EL PAíS
› PANORAMA PILITICO
RENOVACIONES
› Por J. M. Pasquini Durán
De acuerdo con los últimos datos proporcionados por el INdEC, uno de cada cuatro hogares argentinos tiene que ser considerado indigente, ya que una familia “tipo” (padres y dos hijos en edad escolar) no dispone de doce pesos diarios para la subsistencia mínima. La pobreza, según la misma fuente, atormenta a más de la mitad de la población. Todos los esfuerzos de asistencia, públicos y privados, son insuficientes para satisfacer tantas necesidades, por lo que se ha llegado a la situación de que pobres acudan en apoyo de paupérrimos, como acaba de suceder con los cartoneros bonaerenses que reunieron alimentos para escolares tucumanos. Este gesto, conmovedor por su humanidad, igual que muchos otros, subrayan la indiferencia depravada y la incuria de quienes tienen la obligación de velar por el bien común. Tampoco puede disimularse semejante tragedia con imágenes de balnearios repletos que, en definitiva, durante el verano albergarán a menos del cinco por ciento de la población total, en muchos casos por un período menor a una semana.
En ese cuadro general, resultan grotescas las actividades de los políticos profesionales, sobre todo las que se relacionan con las futuras elecciones, y los discursos de ocasión suenan tan oportunos como chistes verdes en un velorio. El último chiste del presidente Eduardo Duhalde fue la nominación a la precandidatura presidencial del gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, calificándolo de “renovador y progresista”. Si se confirman los nombres de quienes formarán el grupo de apoyo, empezando por el santiagueño Carlos Juárez, será suficiente para desautorizar esos adjetivos, sin necesidad de revisar otros antecedentes del nominado. Quizá en el interior del peronismo, por comparación con los otros precandidatos, la hipótesis del menos malo reclute votantes, sin más esperanza que la de evitar recaídas en las opciones del pasado.
También puede suceder, como sospechan los talantes conspirativos, que la promoción sea una maniobra más de Duhalde para ir despejando obstáculos a su propia nominación “por clamor”. Si Kirchner no avanza con ímpetu en las encuestas sobre intención de voto, bastará con aumentar el volumen de las voces bonaerenses que ya murmuran su decepción para que el santacruceño siga la ruta del cordobés De la Sota, con la sonrisa congelada. Estas y otras especulaciones de palacio no logran ocultar que el gobierno que suceda al actual, sin importar quién lo encabece, requiere más que un candidato potable para hacerse cargo de la realidad y recuperar al país de la decadencia. Aun con acuerdos de cúpulas interpartidarias tampoco acumularía la fuerza indispensable.
Hoy en día, las perspectivas de renovación y progreso demandan más que la energía de uno o varios partidos, debido a que en ninguno de ellos cabe la sociedad actual. Primero, porque siguen sin restablecer un contrato de confianza con la ciudadanía y, por lo tanto, carecen de la capacidad de convocatoria para que las mayorías acudan en respaldo del gobierno de turno. Luego, en estos tiempos de desamparo, han surgido múltiples formas de organización autónoma de ciudadanos que no están dispuestos a delegar en nadie la defensa de sus reclamos. ¿Cuántas de esas organizaciones están dispuestas a disolverse para esperar que los gobernantes cumplan con las promesas de los candidatos? No sólo es cuestión de desconfianza, sino de formas nuevas y más completas de democracia. La antigua fórmula constitucional según la cual el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, está superada por los acontecimientos.
Esto implica una dimensión inédita en las relaciones de las instituciones democráticas con la ciudadanía, mediante la revisión profunda de los métodos y concepciones de hacer política y ejercer los mandatos. No se trata de sustituir a las legislaturas o los ejecutivos por asambleas populares, sino de horizontalizar el poder, descentralizándolo,a fin de pasar de la democracia de representación a la democracia de participación. Las instituciones conservan la centralidad, pero sus conductas tendrán que someterse al consentimiento con deliberación previa de los directos interesados, en lugar de exclusivas disciplinas partidarias o, peor aún, de tráfico de influencias. Dada la novedad tendrá que pasar por etapas de confusión, ambigüedades y hasta contradicciones, hasta que los distintos núcleos participantes adquieran la flexibilidad y la disposición que les permita distinguir, en cada circunstancia, el valor del bien común por encima de las pujas sectoriales o de los absolutos ideológicos. Será un esfuerzo excepcional para los que asuman el deber de gobernar, pero también para los núcleos organizados en las distintas franjas de la sociedad. Por lo pronto, deberían renunciar a los estériles litigios que los fragmentan y multiplican cuando conciben sus propios movimientos con criterios patrimoniales, enredándose en interminables batallas de siglas que les interesa a grupos minoritarios dentro de cada minoría.
Otra vez, hay que remitirse a la experiencia que inició el presidente Lula da Silva en Brasil, puesto que si se atiene a los planes enunciados en sus discursos, habrá lecciones para todos. Sin embargo, las consecuencias que obtenga el gobierno brasileño, buenas y malas, nunca podrán ser asumidas a libro cerrado debido a las obvias diferencias de situación que cada país necesita confrontar. La mimetización es imposible, sin caer de nuevo en las viejas teorías de las revoluciones exportables. Pero, si en Argentina aparecieran fuerzas dispuestas a emprender la fenomenal empresa de reconstituir la identidad nacional, la presencia del gobierno de Lula puede ser una ventaja adicional por vía de la integración y la cooperación. La mancomunión podría alterar el paisaje de la región entera, después de los años de hegemonía conservadora.
Enfoques similares ayudarían a ubicar con más precisión y dignidad las relaciones con el mundo, en primer lugar con los organismos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional (FMI). La inminencia de un acuerdo transitorio con el organismo ha sido presentada como la oportunidad para restablecer los flujos de acceso a fondos internacionales que, en algunos casos, son requeridos para sostener programas de asistencia social. Aun con ese reconocimiento, es alarmante que los precandidatos de todos los partidos no hagan conocer sus puntos de vista sobre compromisos que exceden en el tiempo al actual gobierno provisional. Tampoco hay reflexiones o propuestas conocidas que permitan anticipar si algunas de las fuerzas en competencia está preparándose para inaugurar una etapa distinta a las convencionales y para reconocer la entidad de las organizaciones cívicas.
En tanto el pensamiento y la conducta de la política siga las huellas convencionales, las deliberaciones sobre el futuro están saturadas por la incapacidad para reconocer que la sociedad presente conserva muy pocos rasgos de épocas anteriores. ¿Cuántas características o “culturas” sobreviven de la organización económica, social y política de la segunda mitad del siglo XX? ¿Cuántas son tan nuevas que es difícil o imposible encontrarles antecedentes, por lo que resultan a cada rato sorpresivas o desconcertantes? A través de la maraña de problemas y dificultades, algunas trágicas de verdad, suelen asomar como relámpagos algunas luces de futuro. Los que sepan seguirle el rastro dispondrán de la mejor ingeniería política, esa que ningún publicista puede inventar, basada en la concordancia entre las reivindicaciones populares y la capacidad del poder para satisfacerlas.