EL PAíS › OPINIóN
› Por Ricardo Forster
1 El calidoscopio argentino siempre nos ofrece un frenesí de imágenes que cambian como el movimiento imprevisto de las hojas otoñales al ser sacudidas por el viento. Lo que el día anterior parecía sellado, al día siguiente ofrece su rostro inverso. Lo que la semana anterior se ofrecía como la anticipación del “fin de una época”, como el anuncio oracular que cierta pitonisa afecta a las frases de neto corte apocalíptico suele lanzar al escenario de una sociedad algo desconcertada anticipando la llegada de los “días terribles” que serán seguidos por “la alegría del nacimiento mesiánico” (mezclando tradiciones helénicas con retóricas bíblicas sin tener mucha conciencia de tan particular alquimia), se hunde, la semana siguiente, en frases despechadas y agresivas contra los otrora entrañables compañeros de viaje rumbo a la “verdadera República” que, a los ojos relampagueantes y alucinados por tantas visiones de tan esperpéntica figura de la política autóctona, se convirtieron, de la noche a la mañana, en “traidores”, en culebras venenosas dispuestas a pasarse con armas y bagajes a las huestes del Anticristo. Acompañándola en este resentimiento contra sus antiguos aliados, hoy vemos de qué manera los periodistas estrella de los principales diarios se dedican a despotricar contra una oposición “incoherente”, “incapaz”, “desquiciada” e “inútil”, esa misma que antes de ayer era la salvaguarda de la patria. Qué rápido que avanza la desilusión y cuán poco dura la fama entre los escribas de La Nación y de Clarín dispuestos, ahora, a arrojar al tacho de los desperdicios a sus héroes de la oposición. Cuidado con su inclinación a buscar por otros lados más oscuros de la memoria nacional, allí donde ven de qué manera y para horror y espanto de la gente bien los “olvidados e incontables” reaparecen en la escena reclamando su visibilidad. Honduras como espejo en el que algunos de esos escribas desean que se mire el país, sigue allí presente y activado en los laberintos de una gestualidad destituyente que recorre los pasillos tribunalicios, las “mediaciones” eclesiásticas y los comunicados de las grandes corporaciones económicas. Por ahora, al menos y para escarnio de los responsables de tanta frustración, quedó un tanto debilitada la pata legislativa, esa que amenazaba con destronar la soberbia autoritaria del oficialismo. Esta ha sido una semana pródiga en acontecimientos y en enseñanzas. También han sido días de intensidades políticas capaces de abrir dimensiones que parecían clausuradas reconstruyendo puentes impensables con antiguos acontecimientos que han marcado hondamente la historia nacional y que, bajo las luces reinterpretativas del presente, asumen rasgos nuevos, esos que emergen de lo que rompe el deslizamiento esperable, acumulativo y rutinario de la temporalidad política para derramar, sobre la época, otra lógica y otras oportunidades. ¿No será oportuno leer la actualidad con los prismas de un Walter Benjamin allí donde reclamaba la necesidad de pasarle a la historia el cepillo a contrapelo y al tiempo evolutivo y lineal de la dominación desplazarlo por el instante que es peligro y oportunidad?
Ahora todos sospechan de todos. Los radicales de sí mismos descubriendo que el “efecto Cobos” empieza a remitir y van surgiendo otros posibles candidatos más gratos a los boinas blancas, maestros de una retórica hueca que ofrece una imagen desolada de su propia tradición. Los “peronistas disidentes” haciendo lo que siempre han hecho, devorarse sin contemplaciones los unos a los otros y soñando con ser, cada uno, el nuevo sultán de la Argentina. Los socialistas preguntándose qué hacía su senador entre Menem y Reutemann y por qué terminaron por apoyar al Opus Dei dentro del Senado de la Nación. El centroizquierda de Proyecto Sur y sus aliados mirando desde fuera el partido que se jugaba en el Senado y que amenazaba con eliminar a la primera presidenta del Banco Central ajena a la ortodoxia neoliberal mientras se dedicaban a ser funcionales a una oposición que quería ir por todo (eso sí, muy alegres por haber logrado la presidencia de alguna comisión –no importa que en el resto se nombrara a lo peor de la derecha destituyente y corporativa– y la promesa de una investigación de la deuda ilegítima por parte de los mismos que la generaron). Lo insólito, lo absurdo y lo grotesco se mezclaron en el interior de una oposición impresentable que se preparaba para pasar por las armas a Mercedes Marcó del Pont y que terminó dándose cuenta de que los fusiles tenían la pólvora mojada.
Ahora, desconcertados y sospechando todos de todos, ya no saben quiénes son los leales y quiénes los traidores. Difícil, muy difícil ofrecerse como garantía de futuro cuando se hunden en el pantano de un presente que los muestra como lo que efectivamente son: una tienda de los milagros más dispuesta al derrumbe que a la consolidación de una acción unitaria sostenida pura y exclusivamente por el más craso oportunismo. Alguna gente comienza a preguntarse, incluso contra lo que creían hasta ayer nomás, qué defiende esta oposición, hacia dónde quieren llevar al país y cuál es su límite. Por extraño que parezca a veces la fragilidad, la puesta en evidencia de un acto de injusticia –como el que estuvo a punto de cometerse contra Marcó del Pont– o la percepción creciente de un gobierno acorralado y debilitado abre insospechadas reacciones y redefine la lógica de los acontecimientos. La debilidad no suele cotizar en la bolsa de la política y de los políticos pero sí en el interior de una sociedad que descubre que no todo lo que se le dice es verdadero y lo hace cuando percibe que una cierta injusticia se está por cometer o cuando la trama de la realidad vuelve a aparecer como frágil y muy próxima al peligro abismal. A eso, sin comprenderlo por ignorancia y obsecuencia con el poder corporativo, es hacia donde amenazó con llevar la oposición al país en las últimas semanas aprovechando los errores del Gobierno y su desconcierto inicial para leer los cambios en las representaciones parlamentarias. Cuidado con tensar demasiado la soga porque se puede romper.
