Dom 18.04.2010

EL PAíS  › OPINION

Política y pasión

› Por Eduardo Jozami

La política, esa práctica tediosa de discursos repetidos, tiene algo que la hace apasionante: en el corto plazo, resulta impredecible. Después de que el variopinto conglomerado opositor decidió adueñarse del Congreso, no se podían predecir las últimas votaciones parlamentarias o imaginar cuándo –como afortunadamente está ocurriendo– una parte de los sectores medios advertiría la inconsistencia de un frente que sólo se sustenta en el odio al kirchnerismo y se cansaría de los discursos apocalípticos que anuncian a diario catástrofes que la realidad no confirma.

Aun en los momentos en que redoblaba el acecho opositor, el Gobierno mostró la iniciativa y voluntad política de que carecieron sus adversarios. Pero, desde hace algunas semanas, se suma un dato relevante: un cambio en el humor político que se manifiesta en las charlas de café, en los mensajes de los oyentes a las radios, es decir, en los espacios donde se expresaba ese sentido común más preocupado por el tono de la Presidenta que por la política económica que evitó al país las consecuencias de la crisis internacional. Este cambio de la mirada sobre el Gobierno, se acompaña de una renovada disposición a movilizarse. Ya el 24 de marzo se había advertido una concurrencia más numerosa y una notable presencia juvenil. Lo que se vio entonces en la plaza tuvo menos de movilización política que de fiesta popular. Y no es arbitrario suponer que la decisión de tanto ciudadano que se sumó esta vez, tuvo que ver con la ominosa declaración del ex presidente Duhalde que reclamando la libertad de los genocidas, daba también otro paso en la maniobra destituyente.

La multitudinaria manifestación por la ley de medios mostró además la amplitud de sectores que se congregan en contra del monopolio comunicacional. Ya es imposible negar que todo el proceso de discusión y sanción de la ley, con amplia participación social, es un modelo a tener en cuenta para entender de qué hablamos cuando invocamos la democracia participativa. Por eso es doblemente irritante que la Justicia pueda suspender su vigencia. Además, este gran conflicto que hoy en diversos terrenos envuelve al Gobierno y al principal grupo mediático ya no puede entenderse sólo como una mera discusión sobre cuestiones de poder. La investigación sobre Papel Prensa supone revisar a fondo la herencia de la dictadura y el complejo entramado de intereses que lo sustentó. Por otra parte, la demorada contienda judicial sobre la identidad de los niños, asume una dimensión ética y política que hace injustificable el silencio de algunos sectores políticos, sobre todo de ciertos grupos de la izquierda que siguen apareciendo generosamente en los medios involucrados con esa cuestión judicial.

Los inesperados resultados del 28 de junio del 2009, mostraron las debilidades del Gobierno. Los votos de Francisco de Narváez en el conurbano no pueden explicarse sólo por su abultada billetera y el generoso apoyo mediático. Si la política social hubiera llegado con más fuerza en todas partes, quizás el resultado hubiera sido otro. Así lo comprendió el Gobierno y avanzó con medidas como el plan Argentina Trabaja y la Asignación Universal por Hijo. Decisión esta última aún más valiosa porque mostró la disposición de revisar cierta línea de pensamiento que venía obstruyendo la sanción de esta medida. El crecimiento de la actividad económica es la base para la recuperación del empleo, pero la desintegración que había alcanzado la sociedad argentina, la pérdida de la cultura del trabajo en vastos sectores y la consecuente irreductibilidad de ciertos bolsones de pobreza, obligaba a la sanción de políticas de alcance universal. Del mismo modo que hoy obliga a garantizar la estabilidad de los precios de la canasta de consumo popular.

La otra debilidad que mostraron las elecciones fue menos sorpresiva. Ya en 2007, el Gobierno había perdido en las grandes ciudades, mostrando cuán esquivos le resultaban los sectores medios, cuya oposición se reforzaría por episodios como el del Indec que ponían en duda la palabra oficial. Ante el sorprendente resurgimiento de un anacrónico discurso antiperonista, antes que regodearse con las menciones a Jauretche para celebrar la irreductibilidad del medio pelo a cualquier proyecto popular, valdría más recordar que fue el mismo Jauretche quien –llegando incluso a enfrentarse con Perón– más reclamó una política para los sectores medios. También parece haber señales de mejora en relación con estos sectores. Por un lado, porque no son indiferentes a la recuperación del consumo, pero además por el impacto de esta confrontación sobre los medios y la herencia de la dictadura, en la que va quedando claro cuán mezquina es la mirada de quienes apoyan al monopolio mediático y miran hacia el costado cuando se discute el derecho a la identidad.

Muchas veces se ha señalado la asimetría entre la magnitud de las reformas que emprende el kichnerismo y la limitada estructura política con la que este proyecto se sostiene. El hecho de que Néstor Kirchner haya tenido que asumir la presidencia del Partido Justicialista para asegurar su alineamiento es el indicador más claro de las resistencias que anidan al interior de esa fuerza. Aunque no sea el deseo de quienes hace años nos alejamos del P.J., rechazando un estilo político en que mucho pesan las relaciones de poder y poco las ideas y la participación, es obvio que hoy el justicialismo es parte importante de este proceso. Lo que resulta obvio, por lo menos para el que esto escribe, es que debe construirse otro apoyo político que jerarquice la presencia del centroizquierda en el frente, permita una mejor relación con las organizaciones sociales, convoque a la juventud, a los trabajadores de la cultura y, sobre todo, ofrezca un espacio de contención a los muchos que se sienten parte de este proceso y no siempre encuentran el modo de aportar.

La cantidad de pequeños grupos organizados por las suyas que concurrieron al acto del 11 de marzo en Ferro, hizo evocar –salvando las distancias– aquel período del ‘73 en que las agrupaciones aparecían como flores silvestres. Si Ferro nos muestra el peso que tiene en esta convocatoria la tradición popular del peronismo, la ley de medios nos enseña la apertura con que hoy nos debemos agrupar. En esta ciudad donde el adalid de la derecha desbarranca a diario al descubrir cuanto más difícil que los negocios puede ser la política, la convocatoria tendrá que tener aún mayor amplitud. Al proceso iniciado en 2003 algunos ya le han fijado fecha de terminación en 2011. Con eso especulan tanto los genocidas que no quieren cumplir sus condenas como los que esperan zafar de los mandatos de la ley de medios. En estos días nos hemos convencido de que esto no tiene por qué ocurrir y –sin ignorar cuánto falta recorrer en la reconstrucción de un sujeto popular– eso es lo que seguramente motiva el entusiasmo de quienes se sienten nuevamente convocados. También por esto, porque puede ser espacio de militancia, diálogo de fuerzas populares y voluntad de construcción conjunta, la política nos puede apasionar.

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