EL PAíS › UN NUEVO LIBRO RESCATA EL ROL DE LOS HERMANOS DE DESAPARECIDOS EN DICTADURA
Parte del impacto de los crímenes de lesa humanidad fue la ruptura de familias enteras, donde hermanos –militantes o no– se hicieron cargo de sobrinos, ausencias y dolores. El libro Memorias Fraternas los recupera.
› Por Mariana Carbajal
“Yo soy una columna transparente, sostén; pero no me ven, lo cual es terrible. Pero fue así.” La frase es parte del testimonio de una hermana de una desaparecida, tía de un joven que fue apropiado de bebé durante la última dictadura militar. Y tal vez resume el sentimiento que experimentaron otros y otras que sufrieron esa dramática vivencia. Tuvieron que sostener a sus padres, pero se han sentido desvalorizados frente a la idealización del “desaparecido” por parte de sus grupos familiares. Este es uno de los ejes que revela el libro Memorias Fraternas (Eudeba), que se presentó el jueves en la Biblioteca Nacional. Se trata de una investigación sobre la experiencia de hermanos de desaparecidos, con sobrinos apropiados, que se realizó desde la UBA. El proyecto bucea, desde distintas perspectivas de análisis, en el impacto de aquella trágica experiencia en la cotidianidad de los hermanos/tíos de desaparecidos, en sus proyectos, y explora la construcción de las representaciones sociales que giraron en torno de ese pasado.
“Nos planteamos conocer a una población que estaba invisibilizada completamente. Muchos de ellos fueron chupados, muchos de ellos presenciaron directamente el secuestro, algunos que eran muy niños hicieron de correo para avisar a alguien que había sido secuestrada su hermana o hermano. Tuvieron una experiencia importantísima, que está invisible. Y esa invisibilización social de este conjunto está reforzada por el discurso público de que ‘se perdió una generación’”, señala Ruth Teubal, trabajadora social, profesora consulta de la UBA y directora del proyecto. El equipo que trabajó en la investigación estuvo compuesto por Cristina Inés Battanin, también trabajadora social, Clarisa E. Veiga, licenciada en Ciencias de la Comunicación, María Villalba, socióloga, y Amalia Palacios y María Laura Rodríguez, estudiantes avanzadas de Ciencias de la Comunicación.
El proyecto, en realidad, es un desprendimiento de Archivo Biográfico Familiar de Abuelas, que busca reconstruir la identidad de los desaparecidos. El objetivo del proyecto es que cada hijo/nieto recuperado reciba junto con su nueva identidad una carpeta –que incluye audios– con relatos de amigos, familiares, conocidos, vecinos de sus padres que les permitan conocer aquel tramo de su historia anulado. En total ya se hicieron 1955 entrevistas y, de hecho, varias de las autoras de Memorias Fraternas fueron entrevistadoras para el Archivo, aunque ninguno de los testimonios recogidos para este libro forma parte del Archivo.
Veiga y Rodríguez trabajan en Abuelas: una es coordinadora del área de Prensa y Difusión y otra, integrante del área de Presentación Espontánea. Villalba es hija de exiliados y militó en H.I.J.O.S. Battanin nació en un centro clandestino y varios de los miembros de su familia están desaparecidos. “El Archivo fue el punto de partida. Ahí surge que los hermanos no han sido investigados”, precisa Teubal. Las seis autoras conversaron con Página/12.
Para la investigación dieron su testimonio 30 hermanos y hermanas de desaparecidos, tíos de jóvenes apropiados, actualmente personas de entre 55 y 65 años. Los buscaron en distintas puntos del país, con la idea de dar cuenta no sólo de la situación de aquellos que vivían en grandes urbes sino también de recuperar la experiencia de quienes estaban en pequeñas ciudades. “Varios de los entrevistados provenían de pueblos del noroeste argentino que migraron a otras provincias y ciudades que visitamos para realizar el trabajo de campo”, contó Veiga. “Muchos de los hermanos decían que era su primer testimonio público, sobre todo entre aquellos que no habían sido militantes” y mostraron enorme gratitud por ser escuchados. “Vos sentís que el que te pregunta se solidariza con vos”, sintetizó una entrevistada.
