EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
El pronóstico era que el Gobierno ya tenía que estar en proceso de descomposición. Después de la 125, ése era el diagnóstico de la oposición, de los medios y hasta de sectores del oficialismo que ya preparaban sin disimulo el cambio de camiseta. La crisis del kirchnerismo traería “un proceso de reagrupamiento”. El cuadro se completaba con que la crisis económica y la conflictividad social irían en ascenso, el Gobierno quedaría aislado, sin respaldo, sería empujado cada vez más a la derecha por el PJ y los caciques del peronismo se devorarían entre sí. Del otro lado se produciría ese reagrupamiento en toda la gama desde la izquierda a la derecha, incluyendo sectores del peronismo.
Ese enfoque encontró algún respaldo después, con los resultados del 28 de junio. Pero allí la lectura de la oposición comenzaba a perder contacto con la realidad, muy presionada por las exigencias y por el exitismo ruidoso de los grandes medios, el que, además, coincidía con sus expresiones de deseo. Las estrategias se fueron definiendo en función de esa mirada poco pragmática. Si casi el 70 por ciento había votado contra el Gobierno, entonces había que impedirle que tomara decisiones. El mecanismo fue unificarse para acorralar al oficialismo y dejarlo sin capacidad de acción.
Se planteó así la confrontación entre una oposición cuya lectura de la realidad era más que nada expresión de deseos (pintada como realidad por los medios) y un oficialismo más pragmático que operó sobre las diferencias de esa falsa homogeneidad que planteaban sus adversarios.
La oposición fue una suma de pequeños errores que la llevó a una órbita cada vez más lejana. El kirchnerismo, en cambio, mostró reflejo en las malas y desarrolló su propuesta con mucha gestión mientras la oposición tropezaba todo el tiempo con su mala lectura de la realidad. Frente a un adversario hiperkinético, el supuesto gigante de la oposición se levantaba y volvía a caer. Un gigante invertebrado, un espejismo construido con los vidrios de colores que regalaban los analistas de los grandes medios.
En función de esa ilusión mediática, el centroizquierda antikirchnerista también pagó un costo cada vez que se mostró aliado al resto de la oposición, como con el famoso Grupo A del Parlamento, porque nunca pudo instalar una mirada progresista en esas alianzas tan amplias y, por el contrario, aparecía en la foto con figuras que han sido históricamente las contracaras del progresismo en la Argentina, convalidando políticas que sus bases siempre han repudiado. Una parte del nuevo electorado que respaldó a Pino Solanas en Proyecto Sur aprueba cualquier forma de indignación opositora y lo han votado para eso. Pero otra parte de su voto se espantó cada vez que lo vio actuar como parte del Grupo A. Pino deberá encontrar un difícil punto de equilibrio en esa tensión. El surgimiento del nuevo bloque de centroizquierda, junto con los socialistas y el GEN de Margarita Stolbizer, introduce una lógica parlamentaria diferente de la del año pasado y da mejor cuenta de la realidad política.
Finalmente no sólo no se produjo la anunciada agonía del kirchnerismo sino que, por el contrario, logró rearmar su tropa, regenerar la mística y ponerse milagrosamente en carrera para el 2011 cuando todavía falta un año y medio. En vez de discutir las pompas fúnebres se está discutiendo si es que pierde en segunda vuelta, pero que tiene posibilidad de ganar en la primera. Solamente pasó un año –y además fue un año de crisis mundial con coletazos en Argentina, no fue un año fácil– y el escenario que esperaban los dirigentes opositores y los grandes medios no se cumplió en nada. Todos creían que para esta época el kirchnerismo no figuraría ni a placet. Y si bien es repudiable el escrache a Alfredo De Angeli, el año pasado los escrachados eran funcionarios del Gobierno o legisladores oficialistas.
