EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
¿Cuál es el motivo profundo del desconcierto y la división en el escenario opositor, que la semana pasada acentuó los signos sucedidos en la anterior? ¿Sólo se trata de una hoguera de vanidades personales? ¿O hay algo más recóndito, que sirve para entender mejor el estado general de la política argentina?
Como sea que se posicione cada quien frente al oficialismo, está fuera de duda su férrea conducción. Tiene sus grietas, claro. Acaba de mostrarlo la votación senatorial que impulsó la reforma del Indek. Del mismo modo, el entramado del conurbano bonaerense requiere de una ingeniería de transas agotadora, porque las lealtades mutan a traiciones y viceversa con una dinámica asombrosa. Pero la semblanza global del kirchnerismo, y de los sectores sociales que lo apoyan, exhibe una capacidad de determinación que fue y es fundamental para interpretar cómo se recuperó desde la derrota del 28-J. Todo lo contrario sucede en la oposición, y no sólo entre su dirigencia partidaria. El nuevo desplante de Carrió –sobre quien continúa incomprendiéndose que no hace política sino comentarismo político, pero desde un lugar que se pretende de conducción– fue un corolario de show cuyo impacto se llevó puesto, o casi, al resto de los síntomas. Todos los referentes de la derecha peronista en la casa del CEO de Clarín. Más el jefe de la Rural proclamándose cruzado patrio, en una escena patética que llegó a dar vergüenza ajena entre congéneres; y con Eduardo Buzzi queriendo despegarse, seguro pero tarde, porque anda con ambiciones electoralistas que no condicen con seguir pegado a los energúmenos que apoyó. Más Binner en plena aplicación del teorema de Baglini, en defensa de las retenciones como potestad del Ejecutivo. Más el hijo de Alfonsín, que se sumó porque lo necesita a Binner. Más que Duhalde cerró con Barrionuevo (sí, el de dejar de robar durante por lo menos dos años), y con el Momo Venegas, líder del sindicato de los trabajadores rurales que tanto gozan de una protección laboral fantástica para presentar en sociedad. Más que Carrió se enojó del todo, que era lo que todos esperaban para sacarse de encima a quien en privado definen como una colifa. Más que dio el portazo rumbo a congeniar con Reutemann y Solá. Más que sin embargo, Reutemann es el Cobos de Santa Fe y Solá no tiene estructura de pata peronista. Más que carecer de pata peronista, según reconocen todos, es someterse a gobernar un país ingobernable. Más que el hijo de Alfonsín y el conjunto del radicalismo tienen el mismo dilema y apostarían a que, llegado el caso, Duhalde los provea de un aparato por cuya vigencia nadie da dos pesos. Más que encima de eso, los radicales no saben cómo hacer para levantar la factura de haberse fugado en helicóptero. Más que Macri compra un circo y le crecen los enanos.
La secuencia precedente, antes que una enumeración subjetiva, es un ligero resumen de lo que describe el propio editorialismo de los medios de comunicación opositores. Tomada como cierta, siendo que los mismos protagonistas la ratifican con sus gestos, silencios y medias palabras, parecería que todo se reduce al campeonato de egos incompatibles. Sería como sigue, en orden de importancia cualquiera. A Duhalde sólo le importa destruir a los Kirchner: yo lo puse, y soy yo quien debe acostarlos. A Carrió sólo le importa continuar relatando el Apocalipsis inminente; mientras no pueda considerarse el centro del universo persistirá en destruir cuanto construya, y aun cuando recupere ese sitial mediático no demuestra que sabría gestionar un club de barrio. De Narváez podría fungir como Ricardo Fort en la esperanza de atrapar gilada, pero es colombiano. Reutemann sería el candidato blanco ideal, pero no quiere. Cobos es el producto de una casualidad que las urgencias opositoras aspiraron a dibujar como conductor del consenso anti K, pero hasta ahora reveló que, con toda la furia, sabe comandar discusiones en el Senado. El hijo de Alfonsín demostró una muñeca atendible para actuar y vencer frente a una maquinaria interna y decrépita, pero su figura es más obra de opción por descarte que confianza en su aptitud para jugar en las grandes ligas (a más de la imagen del helicóptero). De Solá desconfían absolutamente todos: le daría el piné marketinero, pero no dejan de verlo como un correveidile idóneo para desempeñarse cual moderado sesudo en el programa de Grondona y similares, no para imaginarlo al frente de... ¿de qué? Y queda Macri, quien, al margen de los avatares que atraviesa, supone que el peronismo de derecha no tendrá otra que rendirse a sus pies por falta de opciones; pero ya le hicieron saber que, momentáneamente, eso es producto de una fantasía que más le vale aplicar, primero, a ver cómo zafa de escuchas ilegales y derrumbes.
¿Tan complejamente sencilla es la explicación? Porque si fuera nada más que así, todo se remitiría a historias identitarias de partido, intríngulis publicitarios, engreimientos, cobardías, ambigüedad, imposibilidades constitucionales, sentimientos de venganza, soberbia. Esto es: la política casi únicamente entendida desde la psicología personal de sus actores centrales, visto desde el sumario de la oposición. Quizás haya que invertir la pregunta. La relación causa-efecto. ¿No será que, en lugar de no ponerse de acuerdo y navegar en la incertidumbre por obra de jactancias individuales y laberintos políticos, eso es el producto de no disponer de espacio para plantar un modelo alternativo al vigente? O más todavía: ¿no será que carecen de tal modelo porque saben que, dentro de los marcos de un sistema capitalista, esto que hay es lo que mejor garantiza una racionalidad conductiva sin incendios sociales? No es la primera vez que se formula esa hipótesis desde esta columna, pero el periodista siente que vale insistir. Por ejemplo: la insensatez de promover el 82 por ciento móvil para los jubilados y en simultáneo desfinanciar al Estado empujando el quite de las retenciones agropecuarias, ¿es fruto de una convicción seria de partidos burgueses serios? ¿O lo es de un mamarracho que dice por decir y que puesto a gobernar haría todo lo contrario? En otras palabras, ¿esta gente de la oposición se siente en condiciones de asegurar un capitalismo más solvente que el instrumentado por los Kirchner? ¿O el punto es que no articulan una alianza estable porque se saben ineptos para encarar semejante desafío?
No hay que confundir estos interrogantes con la avanzada de grandes emporios de la economía, en su exigencia de que la oposición cargue las pilas para vencer al oficialismo a beneficio de sus intereses corporativos e insaciables. Magnetto y la Rural, ya se sabe, están diciéndoles a los figurones opositores que se dejen de joder, porque así como vamos pierden de ganar más plata. Pero las figuritas quedan mudas porque el tiempo no es menemista. Ergo, no tienen espacio social para largarse a la aventura de propuestas que, por derecha, vayan más allá de boludear con la calidad republicana. Al cabo de la 125 pareció que sí, pero no pudieron. ¿No pudieron ni pueden porque se los impidió el sexo de los ángeles y los enconos personales, o porque por fuera de victorias tácticas no tienen estrategia para convencer mejor que los K?
Hay que comenzar a hacerse preguntas de ese tipo, porque de lo contrario daría que indecisos, vengativos, piruchas, culposos, inhabilitados, presuntuosos, explican su impotencia sólo como tales y no como resultado de una ecuación política.
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