2 Todo eso y más puede suceder en una Argentina loca e intensa que, en menos de 24 horas, fue testigo de un extraordinario y multitudinario acto en Ferro del que participaron decenas de miles de entusiastas militantes y que en la noche del viernes replicó, bajo otras características, en una impensada movilización de miles de ciudadanos muy de clase media que marcharon hacia la Plaza de Mayo para comenzar a desmentir que en la ciudad de Buenos Aires todos y cada uno de sus habitantes más favorecidos, aquellos que no provienen de las barriadas humildes y que suelen ser reducidos a carne de cañón del clientelismo por la gran prensa del poder, se dedican en sus ratos de ocio a declarar su odio mortal hacia el Gobierno y, en particular, hacia los Kirchner. Comienzan a soplar otros vientos, en este caso, desde la sorprendente convocatoria de un grupo de espectadores de un programa de televisión. Extraños tiempos en los que las tecnologías de la comunicación pueden abrir los grifos de multitudes que reclaman más violencia contra los pobres (las andanzas ya casi olvidadas del falso ingeniero Blumberg fueron testigo de esa “comunidad telemática” lanzada contra el Gobierno), pero que también pueden servir para construir otra plaza, una que recuerda viejas jornadas de matriz y tradición popular y progresista. Calidoscopio de la política, insisto, que permite que bajo la misma forma tecnológica se manifiesten distintos contenidos y muy diferentes alternativas morales. No es un dato menor de la realidad actual ese desplazamiento o esa brecha que comienza a abrirse en el interior de la clase media. De la misma manera, que constituye un efecto propio de estos tiempos hipertecnologizados la apropiación de ciertas formas de la comunicación para inyectarle contenidos inesperados redefiniendo los trazos cada vez más complejos de la política y de las representaciones subjetivas. La compleja urdimbre de forma y contenido, vieja temática de la tradición filosófica al menos desde Nietzsche en adelante, regresa sobre nosotros exigiéndonos pensarla con ojos críticos y no dogmáticos, alejándonos tanto de la ilusión de un giro “liberador” de la mano de las nuevas formas tecnológicas como de un rechazo absoluto a los desafíos e innovaciones que esas mismas formas ejercen sobre la vida social, política y cultural. Lo sucedido el último viernes ofrece mucha tela para cortar.
De la misma manera que tampoco debe pasar desapercibido para quien intenta dar cuenta de la complejidad del momento, el contraste y la complementación (aunque parezca un contrasentido lógico) entre el multitudinario y festivo acto de Ferro organizado por los movimientos sociales y el que se había desarrollado un día antes en el Chaco, cuando Kirchner reasumió la presidencia del PJ. Afirmación del poder en el interior de la estructura pejotista con sus límites y sus zonas oscuras, de esas que llevan a que muchos de esos mismos dirigentes que hoy rodean a quien los conduce, mañana pueden abandonarlo sin inconveniente alguno (y esto para recordar que la oposición también habita en el interior del oficialismo que, a veces y en momentos particularmente significativos, lo descubre con espanto). Baño de intensidad militante en Ferro que, como escribió una columnista de La Nación que supo en otras épocas asumir posiciones radicalmente alejadas del vocero mediático de la derecha vernácula que hoy la tiene como columnista estrella, muestran las “dos almas del kirchnerismo”, esa que negocia con el aparato y esa otra que renueva las tradiciones populares y transformadoras. Claro que para la cronista, una notable estudiosa de la literatura argentina y una observadora de la vida cotidiana que acabó por adquirir la visión del mundo de cierta clase media palermitana preocupada por la persistencia de la pobreza mientras gira raudamente hacia el neoconservadurismo, esa doble escena separada apenas por 24 horas, en verdad no era otra cosa que la puesta en evidencia, así lo piensa y lo escribe Beatriz Sarlo, de la impostura y la ficción de todo aquello que toca el kirchnerismo. Nobleza obliga, al menos se vistió con su traje de etnoantropóloga, y se sumergió en la bestia negra de la historia argentina, para luego escribir su informe sobre pejotismo y militancia social. Pero a ella, alma sensible, le siguen preocupando los niños pobres, aunque escribe en el diario de aquellos que se dedican a multiplicarlos.
Una semana que hizo añicos el tablero de ajedrez con el que venía jugando una oposición que creía haber arrinconado a su adversario y que se preparaba para esas últimas movidas que suelen culminar, si las jugadas son las apropiadas, en jaque mate (la ahora denostada senadora Latorre lanzó al ruedo mediático, para indignación de las almas bellas y puras que pululan en la oposición y entre el “periodismo independiente”, la denuncia de actitudes golpistas en el Congreso de la Nación). No percibieron, porque son jugadores endebles y muy poco refinados, que nada es más difícil que resolver anticipadamente lo que el medio juego aún no permite. Se entusiasmaron con la toma por asalto de la fortaleza del adversario alucinando que todas las defensas y la posibilidad de contraataque estaban quebradas; no se detuvieron a contemplar sus propias fuerzas, no imaginaron que un buen jugador de ajedrez tiene como principal virtud la capacidad reflexiva y la sutileza con la que logra anticipar las movidas del otro diseñando estrategias de largo alcance. Creyeron, ilusos, que la tienda de los milagros bajo la que se reúnen, una tienda del cambalache nacional, estaba en condiciones de dar el salto definitivo hacia la rendición incondicional del enemigo tan denostado, odiado y subestimado.
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