EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Aunque la semana pasada volvió a demostrar, sobre todo, la probabilidad de que política y economía vayan para extremos opuestos, quedan algunas reflexiones cuya ratificación es contundente. Y, en algún punto, hasta novedosa.
La principal es que si el rejuntado opositor no se apura a ensamblar algún consenso de modelo alternativo, convincente y respaldado por la superación de sus vanidades, tendrá dificultades progresivas para consolidar tanto el favor social como el apoyo mediático y corporativo. Ello no contradice lo que viene sosteniéndose en esta columna, a propósito de que el kirchnerismo se las arregla para insuflar de vida a esa bolsa de gatos (no porque todo oficialismo necesita de oposición para construir relato sino por los errores que comete). Y tampoco es antitético con que la corrección de esos yerros le exigirá una enorme tarea, ya sea por las características personales de sus figuras estelares como por lo arduo que sería desandar lo que se hizo mal. Y todo eso, a su turno, sin perjuicio de que el cuerpo central de las críticas que reciben los K es por lo que hicieron bien. Pero los sucesos acompañantes del linchamiento senatorial a Marcó del Pont, final o parcialmente fracasado, sugieren que en el oposicionismo puede ocurrir algo más fuerte que un nuevo traspié legislativo.
Por muy redundante que sea, es necesario reiterar, sólo como menciones, la cadena de desatinos que acumularon últimamente. Al cabo de la desprolijidad o bravata, como se quiera, del trámite oficial con los DNU, el frente opositor decidió que debía proceder con las mismas armas que les cuestionan a los K y tomó dos resoluciones simultáneas. Asaltar el Senado, violentar todo reglamento parlamentario (o el sentido común, directamente) y repartirse las comisiones a gusto y piacere. Después, ajusticiar a la titular del Banco Central, admitiendo sin empachos que el objetivo sólo consistía en eso, aun cuando no tuvieran forma de cuestionar sus antecedentes.
Lo primero fue operado cual decreto de necesidad y urgencia. Pero, de tan exultantes que se mostraron en el festejo, perdieron de vista nada menos que su carácter de rejunte, pasible de trastornarse a la primera de cambio. Les ocurrió entonces que una Elisa Carrió más desorbitada que de costumbre llamó a la prensa y arremetió contra radicales, Solanas, “centroizquierda o como se llame”, por no prestarse a sesionar en Diputados para voltear los DNU de las reservas. “Es una vergüenza”, dijo Carrió de sus parientes de la bolsa mientras lo más suave escuchado a éstos, en privado y no tanto, fue que “con esa loca ya no se puede ir a ninguna parte”. Encima la acusaron de apoyar por debajo de la mesa la negociación entre Cobos, Pichetto y Morales, a la par de que Solá hablaba de una semana perdida por culpa de esos tres para que sus colegas del peronismo disidente, en consecuencia, le endilgaran estar pegado a Carrió. Así llegaron a lo que debía ser el cruce con Marcó del Pont en el Senado. Se puede opinar que la intervención de la funcionaria fue indefendible, o bien que les pegó un paseo. En cualquier caso, lo trascendente es que, al finalizar, Morales dijo en nombre de su bando/a que no iban a formular preguntas, convencidos todos de que ya no había retorno de lo más larga que la tenían para tumbar a la funcionaria al día siguiente.
Pero de nuevo se les escapó la tortuga, como cuando calcularon que Carlitos dejaría de jugar al golf en La Rioja para darles quórum, y esta vez fueron dos senadoras quienes los dejaron pedaleando en el vacío. Con el agravante de que una de ellas, Roxana Latorre, dijo lisa y llanamente que no se prestaría al clima golpista que reina en el Congreso. Cualquier suspicacia, en torno de que por qué hicieron lo contrario de lo que el rejunte esperaba, no modifica en absoluto la impericia de los mascarones opositores. Y por si faltaba algo se desperezó el Gardiner de Santa Fe, para señalar que está muy desentusiasmado con la fragilidad del bloque anti K. Del mendocino, en cambio, casi sólo constan sus paseos por Expoagro. Pero ya se sabe que lo suyo es hacer la plancha. El Lole se diferencia porque de cuando en cuando tiene algún ataque de algo.
Esta especie de exhibición del aquelarre opositor (y he aquí, tal vez, el punto novedoso) ya no pudo ser ocultado por los grandes medios, que militan a su mismo ritmo en el socavamiento del oficialismo. Este, quedó dicho, pareciera ofrecer siempre una excusa para zaherirlo por algunas buenas razones. Acaba de perpetrarse una nueva grosería en las cifras de inflación, por ejemplo. Sin embargo, eso o el dichoso tema de las “formas” gubernamentales en general comienzan a dejar de alcanzar para el disimulo de las lacras contrincantes. Fue notable, en estos días y en la generalidad de la prensa opositora, oral y escrita, el modo en que sus principales referentes convocaron a que haya algún espíritu de grandeza en las filas del rejunte.
El principal editorialista de La Nación escribió sobre la ausencia de “liderazgo y estrategia” por parte de una oposición “(también) increíble”. En Clarín están descubriendo que el kirchnerismo no tiene la culpa de los goles en contra que se hace el equipo opositor. En numerosas entrevistas radiofónicas, varias figuritas de ese team fueron interpeladas acerca de si son conscientes de que dan una imagen patética y de estar cansando a “la gente”. Y hasta los monseñores emitieron un documento en el que priorizaron llamar a la “cordura”, contestes quizá de que los locos de su lado pueden ser peores que los del otro. Le pidieron audiencia a la Presidenta, aunque si de cordura se trata habría sido mejor que no se hubieran despachado con urgencia para darle la extremaunción al marido.
Y aconteció eso de que “los mercados” no tomaron nota del clima político. O mejor dicho: andan a favor. Empezaron a diluviar los dólares de la cosecha de soja, las cifras del superávit comercial viajan a esas mismas nubes, descuentan que la deuda se pagará, la divisa estadounidense está quieta, crecen el turismo y la venta de electrodomésticos, la producción de autos no cesa y datos privados sitúan el crecimiento económico del año en un 4 por ciento. Nada de todo eso es un invento del Indek. Ergo, surge apropiado retomar la hipótesis, ya expresada también en este espacio, de que la aspiración de máxima en los grandes factores de poder sería algo aproximado al modelo vigente, pero sin los Kirchner. Como ya se dijo igualmente, interfieren en algunos o varios negocios, impulsaron una Ley de Medios que los enfurece, afectan símbolos muy importantes de la clase dominante, tienen buenas relaciones con ciertos ejes del Mal y, en síntesis, desatan pasiones contestatarias.
Esa insaciabilidad los urge a encontrar una conducción política asaz inteligente, robusta, sin chiquitajes. Detestan al oficialismo, pero miran enfrente y se encuentran con un adefesio que no deja de pasar un papelón tras otro. Ya no saben, en una palabra, a quién mirar con cariño. Y estos días, para subrayar, parecen haber iniciado el ser testigos de tal cosa.
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