Lun 20.01.2003

EL PAíS  › MARCELA LOPEZ LEVY, DIRECTORA DEL LATIN AMERICAN BUREAU

“Esto se fue al carajo ya hace rato”

Dirige una institución que es mezcla rara de pequeña editorial, ONG antiglobalizadora y agencia de informaciones sobre el continente y sus problemas.
El LAB, con base en Londres, encara proyectos como editar una biografía de Walsh o un retrato de Lula, y apoya con información y folletos las campañas de Amnesty u Oxfam.
Argentina exiliada desde los siete años, López Levy ontempla con asombro lo que le pasó a su país y habla de las raíces del problema.

Por Andrew Graham-Yooll

–¿Por qué rechaza el argumento de los que dicen que el libro sobre Rodolfo Walsh escrito por un irlandés es “para afuera”?
–Para mí los que dicen que es un libro para el exterior no lo habían leído, y en la presentación en el Rojas sólo notaron que estaba en inglés. Se ve a primera vista que es una antología de escritos de Walsh traducidos al inglés. Obviamente, eso ya se ha hecho varias veces aquí en Buenos Aires en varias formas. Hay antologías periodísticas, y de sus cuentos. Lo que no se ha hecho, y por eso creo que es un libro para cualquier parte y sobre todo para la Argentina, es una vida de Walsh, con antecedentes de infancia y de familia, pasando por sus etapas periodísticas y de ficción. Al revisar todas las fuentes que cita Michael McCaughan, cuando me proponía editar el texto para publicación, no hallé nada parecido entre todo lo ya publicado. Este es un libro de un irlandés sobre un descendiente de irlandeses, y eso se nota en el tratamiento de la información. Lo interesante es tratar de pensar ¿cómo entra la gente en el tema de Walsh? Cree que ya conoce el tema y busca algo nuevo. O ya lo sabe todo y busca comparar con lo conocido. No sé. Tengo la impresión de que la gente más joven no sabe por dónde empezar a mirarlo a Walsh. Quizás todo comienza con Operación Masacre (Ediciones de la Flor, 1972), pero después, ¿qué?
–¿Por qué hizo usted y LAB el libro de Walsh?
–Lo hice yo. Soy la primera editora latinoamericana en los 25 años que tiene esta oficina editorial de publicaciones sobre la región.
–¿Cómo se encaró el libro?
–Yo le propuse a Michael McCaughan hacer una biografía que tuviera intercalada una antología de escritos de Walsh, sabiendo que un libro así no es usual y que sería dificil de venderlo y explicarlo en el mundo editorial. Pero no tenía sentido para LAB hacer una biografía de Walsh, que en Europa nadie sabe quién es, y una antología sola me parecía una lástima, por la gente a la que Michael McCaughan quería dirigirse. A la larga esa gente sí tuvo acceso a Walsh mediante la obra combinada. La verdad es que McCaughan ha hecho un trabajo excelente, habiendo hablado con todo el mundo, gente que no se hablan entre ellos, familia, amigos, colegas. Espero que exista una editorial que lo quiera traducir en Buenos Aires, porque sí creo que tiene material desconocido aun para los argentinos. El libro tiene una tirada inicial de mil ejemplares, para Inglaterra e Irlanda, porque nos cuesta más caro pagar por tenerlos en depósito que reimprimir a medida que vamos vendiendo o negociando ventas en Europa. Estamos negociando la venta de derechos en Estados Unidos.
–¿LAB es una editorial o un centro de investigación e información?
–Tenemos más de una identidad. Por un lado funcionamos como cualquier empresa editora muy chiquita, produciendo pocos libros e informes específicos por año. Y después tenemos otra personalidad en la que funcionamos como una ONG de difusión, de educación, sobre América latina. No somos una oficina que hace campañas en el sentido directo como lo hacen otras organizaciones. Hace 25 años, cuando se fundó LAB, sí era una oficina que hacía campaña para llamar la atención a problemas en la región. Hubo textos que fueron muy difundidos, como la visión de la hegemonía estadounidense en Centroamérica, Under the Eagle (Sometidos por el águila), de Jenny Pearce. En esos tiempos los folletos de LAB se usaban más para campañas. Ahora nosotros hacemos libros de respaldo para la información en folletos y acción de entidades como Amnesty International u Oxfam. Hacemos libros de formación para uso a más largo plazo.
–Hace 25 años el perfil de los integrantes del consejo directivo de LAB era de una identidad específica.
–Siguen teniendo el mismo perfil. Hay un tercio de gente de las organizaciones de desarrollo, que nos financiaban en un comienzo y lo siguen haciendo. Hay un tercio que son gente de los medios. Uno de ellos que estuvo desde los comienzos y es conocido en los círculoslatinoamericanos, Hugh O’Shaugnessy, decidió renunciar al consejo el año pasado, pero aun así se mantiene en contacto. Luego el tercio restante son los académicos. Esa mezcla se ha mantenido.
–Cuando al mundo le interesaba lo que sucedía en América latina, es decir hasta más o menos la guerra de Malvinas, LAB sacaba una serie de folletos informativos por país. ¿Qué pasó con esas publicaciones?
