EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Fernando Cibeira
“Estamos en una guerra de trincheras, como en la Primera Guerra Mundial, avanzamos un paso, retrocedemos un paso”, comparaba días atrás uno de los principales líderes legislativos de la oposición la situación en el Congreso. Lo cierto es que el panorama hoy está lejos de aquel deseo de tierra arrasada con el que el “Grupo A” amenazaba luego de la sesión de recambio en Diputados, en diciembre pasado. Azuzada por los medios, la oposición se enredó en su propio apuro y terminó cometiendo errores que pagó casi de inmediato.
Para empezar contó como propios senadores que, evidentemente, ya entendieron que les resulta más ventajoso moverse con libertad y votar según cada proyecto que alinearse sin más en un bloque. A esta altura, la oposición debe reconocer que no tiene mayoría en la Cámara alta y que su planteo de tener más representantes en todas las comisiones no se ajusta a la realidad. Por otro lado, el apremio por quitarle la iniciativa al Gobierno los llevó a pasar por alto impedimentos reglamentarios, reproduciendo el tipo de trapisondas que antes le achacaba al kirchnerismo, y le salió mal.
Por cierto, errores y contradicciones no son sólo patrimonio opositor. El oficialismo execró en público la “judicialización” de la política –ayer cargaron contra Julio Cobos por apelar el fallo del juez Lavié Pico contra la modificación de la Bicameral de los DNU–, pero no duda en acudir a Tribunales cuando la mano le viene cambiada. También se había rasgado las vestiduras porque la oposición le bajaba el pulgar a Mercedes Marcó del Pont como presidenta del Banco Central sin haber escuchado sus argumentos y luego escatima la presencia del ministro de Economía, Amado Boudou, cuando lo cita la Comisión de Finanzas. Es cierto, no es lo mismo, pero hace ruido.
Ni el oficialismo podrá seguir gobernando en las condiciones en que lo venía haciendo hasta diciembre ni la oposición podrá llevarlo por delante ahora. La situación pide a gritos que se consensúen algunas reglas de juego básicas para que el Parlamento no quede empantanado ad infinitum. No se recuerdan antecedentes de una resolución judicial que pare en seco el desarrollo de una sesión en el Congreso como sucedió el miércoles en Diputados. El absurdo da como para imaginar la necesidad de crear un fuero “parlamentario” con jueces ultracapacitados que puedan resolver en cuestión de horas cómo debe componerse una comisión bicameral o con qué recursos el Estado debe afrontar su millonaria deuda, todo sin siquiera tener la oportunidad de consultar a un asesor.
La ensalada es tal que ya no hay decisión parlamentaria que no merezca más de una interpretación y tenga como probable consecuencia un recurso judicial. La trasnochada sesión en Diputados terminó con dos votaciones propuestas por la oposición –sobre el ya olvidado decreto del Fondo del Bicentenario y el veto presidencial parcial a la reforma política– cuyos alcances reales todavía se siguen discutiendo.
Por cierto, hablar de “oposición” da la imagen de una homogeneidad que no es real. Otro legislador anti K, de los más intransigentes en el recinto, confesaba lo arduo que se volvía cada debate en que intentaban buscar una posición común, como ocurrió el jueves en la Comisión de Presupuesto de Diputados. “Somos seis bloques y cada uno piensa una cosa distinta. Estamos horas discutiendo, es como para volverse loco”, sostenía. Pero las diferencias surgen no sólo entre las distintas bancadas, sino entre los que se supone que pertenecen a un mismo espacio, dato que hay que imaginar acentuándose a medida que se acerque 2011.
El Acuerdo Cívico y Social es ya un recuerdo. En cada oportunidad que se le presenta, Elisa Carrió mira a los costados para ver cómo puede diferenciarse de sus ex aliados, casi siempre levantando las posturas más duras, que cada tanto puede modificar por motivos inescrutables. Lejos en la pelea por las candidaturas, Carrió apuesta todo o nada a quedarse con el rótulo de ser la primera antikirchnerista. Lo mismo podría decirse de Felipe Solá –no casualmente entre ellos se llevan muy bien– en el peronismo disidente.
