› Por Daniel Viglietti
El golpe es duro y diferente, porque es la muerte de un estadista que estaba precisamente en los antípodas de lo que la palabra golpe ha significado en la historia argentina. La visión que tenemos muchos sobre Néstor Kirchner, y paralelamente sobre su compañera de vida y actual presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, es la de un gobierno que desde un país casi derruido, a varios niveles, logró rescatar una Argentina posible, una sociedad poco a poco más cerca de lo justo. La figura de Néstor Kirchner está muy marcada para nosotros los uruguayos por la política que en materia de derechos humanos se ha desa-rrollado en el país hermano durante los dos gobiernos, el anterior y lo que va de éste. Si partimos del período en que fue presidente, Kirchner funda una actitud de dignidad frente a ese tema. Sorteando las críticas de la oposición y los artilugios de una Justicia que casi nunca hace justicia en estos asuntos y en estas regiones del mundo, Kirchner abordó con coraje la decisión de anular las leyes de impunidad. Y que, en consecuencia, muchos de los represores identificados pasaran ante los jueces y fueran condenados a la prisión, a lo que se suman muchos juicios abiertos que siguen su curso. El sanguinario dictador Jorge Videla, a la cabeza de los genocidas es, preso, una muestra simbólica de ese cambio histórico.
Eso ha desencadenado críticas y hasta cobardes acciones como la desaparición de Julio López y el asesinato, en Rafaela, de Silvia Suppo, dos hechos aún impunes. Esta cuestión de la impunidad es de dolorosa actualidad para nosotros los uruguayos, frente a las indignantes trabas que enfrentan las mayorías progresistas de mi país, incluso en ciertos casos en sus propias filas, para anular definitivamente la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado.
Kirchner, los Kirchner hay que decir para ser exactos, tuvieron la firme decisión de terminar con las trabas legales con que se escudaba la jauría de represores, y no se quedaron limitados a encerrar a un puñado de ellos en prisión, sino yendo mucho más allá en una acción que sigue en camino día a día con juicios de notoriedad que sientan un precedente de dignidad en la materia. Materia ética, si las hay, desde aquellos insuficientes juicios de Nuremberg tras la Alemania nazi, hasta nuestros tribunales del sur, salvando distancias y épocas. Néstor Kirchner supo aplicar aquello que para otros quedó en los buenos deseos de la palabra. Como escribiera la cantora militante mexicana Judith Reyes en su “Corrido de la toma de Pando” sobre aquella acción tupamara en homenaje al Che el 8 de octubre de 1969, “palabras que no coinciden con hechos / no valen nada”.
También es cierto que los esfuerzos de unidad latinoamericana tuvieron en Kirchner un activo vaso comunicante en el juego de ejes, disímiles pero anti-imperialistas en mayor o menor grado, que vienen siendo –entre otros– los gobiernos de los presidentes Chávez, Correa, Lula, Morales y Mujica, por orden alfabético. En mis andanzas en esta pequeña gira por Europa que comencé en Francia, donde hice mi recital de Homenaje a Mario Benedetti, y continué por Bélgica y Alemania, pude comprobar que la solidaridad con nuestra América, la del Che, la de Sendic, la de Enríquez, la de Soledad Barrett, la de Roque Dalton, en medio de la crisis de decadencia del Viejo Mundo, el sentimiento solidario de la gente, sobrevive como un fosforito en medio de oscuridades que van creciendo día a día en esta parte del planeta.
Muchos jóvenes europeos han salido a la calle enfrentando la injusticia, denunciando a los gobiernos de los ricos, y eso siempre genera sentimientos de solidaridad con pueblos hermanos que, desde siempre, estamos en eso.
En nuestro sur, Néstor Kirchner, más allá de las idealizaciones y los ataques de que será objeto tras su muerte, tuvo esas actitudes de dignidad que nos harán sentir su ausencia en los difíciles pasos futuros de nuestra historia sureña. El fue un factor de impulso para Unasur, por ejemplo. Analizar su política fuera de los temas que he abordado, me parece una tarea propia a los argentinos y, parafraseando un dicho nuestro cuando decimos “yo, argentino” en medio de una discusión delicada, yo digo frente a esos otros rubros: “Yo, uruguayo”.
Seguiré evocando estos temas en mi programa de radio, en Tímpano. Pido excusas por la tardanza de mi mensaje, en el que no olvido a la izquierda argentina, compleja en su diversidad, pero siempre en vigilia, y más cuando cae sangre inocente como la del joven Mariano Ferreyra. Más temprano que tarde volveré a cantar a esa tierra que también han sabido sembrar de cantos voces orientales compañeras, como Alfredo Zitarrosa o el recientemente fallecido José Carbajal, el Sabalero. Y sentiré que la canción podrá seguir haciendo lo suyo desde voces argentinas como las de León y Víctor, Teresa y Liliana, y tantos otros, acompañando a ese pueblo que ojalá sepa dar el mayor apoyo a la tarea que le espera a la Presidenta Cristina, juicios a los genocidas mediante y deteniendo los embates de una derecha deseosa de revancha y con puño de hierro desde siempre. Ojalá así sea, pueblo y Presidenta.
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