–Estamos tratando de reeditarlos. Estamos sacando un libro sobre el PT y Lula, que lo encaramos cuando se veía que Luiz Inácio Lula da Silva parecía que iba a ganar las elecciones en Brasil. El libro sale ahora a fines de enero y se presenta en Porto Alegre durante el Foro Social. No es sobre las elecciones, es más bien una historia del Partido dos Trabalhadores y cómo llegó a este punto. Nos proponemos hacer libros chicos, y muchos más, sobre la actualidad.
–Es extraño que LAB se halla instalado en Londres, en un país que más que cualquier otro en Europa, le interesa poco lo que sucede en América latina.
–Puedo explicarlo. La misión original era informar sobre temas de derechos humanos en su sentido más amplio, desde políticos y civiles hasta económicos y sociales. La razón por la que sobrevivió los años ochenta, cuando decayó el interés en Europa, se debió a que estuvo apoyada por el interés de la izquierda en el Reino Unido. Se puso complicado en los años noventa cuando nada estaba del todo claro, ni lo que pasaba en la izquierda inglesa, ni lo que pasaba en América latina. LAB sobrevivió esa etapa porque, aunque está instalada en Londres, no es una organización inglesa ni para Inglaterra. Nosotros publicamos para y vendemos en casi toda Europa, y luego vendemos los derechos de nuestros libros a Estados Unidos, donde hay un mercado hispano parlante mucho más grande que sin embargo se interesa en material sobre el hemisferio escrito en inglés.
–Ese apoyo de la izquierda es interesante. La izquierda inglesa es bastante particular, dado que no bien se le rasca la superficie revela una tendencia conservadora notable. ¿Cómo funciona?
–(Risa fuerte) ¿Cómo funciona la izquierda inglesa? ¿Cuántas horas tengo para considerar una cantidad de tesis? En lo específico, en la relación con LAB, hay que remontarse a los años sesenta y setenta, cuando muchas personas que llegaron de jóvenes a las organizaciones de derechos humanos venían de la militancia política. Estaban en esa actividad porque creían que desde ahí podían hacer un cambio social internacional. Por otro lado, dentro del mundo académico había mucha gente con una visión definida de los procesos en la región. Ese tipo de gente se juntó para formar LAB. Además estaban los periodistas que se ocupaban de que se publicara en Europa lo que estaba sucediendo en América latina. El trabajo desde ahí en gran medida siguió la orientación de los que hacían la organización. También hubo gente progre que llegó sin militancia. En los años noventa hubo que repensar el proyecto para ver qué era lo que más acompañaría a un cambio social en la región. Nos instalamos en proveer de información que nunca llegaba a los diarios. Cosas que jamás alcanzarían la atención pública al menos que nosotros hiciéramos un libro. Es decir, intentábamos acompañar a los movimientos sociales, como apoyábamos con información a los que aun en los noventa pensaban en un cambio social a pesar de que las circunstancias fueran nefastas y que no se podía contra el neoliberalismo y que ya estaba todo hecho. Esa actitud negativa estuvo muy presente en Europa en los noventa. Yo llego a LAB sin experiencia editorial, pero sí de ONG, dado que había trabajado en la Campaign for Nuclear Disarmament (Campaña para el Desarme Nuclear), luego en la Campaña de los 500 años (en 1992), y en otras actividades en derechos humanos y en desarrollo. Volviendo a la izquierda inglesa y a la gente que nos apoya, son unos diez o doce mil personas que nos compran libros y folletos, nos dan plata, vienen a las conferencias... Y esa gente es la que se interesó por todas las revoluciones y cambios sociales en América latina. Hay mucha gente que anda por ahí todavía que se involucraron en campañas por Nicaragua, ocontra la guerra en El Salvador. En realidad es gente a la que le interesa más los hechos en Centroamérica. Por eso LAB no ha producido mucho sobre el Cono Sur. No es lo suficientemente pobre como para movilizar solidaridad. Por eso, también, el libro sobre Rodolfo Walsh es algo exótico. En Inglaterra no había un grupo solidario con la Argentina hasta el 22 de diciembre, cuando se inició un ciclo de cine argentino histórico, incluyendo La hora de los hornos (de Solanas y Getino), y cosas más recientes, incluyendo cortometrajes sobre las Asambleas y las movilizaciones. Ese “festival” del 22 de diciembre se hace acompañando al libro sobre Walsh. Hay un página en la web, “Indymedia”, sobre lo que acontece en la Argentina.
–Usted ¿cuándo se fue de la Argentina?
–Me sacaron mis padres en 1977. Yo tenía siete años. Nos fuimos todos. Igual, aunque lejos, me siento emparentada con medio país, entre un padre López y una madre Levy, no me faltan primos. Somos los García García del mundo hispano y del mundo judío. Mis padres se instalaron en Barcelona, yo me fui a estudiar a la universidad de Sheffield, cuando los ingleses decían que esa ciudad era la “República Roja de Yorkshire” por su gobierno laborista. Ahora vivo en Londres.
