EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
A la luz de ciertas prácticas contemporáneas es fácil perder de vista que el objetivo de la política es la construcción del bien común. Porque no se necesita un análisis de gran profundidad para concluir que la acción política de ciertos dirigentes tiene por única finalidad entorpecer la acción de otros. Es la inversión de la lógica. Se podría traducir en esto: “Mi mayor beneficio resulta de hacer todo lo posible para que a mi contrincante (opositor, enemigo, según el caso) le vaya mal”. ¿La consecuencia? La creatividad política y el sentido de construcción del bien común quedan absolutamente postergados y relegados a un discretísimo segundo plano. Porque incluso aquellas iniciativas que a primera vista pueden estar orientadas a generar mejoras en la situación de la población (léase el 82 por ciento móvil para los jubilados) están sostenidas en la misma lógica de provocar problemas al otro. A tal punto es así que Julio Cobos, uno de los líderes de la oposición que sigue instalado en la vicepresidencia, define en el Senado una elección por una iniciativa que el mismo personaje vetó en su provincia. Y mientras los legisladores de claro perfil conservador y afines a Mauricio Macri baten palmas a favor de una medida “progresista” como la aprobada por el Senado, el jefe de Gobierno admite, sin temor a caer en el cinismo, que si estuviese a cargo del Ejecutivo nacional no pagaría ese nivel de jubilaciones.
Es el método de la zancadilla. Mi mejor contribución es que al otro le vaya mal. Para eso no necesito méritos propios. Y si bien esto se puede aplicar tanto al oficialismo como a la oposición, le cabe especialmente a esta última, sencillamente porque no tiene que mostrar nada. Apenas practicar el método de la zancadilla como disciplina constante y permanente.
También puede decirse que desde el oficialismo bien se podría trabajar de manera más creativa para no dejar el campo libre a estas maniobras. Y una forma de hacerlo sería aplicar mayor coherencia entre algunos discursos que son cadenciosamente progresistas y la falta de determinación para adoptar decisiones que limiten las rentas y los intereses excesivos de grupos que en la Argentina se siguen enriqueciendo a costa del bienestar de las mayorías. Es irresponsable aprobar una ley sin prever de dónde salen los recursos. Es por lo menos miope aferrarse al “no” sólo porque otros tomaron la bandera y sin evaluar hasta las últimas consecuencias planes alternativos toda vez que se trate de pensar en mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
La zancadilla como estrategia política sólo sirve para dejar cada día más gente en el piso.
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