EL PAíS › DECLARACIONES DE EX DETENIDOS EN EL JUICIO A LOS REPRESORES DE LA ESMA
El secretario de Culto, Guillermo Oliveri, testificó ayer. En las últimas semanas, ex detenidos desaparecidos como Víctor Basterra, Graciela Daleo y Ana María Testa dieron detalles sobre su cautiverio y señalaron a los represores.
El secretario de Culto, Guillermo Oliveri, relató ayer el cautiverio y las torturas que sufrió en la ESMA durante la última dictadura. El funcionario declaró que en diciembre de 1977 estuvo nueve días secuestrado junto con su novia e identificó como responsable de los tormentos al capitán Raúl Scheller, que no estaba en la sala. El primer proceso significativo a represores de la ESMA, con diecisiete imputados, continuará mañana y el viernes con declaraciones testimoniales de sobrevivientes.
El juicio a Acosta, Astiz & Cía. comenzó hace cinco meses. A mediados de marzo comenzaron a declarar algunos imputados, que en términos generales dijeron haber participado de “una guerra”, ratificaron la actuación institucional de la Armada y renegaron de que sólo haya llegado a juicio el puñado de secuestradores y torturadores identificados, mientras mueren impunes los superiores que les impartieron las órdenes.
El 22 de abril tres hijas de desaparecidos vistos en la ESMA contaron la historia que lograron reconstruir. Según las crónicas de las audiencias publicadas por el Centro de Estudios Legales y Sociales, Laura Villaflor y Celeste Jazán mostraron cartas y canciones escritas por sus padres en cautiverio y recordaron que antes de desaparecer para siempre las visitaron acompañados por el capitán Ricardo Cavallo.
Alicia Tokar recordó que “la pecera era una ficción terrible”, en referencia a uno de los sectores en los que eran obligados a trabajar para la Armada. “Los oficiales intentaban hacernos cómplices y que nos enteráramos de determinadas cosas”, dijo. Nora Elbert declaró sobre la desaparición de su hermano, secuestrado junto con un grupo de Madres de Plaza de Mayo en la iglesia de la Santa Cruz. Enrique Fukman recordó las violaciones sistemáticas, las golpizas y el trabajo esclavo, en la ESMA y en la isla del Tigre a la que fueron trasladados en 1979 para burlar a los miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
A fines de abril declaró Ana María Careaga, sobreviviente del Club Atlético e hija de Ester Ballestrino de Careaga, secuestrada por la Armada por buscar a su hija desaparecida y seguir peleando junto a otras Madres tras la liberación. Titular del Instituto Espacio para la Memoria, Careaga ofreció como prueba una reconstrucción en 3D del centro clandestino en el que pasó los últimos días su mamá, asesinada en un vuelo de la muerte.
En la misma audiencia, Carlos Muñoz se explayó sobre lo que significaba el trabajo esclavo. Recordó que lo obligaban a falsificar documentos, que el finado prefecto Héctor Febres y otros dos marinos lo acompañaron a presenciar un cumpleaños de su madre y que luego de su liberación lo siguieron vigilando durante años.
“Por la calle parecíamos personas comunes y corrientes, pero no estábamos en este mundo”, recordó Graciela Daleo e intentó explicar con una metáfora la sensación de estar desaparecida. “Es como cuando uno tira una piedra al agua, la piedra cae hasta el fondo, pero en la superficie no se ve nada. Eramos piedras en el fondo y parecía que arriba todo era normal”, dijo. Ejemplificó con el Mundial de Fútbol de 1978, cuando los marinos sacaron a algunas secuestradas a festejar el título y luego las devolvieron a la ESMA, encapuchadas y engrilladas.
Víctor Basterra relató que lo obligaban a tomar fotos de los marinos para confeccionar documentos falsos y recordó cómo logró sacar los negativos escondidos en sus ropas cuando pudo visitar a su familia. “El gordo (Néstor) Ardeti, compañero del alma, me dijo ‘Negro, si zafás, que no se la lleven de arriba’”, recordó. “Cuando tuve la oportunidad, no se la llevaron de arriba”, agregó Basterra, que ya en 1984 publicó junto al CELS su testimonio, con nombres, apodos y fotos de represores.
Ana María Testa y Noemí Actis recordaron los trastornos psicológicos que les costó el terrorismo de Estado. Testa dijo que durante cinco años durmió sentada “porque veía a los tipos por la ventana”. Actis, que “la tortura no termina nunca: siempre en un punto reaparece. Utilizar la lógica de la vida de cualquier persona es bastante difícil”.
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