de enaltecer el respeto republicano, el consenso y los modales correctos.
La anécdota ilustra acerca del marco enardecido que se veía venir y que la presentación de la Presidenta atizó.
Racconto: La sorpresa, tan cara a los Kirchner, llegó al final. Insumió cinco minutos de un discurso que llevó una hora y tres cuartos. No fue de los mejores de la Presidenta: perdió el hilo varias veces, soslayó temas importantes. Y, contra lo que suele hacer, se perdió en digresiones que la distrajeron, incluyendo recurrentes alusiones a su antiguo rol de legisladora y aun a la banca en que estaba sentada en distintos trances de la historia reciente.
Cristina Fernández se movió más cómoda en el terreno de los datos duros: crecimiento, baja de la mortalidad infantil, merma de la desocupación, puestos de trabajo conservados merced al programa Repro.
Se entusiasmó cuando describió el “piso” de derechos sociales consolidado desde 2003: ampliación de la masa de jubilados, la asignación universal por hijo, aumentos de los salarios mínimos, los de los docentes e investigadores, entre otros puntos. Le cabe razón, son puntos fuertes, aunque seguramente exageró en ranquear a ese piso como el más alto de la historia. Las comparaciones son arduas, pero la Argentina atravesó momentos con mayor número de asalariados formales, que ganaban bastante como para “parar la olla”, tuvo tasas de sindicalización incomparables con la de hoy, la distribución del ingreso supo ser más equitativa, la desigualdad menos afrentosa. Esas son asignaturas pendientes del “modelo” que no se pusieron en cuestión ni se aludió a instrumentos para saldarlas.
Domicilio existencial: La Presidenta entró en un recinto cuyo aire se podía cortar con cuchillo. Fue ovacionada por los propios y recibida con la versión completa de la marcha peronista. Así son los clásicos. Cristina Fernández saludó, con una mano en el corazón y la otra haciendo la “ve”. Enunció, varias veces, profesión de fe justicialista. Llegó a autodefinirse como “peronista primero y abogada después”, un orden que acaso la indujo a repetir un sambenito de los devotos de la mano dura, aquel que habla de los delincuentes “que entran por una puerta y salen por la otra”.
En cualquier caso, el reforzamiento de la identidad, la nula alusión a transversales, movimientos sociales o fuerzas progresistas ajenas al PJ, emblocó, reafirmó un rumbo sesgado elegido por el kirchnerismo. La alianza con el pejotismo, los intendentes y la CGT fue contrapartida de la gobernabilidad. El pacto se prolonga, quizá mantenga esa ventaja pero es improbable su capacidad de convocatoria a gentes de otras familias políticas, que se supieron congregar en los primeros años del mandato de Néstor Kirchner.
La Presidenta mentó en un par de ocasiones al centésimo primer hijo recuperado. En un palco bandeja, Hebe de Bonafini y Estela Carlotto la aplaudían. Ninguna otra fuerza gobernante contó con sus adhesiones, logradas merced a la política que esas militantes tenaces reclamaron durante décadas. Ninguno de los presidenciables con mejores perspectivas de la oposición parece tener interés en sumarlas ni explica mucho qué hará respecto de esas políticas.
Palabras y silencios: Una identidad y un discurso se definen por las palabras, por los tópicos repetidos tanto como por los silencios. La Presidenta repitió menciones a Perón, la palabra “record”. No aludió al Indec (uno de los peores errores del kirchnerismo) ni a la inflación, un fenómeno socio-económico preocupante. Recorrió a sus aliados, los “saludó” con menciones (Hugo Moyano, Agustín Rossi, Héctor Recalde, Patricia Fadel, Kirchner mismo). En una elipsis llamativa para una peronista, poco atendió al “pueblo”, a la “gente” o “a los trabajadores” como sujetos, aunque sí como objeto de sus políticas.
En el relato, la salida de la crisis es un éxito de una fuerza política, casi de un elenco gobernante, no de los ciudadanos del común que se bancaron la malaria, que tuvieron autoestima para levantarse y creatividad para reciclarse, que no se salieron del tablero democrático. Merecían ser recordados, acariciados.
El Bicentenario también quedó relegado en la larga presentación.
El kirchnerismo ha ganado, en la era de Cristina Fernández, consistencia interna, identidad y militantes, en tanto ha perdido apoyos masivos importantes. La Presidenta interpeló, como es su costumbre, a la fuerza propia que se habrá sentido conmovida y reconocida. Pero es dudoso que haya abierto tranqueras, disipado suspicacias, tirado un cable a otros ciudadanos.
Apuesta y déficit: El oficialismo se resignó a una derrota táctica, pero no a la inmovilidad. Apuesta a que la fuerza de los hechos ponga en caja la economía, dinamice el canje, los bonos suban... tal vez suceda. También presupone que los gobernadores darán una mano y que no todos los opositores seguirán de punta, con las concesiones tácitas realizadas. Habrá que ver. Si su movida pragmática naufraga, las consecuencias serán de temer.
El nuevo Fondo es medida coherente con la premisa de ir cerrando el círculo de la deuda, compartida por la enorme mayoría del llamado “Grupo A”. En otro contexto hubiera podido pasar sin tamañas estridencias. No en el actual, tan antagónico y dualista como el discurso de la Presidenta. Persiste una carencia sistémica de la dirigencia política, que juega al suma cero y se enfrasca en un microclima que abusa de la dimensión trágica. Por ahora, ninguna figura de primer nivel de cualquier trinchera aporta para ir reparando ese déficit colectivo.
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