EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Lo que quiera que haya sido, ya fue. Parece haberse llegado a un punto de difícil retorno. Y revisar su origen sólo tiene sentido si se lo aplica a cómo se sale, respecto de lo cual es muy dudoso hallar una respuesta segura.
Carece igualmente de mayor lógica detenerse en la descripción o reiteración puntual de los episodios de la escalada. En todo caso podrá decirse que esa misma generalidad no anda apasionada por los laberintos de decretos de necesidad y urgencia, reparto de comisiones parlamentarias, trifulcas por sus cargos o interpretaciones penales. Pero quién podría abstraerse de este clima que los grandes medios alimentan hasta la exasperación, en tanto son parte interesada y primordial de la puja. Aun así, los medios no inventan la advertencia presidencial de que se desconocerá el fallo de la Justicia que traba el uso de las reservas monetarias ni que habló directamente de “jueces alquilados” ni que el conjunto del antikirchnerismo ya blanqueó que habrá de recurrir a los artilugios que fuera para trabar al Gobierno. Los medios no inventan eso. Fantasean con otras cosas, manipulan, mienten, nutren, prestan cuanto coro sirva para socavar al oficialismo, pero eso no. Y ya es bizantina la polémica de quién y cuándo empezó, al estar regida por la subjetividad ideológica y los posicionamientos políticos que, precisamente, son los elementos que ya alcanzaron este grado de tensión.
En lo básico, hay quienes creemos que el inicio estuvo dado por algunas medidas de los K que afectaron intereses poderosos. Y hay quienes creen que se trata del estilo y la retórica presidenciales, por entenderlos propios de unos monos con navaja dispuestos a avasallar sin negociar jamás. Es una discusión de nunca acabar salvo, como quedó dicho, que se destine a entender de qué quedaron presos los sectores en pugna. Que los hay de dos tipos: los explícitos (Gobierno y oposición a través de sus rostros y gestos más ostensibles, incluyendo en la segunda a las megacorporaciones mediáticas) y los tácitos que figuran en segundo plano (el establishment en general, con excepción del movimiento campestre, que no tiene ningún problema en propagandizar su furia contra el oficialismo).
El Gobierno viene equivocándose duro y parejo en esa táctica completamente carente de estrategia –y por tanto definible como tacticismo– que consiste en despreciar las herramientas aptas para ampliar su base de apoyo y romper a la oposición hasta dejarla desnuda con sus miserias. Es así desde el proceso de la 125, cuando en lugar de partir el frente gauchócrata dejó que la Federación Agraria se entregara mansa a los brazos de la Rural&Cía. Del mismo modo en que hoy, en vez de tirar algún hueso a las provincias negociando un reparto más equitativo del impuesto al cheque o la coparticipación tributaria, deja que algunos gobernadores miren con mucho cariño las propuestas demagógicas del grueso opositor. Y esas sí que son formas que hacen al fondo, porque está en juego que le acrecientan una correlación de fuerzas desfavorable, como acaba de volver a revelarlo la suma de increíbles desprolijidades y provocaciones con los DNU y el manejo de las reservas.
Frente a ello, la apuesta K es cebar todavía más porque no quieren o no encuentran la manera de rearticular la dinámica que los encierra. Pero debe reconocerse que en la banda opositora no sólo es peor sino más grave todavía. Porque la acepción de la palabra no alude al lugar que ocupan sino a las características de “banda” como manga de sacados, con el solitario objeto de inmovilizar y demoler absolutamente todo lo que exprese al oficialismo. Dejó de ser con exclusividad el paradigma de Carrió, de quien hace rato ya no cuenta ningún análisis político que no pase primero por sus perfiles psicológicos. Es el conjunto de la oposición el que termina de tomar el Senado por asalto, violando todos los reglamentos, repartiéndose las comisiones sin respetar proporcionalidad alguna; e incurriendo en el escándalo de vetar a una técnica irreprochable como Marcó del Pont, ¡¡¡como ellos mismos lo admiten a la par de reconocer que lo hacen únicamente por una razón de represalia!!! Es impresionante, pero dispensemos que, en síntesis, operan con la misma moneda de inescrupulosidad institucional que es adjudicable al kirchnerismo. Mas luego, ¿para qué lo hacen? ¿A dónde quieren llegar?
Hágase el esfuerzo de cierta abstracción subjetiva, en el sentido de apartar por unos segundos los factores pasionales. El Gobierno, así se opine que es entre malo y horroroso, presenta un modelo equis de país y medidas mejores o peores en dirección con eso. Es algo concreto, visible, respecto de lo que se está a favor o en contra en sus diferentes graderíos. Y está el caso de los que se ubicarían a su izquierda, pero no para juzgar ahora si acaso no concluyen siendo la izquierda de la derecha o un mero divague parlanchín. Proyecto Sur, los grupos del trotskismo, poco más. Tienen propuestas que también son específicas, directas. En cambio, esta gente del aunado opositor: los radicales, los menemistas, algunos socialistas, los ex duhaldistas, los panradicales, los panperonistas, ¿dinamitan al Gobierno para reemplazarlo por qué cosa?
Es aquí donde cabe agregar al resto de la oposición, con los grandes medios y “el campo” encabezando a un establishment en el que también el sector industrial da muestras de animadversión hacia el oficialismo. Lo contradictorio de esos sectores es que los números de la economía siguen dándoles a favor. Continúa el record de producción y venta de autos, lucen orgullosos su “cada vez más pujante” Expoagro, creció casi un 7 por ciento el consumo de servicios... ¿En qué quedamos? Es obvio que sus aspiraciones de máxima pasan por un retorno a las líneas-guía de los ’90, pero eso choca contra este esquema de reactivación del mercado interno con el que les va muy bien. ¿Qué quieren, entonces? Se diría que más o menos esto mismo, pero sin los Kirchner porque les joden algunos o varios negocios. Sin embargo, eso (les) conlleva otro problema, porque son los Kirchner, más cierta parte significativa del aparato sindical, más algunas políticas asistenciales devenidas de aquella reactivación que ellos transformarían en ajuste, lo que garantiza una alta cuota de paz social. ¿Quiénes “controlarían” a gremios y piqueteros? ¿Cobos? ¿Reutemann? ¿El hijo de Alfonsín? ¿Solá? ¿Macri? Ellos u otros en cuanto a lo que (no) significan como poder fuerte, como estructura de tal. ¿No sería mejor hablar en serio?
Volvamos al oficialismo. ¿Se puede gobernar con la prensa casi hegemónica en contra, con gran parte de la Justicia en contra, con todo “el campo” en contra, con toda la oposición en contra salvaje y con casi todo el resto de los agentes de poder a punto de contrariar? Se supone que sí, en tanto y en cuanto se constituya un contrapoder enorme sostenido en restitución de confianza y movilización de sectores populares y capas medias. ¿Quieren los K? ¿Están dispuestos? Buenas preguntas. No tenemos las respuestas.
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