El libro, de más de 250 páginas, reúne el trabajo de cinco años, realizado en el marco del programa Ubacyt. A partir de diferentes perspectivas de análisis, se identifican las consecuencias del trauma social de la desaparición del hermano y del sobrino, y qué prácticas en el presente guardan relación con la experiencia vivida. “Lo que me iba llamando la atención cuando hacía las entrevistas es que realmente aparecía el sentimiento de culpa, de por qué fue mi hermano y no yo (el que desapareció). Eso lo vivían así porque no había marcos de escucha, no se hablaba socialmente. Lo viven como un dolor completamente privado. Muchos nos preguntaban si a los demás hermanos les pasaba lo mismo”, señaló Rodríguez.
Y contó que algunas de las entrevistas se hicieron cuando Telefé puso en el aire la novela Montecristo, que trató el tema de la apropiación de bebés. “Esa novela operó para permitirles hablar del tema. Yo soy de Tandil: en las ciudades del interior no se habla y aún hoy se esconde si sos hermana de desaparecidos. Los distintos actos que se hicieron por los 30 años del golpe militar también habilitaron para empezar a hablar”, analizó Rodríguez. Y recordó el caso de una hermana de una desaparecida que compartía su ámbito laboral con personas más jóvenes: “Nos decía que sus compañeros de trabajo se habían enganchado con la novela y en ese contexto ella les contó su historia. Nunca antes había hablado sobre el tema en el ámbito laboral”.
De los relatos surgen las diferencias entre los hermanos que eran militantes y aquellos que no en relación con cómo asumieron la figura del desaparecido. “Los militantes pudieron elaborar mejor la desaparición”, señaló Veiga. Hasta la representación del desaparecido es diferente en unos y otros. “Para quienes fueron militantes, el hermano desaparecido fue asesinado por el Estado terrorista. Los no militantes, lo vivieron como un abandono, desde lo privado, nos dejó, dicen”, contó Rodríguez. Las historias repiten una espera interminable, un dolor continuo, y un desconocimiento que sectores de la población general, especialmente la no militante, tenía respecto de los secuestros en los primeros años de la dictadura, donde aún no se había acuñado el término “desaparecido”.
Uno de los testimonios, de una hermana, lo condensa así: “El primer año... La llevaron en noviembre, y bueno, yo hice fuerzas, agarré y me fui a comprar vestidos. Para diciembre, yo la esperaba... Yo hacía como (que) ‘no está, pero ya va a venir’. Y yo hacía compras. Siempre proveía... mi mamá también, le había comprado una cartera. No podías entender que a una persona no la veas más... no lo entendés, no te pasa, no lo podés digerir...”. En algunos testimonios se refleja la experiencia del exilio forzado, como en el caso de L., que a los 17 años era estudiante secundario y militaba. Compartía departamento alquilado con su hermana y su novio, que a la vez era su mejor amigo. Ellos estudiaban y militaban desde su lugar de alumnos secundarios, en el mismo ámbito educativo. L. debió exiliarse un mes después de la desaparición de ambos: “El secundario no lo terminé. No estudié más. Me tuve que poner a trabajar de cualquier cosa para subsistir... Fue terrible. A mí la dictadura me jorobó el estudio, no pude seguir. El exilio te rompe todo. Te encontrás solo en el mundo. Es muy duro. El exilio es sobrevivir; estás pensando cuándo estarás de vuelta... Es muy difícil divertirse, es muy difícil proyectar. En realidad, yo me considero un sobreviviente. No es que me considero un hermano de una desaparecida, sino un sobreviviente de un holocausto. Soy aparte ‘un hermano de’”.
El libro lleva prólogos de Estela de Carlotto y de Ana Arias, directora de la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. “Esta investigación es un ejemplo de una forma de vinculación de la producción intelectual de nuestra Universidad y los procesos sociales, políticos y culturales de relevancia”, evaluó Arias en su texto. Y también destacó, desde su lugar de hija de desaparecido, la necesidad de reconocer y valorizar “la experiencia de nuestros tíos que, como sostenes, muchas veces poco visibles, han ocupado un lugar generacional, sin el cual nuestro lugar de hijos hubiera sido mucho más difícil”.
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