EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
La estrategia de tierra arrasada con que los grandes medios empujan y presionan a la oposición desde la derrota del oficialismo en las elecciones del 28 de junio empezó a mostrar efectos de irrealidad y síntomas de desgaste. La derrota en el Senado después de varios días de exaltación de una realidad monolítica que la oposición no tiene –ni tiene por qué tener– demostró los hechos como son: existe una primera minoría y una oposi ción saludablemente diversa. Una situación que deja el juego abierto y no lo condena al determinismo antigobierno reclamado con argumentos equívocamente republicanistas.
Pintar a un gobierno, éste o cualquier otro, como un villano peor que la dictadura, proponer el odio contra los Kirchner y en función de ese escenario convocar a una unidad opositora de salvación nacional, como hacen los grandes medios heridos por una ley que los perjudica, es un esquema que no parece demasiado ajustado a la realidad. Esa homogeneidad que se exige a la oposición para arrinconar al gobierno solamente es legítima en situaciones límite de verdad, las que, por suerte, no se dan. Cuando esa unidad se fuerza sin que existan las condiciones que la justifican, la democracia se empobrece en un juego entre dos partidos, el oficialista y el opositor, la polarización tiende a borrar diferencias y matices de uno y otro lado, y el debate y la confrontación de ideas son reemplazados por una lucha sólo por el poder.
Pero insistir en ese escenario tan extremo es la única forma de eliminar las críticas más cercanas, tanto en el oficialismo como en la oposición. La crítica se acalla ante el riesgo que despunta desde el campo adversario. En general, el escenario que vienen reclamando los grandes medios a la oposición, y que de algún modo empobrece aún más el hacer político, fue el que se vivió durante toda la semana que pasó y que implicó una derrota inesperada para la oposición. Inesperada para ellos porque se confiaron en una homogeneidad que por suerte no existe. Por suerte para la democracia, no para el Gobierno, que ahora resultó favorecido pero que en otras oportunidades esta característica le puede jugar en contra.
Durante esos días desapareció la oposición de centroizquierda en un fenómeno difícil de explicar, por el cual legisladores que provienen de corrientes progresistas, como los cordobeses del juecismo o el socialista de Santa Fe, se plantaron junto a Carlos Menem, Juan Carlos Romero o Liliana Negre de Alonso en contra de Mercedes Marcó del Pont, una de las pocas presidentas progresistas que ha tenido el Banco Central.
Se sabe que juecistas y socialistas tienen diferencias con los otros senadores de pensamiento tan conservador, sin embargo no lo demuestran cuando acuerdan que la senadora Negre de Alonso, partidaria del Opus Dei, presida la Comisión de Legislación General del Senado. Para el socialista Rubén Giustiniani, que ha impulsado proyectos a favor del aborto, constituye un retroceso esta alianza falsamente planteada como de salvación nacional. Para los juecistas, que han impulsado temas de derechos humanos, coincidir con senadores que están planteando amnistías o la reivindicación de Videla, también es un problema. Pero sobre todo desaparece esa diversidad de enfoque que puede plantear la oposición de centroizquierda.
Este reduccionismo de la diversidad política intenta que voten juntos reutemistas y socialistas y que los juecistas compartan el discurso con su comprovinciano el “milico” Aguad, cuando ellos surgieron supuestamente para superarlos. Pero, más allá de los nombres, tampoco hubo nada de progresista en ninguna de las posiciones que los unificó. Por el contrario, todos estos acuerdos han sido en función de propuestas conservadoras como la intangibilidad de las reservas del Central, el rechazo a Marcó del Pont o el fortalecimiento de las posiciones más conservadoras en cuestión de género, educación sexual o discriminación. Apoyar a Negre de Alonso y votar en contra de Marcó del Pont es reaccionario.
Para la oposición progresista, esta alianza a la que es llevada por la gran bola mediática que pinta un cuadro imaginario de crisis extrema implica perder gran parte de su identidad en función de hechos y medidas de corte conservador. Incluso en un determinado momento la ofensiva lanzada desde esta alianza opositora dejó en el aire el fuerte olor a pólvora destituyente. No de impulso golpista, sino de no dejar gobernar, de atarle las manos al Ejecutivo entre un coro de columnistas exaltados que reclamaban cada vez más de la oposición cuando sus dirigentes no lograban ponerse de acuerdo o expresaban sus diferencias lógicas.
El famoso mito alrededor de los 37 no puede definir los movimientos de todos los actores de un paisaje tan heterogéneo. Si la oposición reúne o no esa cantidad de votos en el Senado para tener quórum y mayoría propia debería ser algo a discutir frente a cada debate. Resulta absurdo que por el famoso 37, cual fórmula de la Cabala, desaparezcan las diferencias, muchas de ellas de fondo, entre las distintas corrientes políticas que están expresadas en la Cámara alta, tanto en el oficialismo como en la oposición. A no ser que los socialistas piensen igual que los menemistas, o los menemistas igual que la Coalición Cívica y los radicales y que todos ellos formen el gran partido de la oposición, en cuyo caso sería interesante que se lo hubieran comunicado a sus afiliados antes de las elecciones.
Los medios no tuvieron piedad por la derrota de la oposición en el Senado y titularon con un desprecio profundo hacia este sector que, desde sus necesidades, no sirve para frenar al Gobierno. Algunos de los dirigentes salieron a repartir culpas y sospechas, como suele suceder después de las derrotas, las que, como todo el mundo sabe, no tienen madre ni padre. Luis Juez y Elisa Carrió se anotaron en esa gimnasia bajo la suposición de que esos 37 senadores opositores están condenados a votar en línea durante los próximos dos años. Los radicales fueron más sensatos al reconocer que en los debates políticos a veces se gana y otras se pierde. Se puede buscar el motivo de esa derrota en la corrupción, como eligieron Juez y Carrió, o en el reconocimiento de la diversidad que existe entre esos 37 senadores.
No es un dato menor que se trataba de votar en contra de una de las economistas con mejores antecedentes para encabezar el Banco Central, “una militante de siempre por la producción y contra el ajuste”, como ella misma se definió, coincidiendo, seguramente, con una porción importante de peronistas, socialistas, radicales y algunos juecistas. Y, sin embargo, se les exigía a los 37 un rechazo airado a Marcó del Pont como si se tratara de una delincuente. Se la citó sin escucharla ni hacerle preguntas y con predictamen negativo ya anunciado públicamente en revancha por la maniobra del Gobierno de anular un DNU para pagar deuda con reservas y, al mismo tiempo, promover otros dos similares.
Los contendientes de ambos lados, el oficialismo y la oposición, mostraron que están dispuestos a jugar fuerte, sin salirse del marco institucional, pero forzándolo al máximo. Los dos argumentan que es la única opción que les dejan desde la trinchera de enfrente. En todos esos encontronazos ya hubo algunos resultados que deberán concretarse la semana próxima. Marcó del Pont ganó dos votos de los 37 que tenía en contra y es probable que permanezca al frente del Banco Central. Y en relación con las reservas, finalmente el Gobierno accedió a respaldar un proyecto de ley similar a sus DNU. Se verá en ese caso el resultado, aunque también habría otros dos votos de los famosos 37 que respaldarían el proyecto además del oficialismo. Es un resultado al que se llega con los ojos morados y varios chichones. No parece la mejor manera para tomar decisiones y no estaría de más que oficialismo y oposición investiguen caminos menos dramáticos. Por otro lado, la idea de un sector de la oposición de atornillar los 37 votos se demostró como irreal, y muy desfavorable sobre todo para el centroizquierda opositor, que termina desdibujado detrás de posiciones muy reaccionarias.
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