Sáb 31.07.2010

EL PAíS  › OPINIóN

Lucha y sueños de Ortega Peña

› Por Marcelo Duhalde *

Rodolfo Ortega Peña nació en un hogar acomodado, ligado a familias patricias, lo cual le había predestinado un futuro promisorio como abogado y dirigente de la clase dominante. Fue educado en consonancia para ello. Sin embargo, le bastó cumplir veinte años para saltar sobre su destino de clase.

La caída de Perón 1955 y los festejos de los vencedores significaron un shock muy fuerte a partir del cual comenzará a tomar una distancia definitiva con sus orígenes. No podía entender que celebraran los bombardeos en Plaza de Mayo ni la caída de Perón. Al ver la alegría de los que festejaban y el dolor en las barriadas pobres, la ruptura fue total e inevitable.

Los años ’60 encontraron a Ortega Peña soñando, junto a su generación, la revolución cultural, política, económica y social como un hecho posible. Se instruyó y formó hasta tener las mejores condiciones para combatir a los que sometían al pueblo en función de sus propios y mezquinos intereses. Luchó fervientemente, convencido de la necesidad de un cambio profundo, que sabía indispensable.

Rodolfo fue abogado, periodista y defensor de presos políticos, pero esencialmente militante; un intelectual profundo comprometido con su pueblo. Cuando asumió como diputado redobló el compromiso: puso su banca al servicio de los trabajadores y participó de numerosos conflictos a lo largo y ancho del país. En el recinto y en la calle dio memorables debates y se convirtió en un fiscal insobornable. La demostración de esto es que la nefasta Triple A, comandada por José López Rega, lo eligió para el primer asesinato reconocido oficialmente por esa siniestra organización paraestatal.

Es bueno volver a sus textos para comprobar cómo identificó y denunció el papel de los medios de comunicación en una situación de sometimiento como la que ha padecido y padece nuestro país. En sus trabajos encontramos numerosos análisis y advertencias que hoy son casi indispensables para interpretar la situación actual en su justo término.

A 36 años de su asesinato, ocurrido el 31 de julio de 1974 en pleno centro porteño, están vivas su memoria y sus enseñanzas.

* Director de Prensa y Comunicación del Archivo Nacional de la Memoria.

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