“Me estoy volviendo loca. ¿Dónde está la mesa 477?”, preguntó una señora mayor, pañuelo en mano, a uno de los fiscales. A pesar de su resfrío, la mujer quería votar, pero no encontraba dónde hacerlo en la central de la CTA Capital de la calle Independencia. “Ya me fijé arriba y me mandaron abajo”, exclamó, confundida, mientras faltaban apenas minutos para el cierre de la votación. Fue una postal que se repitió en varios lugares y que ilustró el lado caótico de la elección más populosa de la historia de la central.
Con más de quince mesas habilitadas, la sede porteña de la CTA fue el escenario de ciertos conflictos eleccionarios típicos. Algunos de los que fueron temprano se encontraron con que su mesa no estaba lista, por lo que los presidentes de mesa los mandaron de vuelta a sus casas. Horas más tarde, llegaron numerosos militantes de la organización Tupac Amaru en una sola tanda y hubo que desdoblar para que pudieran votar más rápido. “Todo esto es más que entendible –expresó uno de los encargados de la seguridad nombrados por la Junta Electoral–. Es la primera vez que la central arma algo de esta magnitud.”
Bastante lejos de aquella atmósfera, la calma reinó durante todo el día en la sede de Talleres Protegidos, en Barracas. A las 16 ya habían depositado sus votos 44 de los 68 empadronados y el presidente de mesa calculaba que ya no vendría nadie más. “Sólo queda votar el portero”, explicó el delegado de ATE, Rubén Morales. En el centro de rehabilitación mental reinaba un silencio absoluto, sólo interrumpido por un programa televisivo que miraban mientras esperaban, ansiosos, la hora de abrir las urnas.
Un clima similar se vivía en la escuela Sánchez de Thompson, del barrio de Monserrat, donde el titular de la CTA, Hugo Yasky, había votado a las 10. Una hora antes del cierre sólo quedaban el fiscal y el presidente de mesa, que cuidaban la única urna del lugar al fondo de un pasillo. Tanto Ricardo, que apoyaba la Lista 10, como Nelson, militante de la 1, negaban diferencias de fondo. “Si bien antes de que vinieras nos estábamos matando a trompadas –bromeó Nelson–, nos consideramos todos del campo popular. No nos vamos a pelear por el resultado de esta elección”, sostuvo.
El subte tampoco estuvo ajeno al fenómeno: todas las cabeceras fueron transformadas en centros electorales. En la estación Congreso de Tucumán de la Línea D, los bancos fueron ocupados por termos, tazas de café y padrones electorales. La votación se desarrolló a sólo unos metros de donde salían los trenes, entre afiches colocados varias semanas atrás que impulsaban la candidatura por la lista oficialista del delegado Roberto “Beto” Pianelli.
Todo parecía indicar que el epicentro de las tensiones estaba en la sede de Independencia, donde votaban periodistas, organizaciones sociales, colectiveros y afiliados directos en más de quince mesas. “Estamos calculando un 30 o 35 por ciento de participación en Capital –explicó por la tarde José Luis Peralta, delegado del Banco Ciudad–. Podría ser más, pero también hay que pensar que no es como en otros gremios, donde se vota sí o sí en el lugar de trabajo”, argumentó.
Los índices de asistencia fueron especialmente bajos entre los afiliados directos y las organizaciones sociales: el fiscal de una de las mesas donde votaban los militantes de la Federación Tierra y Vivienda (FTV) estimó que de su padrón apenas había aparecido el cinco por ciento del total. Representantes de la Lista 1 que impulsaba la candidatura de Pablo Micheli como secretario general le pasaron cifras similares al legislador porteño Fabio Basteiro, quien cerca del cierre se dio una vuelta por la sede.
Tarde pero seguro, una militante de un comedor popular llegó a la sede y le entregó una bolsa con un pebete, una manzana y un alfajor a cada uno de los presidentes y fiscales. Todos recibieron el incentivo con inocultable alegría.
Pasadas las 17.30 comenzaron las idas y venidas en la puerta de la Central. Los nervios iban en aumento. A las seis de la tarde en punto, numerosos militantes con pecheras azules de CTA Capital pusieron una valla en la vereda y se ubicaron detrás de ella. Fue un pequeño operativo de seguridad con el que los organizadores buscaron ir terminando la elección.
Dos minutos antes había ingresado la última votante, la mujer del pañuelo. Finalmente, los fiscales encontraron su mesa y la enviaron a un cuarto oscuro que quedaba a unos veinte metros. La señora volvió rápido, feliz de haber llegado a tiempo. “Muchísimas gracias por participar en esta fiesta de la democracia”, le dijo el joven fiscal, un poco en broma y un poco en serio.
Informe: Federico Poore.
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