–Ahora que algunas cosas están cambiando, LAB ¿va a seguir siendo editorial o una organización de movilización social?
–No tenemos opción, somos un poco las dos cosas. Estamos metidos en un mundo de ONGs. No tenemos capacidad para movilizar, lo que podemos hacer es juntar información y distribuirla para que la gente tenga los datos necesarios y puedan utilizarlos cuando se movilizan por causas o campañas y que tengan los datos pertinentes. La gente en Europa nos usa como punto de referencia, son el público y los medios en todas partes del mundo que buscan datos puntuales. Es una forma de juntar gente de todo el mundo alrededor de la información y las campañas.
–Hace dos años que no visita la Argentina. ¿Cómo ve usted la situación al cabo de un año como el 2002?
–Estoy ante una situación confusa. No es que esté confundida, me llevo una pila de libros para leer. En el último año han salido en Europa un gran número de cosas mal publicadas. Mi impresión es que todo lo que dice la gente acerca de “esto se fue al carajo”, etc., no se refiere a este último año. Se fue al carajo ya hace rato. Le pregunto a la gente cuándo surgió algún problema, y siempre dicen que fue hace un año, o dos, o cuatro. Es decir, los indicadores de un colapso eran muy claros. Ha sido un proceso de descomposición que se veía venir y que mucha gente, casi una mayoría, no quería reconocer, porque admitirlo era como anunciar una etapa muy difícil. Esto es evidente en los últimos diez años. Si uno se pregunta cómo está Buenos Aires ahora, la respuesta es: muy resignada a una condición que se desarrolla en los últimos diez años. Es decir, hubo expectativas de algo mejor (en la época de Alfonsín), y se vivieron momentos de alivio y de estar bien, pero vividos con el temor de que eran temporarios y que al final había un desastre. El final es coherente con las dudas que se vivieron durante una década. Se intentó vivir una ficción, que tuvo su lado no del todo cómodo y pero a veces muy positivo. Hubo instancias en las que la gente sacó mucho provecho de la política del momento, pero también hubo mucho desconcierto frente a la pregunta, ¿de qué nos agarramos ahora?No veo que exista una visión muy clara de lo que va a pasar, ni siquiera en las cosas más fáciles de decidir, como son las fechas de un calendario electoral. Lo cierto es que la ficción duró bastante.
–¿Eso se ve de afuera?
–Lo que se ve desde el exterior es que la crisis argentina coloca al país en la comunidad de naciones. No era tan diferente. Es una definición, se ve directamente que el país ha sufrido igual que otros, por la imposición de prácticas económicas y políticas que ya se han implementado en otros lugares. Por ejemplo, se ve en el impacto de las privatizaciones,como parte de una política, y se ve la condicionalidad política impuesta por el Fondo Monetario Internacional. Medio mundo ya lo venía experimentando, en mayor o menor grado, desde comienzos de los años ochenta. Hubo formas de resistir o cambiar el efecto del condicionamiento. Hay que escuchar el discurso del movimiento contra la globalización que demuestra que surge de experiencias anteriores, no sale de la nada. Eso refleja el hecho de que se han vivido situaciones similares en otras partes, que un país no está solo, y que la solidaridad es posible. Me parece importante darse cuenta de que la Argentina no está sola y que el panorama es común a otros países de América latina. Lo que no veo es que la gente sepa procesar este interés externo para dentro. No se entiende aquí que hay gente de afuera que quiere entender lo que sucedió y que quieren buscar soluciones comunes. Viene mucha gente de afuera para tratar de entender cómo funcionaron las asambleas y las ocupaciones de empresas cerradas. No quiero pecar de optimista en cuanto a lo que se puede alcanzar. Hay gente que parece ofrecer apoyo pero que sólo viene en una especie de “turismo político”: el año anterior fueron a ver a los zapatistas y este último les toca las asambleas barriales o los mercados de trueque en la Argentina, y de paso fueron a ver algo de la campaña de Lula. Es una especie de turismo de izquierda. Algo así como ¿a qué revolución vamos este año? Pero más allá de eso hay una curiosidad internacional que incluye solidaridad y ayuda a aprender de los errores. Por de pronto, el desarrollo de los movimientos piqueteros llama la atención internacional. A mí me interesa. Se han desligado de un sistema de política instalada que no funciona, han creado algo más horizontal, comunitario, sin los dirigentes o caudillos que han fracasado. El interés internacional que produce esa experiencia no se siente localmente. No tengo tiempo para quedarme a calibrarlo y tratar de estimar su importancia a futuro, pero es muy interesante. No sé qué va a resultar de las buenas intenciones, pero lo cierto es que se genera algo de interacción positiva, y eso también es necesario frente a la sensación de aislamiento.

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