Jue 04.03.2010

EL PAíS  › OPINIóN

El poder del número

› Por Mario Wainfeld

Las peripecias menudas de la semana pasada quedaron atrás, el conglomerado opositor pudo formar quórum propio en el Senado. Avanzó sobre las comisiones, despachó en trámite express el dictamen rechazando el pedido de acuerdo de Mercedes Marcó del Pont, a quien citó con menos de tres cuartos de hora de antelación, denegó indignado su pedido de postergación,. En pocas horas armó un escenario a su gusto y placer. Hubo variadas transgresiones reglamentarias, prepoteo al otro, nulo debate, ahorro de argumentación en la Cámara (aunque no ante las cámaras de tevé) y un asalto a saco en las comisiones.

Se impuso la ley del número con algunas desprolijidades formales, que no le restarán adherentes. Se dirimía, en forma desnuda, el esquema de poder en el Senado. En la cultura política argentina (no sólo en el kirchnerismo) cuando de eso se trata, los goles con la mano se festejan tanto como la gambeta a seis defensores en fila.

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El quórum y la mayoría estrictos facultan a la oposición a imponer su voluntad, así fue. Se trata de una sumatoria de minorías electorales y legislativas. La primera minoría en ambos terrenos (aun con su pobre desempeño de 2009) quedó alienada del reparto. Al oficialismo, por primera vez en la historia del Parlamento, se le negó cualquier prerrogativa en las comisiones.

Queda armado un esquema inédito, difícil de funcionalizar en un sistema presidencialista, imposible en uno parlamentario. Una experiencia novedosa, sin antecedentes que la acrediten. Está de moda prejuzgarla auspiciosa, el cronista ve con pesimismo sus perspectivas a menos que los protagonistas mejoren mucho y aprendan mucho.

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El senador Carlos Menem se reportó al Grupo A, al que pertenece por historia, razones y afinidades evidentes. Hubo apenas un trámite previo, que fue que le pagaran fastuosamente con cargos en comisiones. La oposición enmendó su trazado anterior, presuntamente equitativo, en detrimento del Frente para la Victoria. Le concedió al ex presidente un espacio desproporcionado a su peso político, pero acorde con su precio estratégico: el voto 37 vale oro.

Un Menem desconocido, distraído por momentos, poco dado a la sonrisa y a la salida ingeniosa se entretuvo en rueda de prensa. Evocó los cuernitos que hiciera Néstor Kirchner en su jura como senador por La Rioja. Destacó que lo había perdonado “pero no olvidado”. Dejó una sola duda picando: elogió sin ambages a Marcó del Pont, aunque dejó a salvo que debe hablar sobre el acuerdo con sus compañeros de bancada, que persistieron en esquivar la foto con él.

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El voto popular contuvo una reprobación severa al oficialismo y estableció un nuevo equilibrio en las cámaras. Lo que no hizo, ni podía hacer, era armonizar su veredicto con el funcionamiento del sistema político. Ya se comentó en estos días, el número de integrantes de cada comisión senatorial no es determinable con una mera operación matemática. Depende de la capacidad de los políticos de darle sentido y hacerlo operativo.

En la percepción de este cronista, ni el oficialismo ni la oposición han sabido adecuarse al nuevo escenario. Jugaron permanentemente a suma cero, no encontraron canales de diálogo, cooperación y articulación. La carga de responsabilidades es variada, alta la del oficialismo pero ninguno está exento.

Los dos sectores se victimizan. La oposición hace de sus broncas un argumento, a menudo falaz: ayer se dijo que la estructura de las comisiones fue respuesta al desafío consumado por Cristina Fernández de Kirchner el lunes cuando es consabido que el acuerdo estaba escrito y sellado desde antes.

El oficialismo tensó la cuerda en variados momentos, la Asamblea Legislativa fue la más reciente, dando la creciente impresión de haber perdido muñeca y noción de la correlación de fuerzas.

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La ofensiva opositora va por el Fondo de Desendeudamiento y por la negativa al acuerdo de Marcó del Pont, para empezar. Habían sido presentados de modo sorpresivo, como place al kirchnerismo. La sorpresa se diluyó con presteza y, todo lo indica, será contrapesada por la relación de fuerzas. El oficialismo, para plasmar su propuesta, apostaba al hecho económico consumado y a eventuales cambios de criterio en el Senado. Suena difícil, en el contexto de máximo antagonismo, que alguien del Grupo “A” mude su voto.

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El calavera no chilla. El FpV no tiene legitimidad para enardecerse con la baja institucionalidad de los opositores. Estos, con Julio Cobos a la cabeza y sumando lo de ayer, no tienen legitimidad para arrogarse pureza republicana. El uso y abuso del número, desde ayer, tampoco los distingue.

La diferencia, hasta que se pruebe lo contrario, es que el oficialismo (y esto no excusa sus ligerezas institucionales) garantizó años de gobernabilidad y sustentabilidad económica. La pregunta del día es si las garantizará la avanzada opositora, sin programa ni ideas fuerza comunes, fuera de embestir contra el Gobierno.

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