A diferencia de Lilita, los radicales apuestan a comandar la oposición “racional”, una estrategia que imaginan terminará colocando a Julio Cobos en la Casa Rosada el año que viene, aunque eso les cueste los dardos irónicos de algunos colegas del “Grupo A”. Como para no quedar descolocados, los socialistas y Margarita Stolbizer buscan mostrarse con su propio juego acercándose al bloque de centroizquierda de Pino Solanas.
Pero más sorpresiva aún es la fisura abierta a la derecha de la pantalla, señora. Los empresarios y herederos millonarios Francisco de Narváez y Mauricio Macri protagonizaron un nuevo divorcio público, que tal vez sea definitivo. Es claro que De Narváez piensa que la que viene es su oportunidad de ser presidente y que es un tren que difícilmente vuelva a parar en su estación. Tiene la Constitución en contra, pero sueña con que si logra convertirse en un aspirante serio a la Presidencia la Justicia finalmente lo avale. Su plan por ahora es recorrer el país y juntar adherentes entre los peronistas antikirchneristas que ya se resignaron a que Carlos Reutemann abandonará una vez más la competencia. El entrerriano Jorge Busti lo recibió con los brazos abiertos.
De Narváez es un caso para el estudio del marketing político. Se impuso en la elección para diputado, pero se mantiene asombrosamente ajeno al entuerto en el Congreso, más allá de alguna obispal mención a la necesidad de “bajar el nivel de confrontación”. En su entorno aseguran que la gente no se lo cuestiona y que desde la semana pasada las encuestas lo colocan por encima de Cobos, a quien, a su pesar, no le está quedando otra que meter los pies en el barro debido al papel que decidió jugar en el Senado.
Macri nació en la Argentina, pero evidentemente eso no le garantiza nada. Con una pálida gestión que la salida de la Metropolitana no consiguió apuntalar, dos semanas atrás blanqueó tibiamente sus aspiraciones presidenciales en las que sólo un puñado de incondicionales cree. “Macri no tendría que cruzarlo a De Narváez, que está arriba de él en las encuestas. Tiene que quedarse callado y esperar lo que diga la Justicia”, reflexionaba un dirigente que habla con ambos.
En el oficialismo no es ése el problema. Néstor Kirchner volvió a los actos reafirmando la conducción de un espacio que lo tiene como figura principal y sólo como plan B la eventual candidatura de Daniel Scioli o del chaqueño Jorge Capitanich. Kirchner hizo un acto con el PJ, luego otro con los movimientos sociales y juveniles y esta semana cerró el círculo con lo que queda del radicalismo K. Su periplo reconoce la necesidad de ampliar la base esencialmente justicialista del kirchnerismo para competir con chances en el próximo turno.
Durante estos años han sido varios los dirigentes del centroizquierda no peronista, en público y en privado, que le reclamaban a Kirchner que convocara al armado de un espacio amplio y progresista que pudiera institucionalizarse como parte del oficialismo, promoviendo iniciativas e influyendo en las políticas públicas. Pero las acciones en ese sentido siempre fueron espasmódicas, cuando no contradictorias. A la hora de los bifes, Kirchner ha preferido recostarse en el PJ y en la ortodoxia de la CGT. Hoy algunos de esos dirigentes continúan en el oficialismo porque imaginan que cualquier otra opción va a estar a la derecha del Gobierno, otros están afuera pero todavía fantasean con la posibilidad de aquella convocatoria, mientras que los restantes ya tomaron otros rumbos y difícilmente se arrimen.
Será el desafío del oficialismo reinventarse para conseguir las adhesiones que tuvo hasta no hace mucho y que por motivos más de forma que de fondo hoy ya no lo están. El sondeo de la encuestadora Equis conocido esta semana confirma que Kirchner mantiene un buen nivel de apoyos, pero que su flanco es la alta imagen negativa –los no adherentes que no quieren saber nada con la posibilidad de votarlo–, el karma de cualquier ballottage.
Volviendo a aquel enfrentamiento de trinchera al que hacía referencia el legislador opositor al inicio, el filósofo militar Von Clausewitz, en su frase más famosa, definía a la guerra como la continuación de la política por otros medios. Habrá que esperar entonces que al término de la guerra vuelvan los tiempos de la política lisa y llana.
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