Esa es la instantánea del ahora, que no es garantía de nada porque son escenarios fluidos. Al oficialismo se le plantea el desafío de mantener el ritmo que sostuvo durante el año que pasó, disputando la ofensiva y poniendo su agenda con un fuerte contenido popular. La oposición necesita encontrar un guión diferente del que le plantean desde los grandes medios y que los visibilice no solamente como obstrucción sino como alternativas mejores. Necesita que se visualicen más sus planteos por la positiva que los puramente opositores. Y que esos planteos provengan de su propia agenda y no solamente como respuesta a las propuestas del oficialismo. Esa es la imagen que no tiene ningún sector de la oposición y es la que pesa en una elección presidencial, a diferencia de una legislativa, donde el voto que recibe la oposición es para equilibrar y no para gestionar.
Siempre es más fácil sobreactuar el petardo opositor que proyectar el perfil del que se prepara para gobernar. Y eso obliga también a los políticos de la oposición a despegarse de otros factores de poder, sobre todo del poder económico en conflicto con el Gobierno, que tiende a buscarlos.
Sin embargo, la causa de los hermanos Noble Herrera los muestra en un lugar patético. Muchos de ellos han dicho en algún momento que respaldan la búsqueda de los nietos de las Abuelas de Plaza de Mayo, pero cuando esa búsqueda afecta intereses poderosos, se alinean con el poder. Elisa Carrió, Eduardo Duhalde, Francisco de Narváez, Mauricio Macri, Juan Carlos Romero, Silvana Giúdice y Ernesto Sanz hicieron fila para crucificar a la Justicia, al Gobierno y a las Abuelas.
La mayoría de esos dirigentes ya se había esmerado en ese afán cuando encabezaron la oposición a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Para ellos no hay búsqueda de nietos apropiados, sino “persecución” a esos nietos por los que dice que llora Carrió sin que se le haya caído ni una lágrima por todos los demás, los cientos que todavía no han sido encontrados o los que ya han recuperado su identidad. La “persecución” estaría impulsada por el gobierno kirchnerista como parte de su venganza contra Clarín. Y las Abuelas serían el instrumento para realizar esa venganza. El argumento no es nuevo. Cuando comenzaron los juicios, ya los mismos represores que secuestraron a esos bebés dijeron que la acción de la Justicia era nada más que la venganza de los antiguos derrotados.
Las Abuelas se organizaron para realizar la búsqueda de sus nietos desde mucho antes de que llegara este Gobierno. Y siempre han mantenido en situaciones tan delicadas una actitud de cuidado, de respeto y al mismo tiempo, por suerte, también de mucha paciencia y firmeza. De lo contrario nunca habrían podido encontrar a ninguno de los cien chicos que han recuperado su identidad.
Los políticos fueron incluso más lejos que el propio abogado defensor de la familia Noble Herrera, Gabriel Cavallo, que cuando era juez respaldó la obtención de las pruebas de ADN aun sin el consentimiento de los protagonistas. Pero, en realidad, la estrategia del defensor puede terminar siendo más peligrosa que la posición de los políticos, porque al cuestionar la idoneidad del Banco de Datos Genéticos atenta contra el esfuerzo de todos estos años de las Abuelas, ya que pone en duda la identidad recuperada de sus nietos. En este tema, cambian los políticos con mucho oportunismo y también cambian los abogados. Más allá de poderosos, oportunistas y mercenarios, lo que se está discutiendo es si hubo apropiación de dos niños. Si la hubo, quienes entorpecen la investigación, como está haciendo el ex juez Cavallo, ayudan a encubrir el delito. Si no la hubo, no habría por qué armar tanto alboroto. Todo lo demás es ruido ambiental.
El tema de los nietos recuperados es independiente y anterior a la disputa de Clarín con el Gobierno y a la puja por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Son todos hechos que tienen puntos de contacto y entre los que se generan afinidades y cortocircuitos que no tienen que ser usados como excusa para intervenir en contra o a favor en una problemática sobre derechos humanos. Ninguno de toda esa larga lista de políticos que ahora se rasgan las vestiduras dijo ni pío durante los ocho años que el juez Conrado Bergesio mantuvo congelada la causa.
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