EL PAíS › LA DESPEDIDA EN LA PLAZA Y LA SALIDA DEL CORTEJO DE CASA ROSADA
La espera en la explanada y el inicio de la caravana con el féretro de Néstor Kirchner. Testimonios de los que se quedaron a aguardar la comitiva en la Plaza de Mayo.
› Por Werner Pertot
El aplauso se alzó desde la multitud cuando salió el cortejo fúnebre de Casa Rosada y se entreveró con la marcha de la fanfarria de granaderos. La lluvia caía entre los paraguas de las personas que se acercaron por la suya, entre los militantes sindicales con pechera o los de La Cámpora, que ondeaban banderas argentinas. “¡Viva Néstor!”, gritó uno de ellos, e inició una carrera detrás del auto. Otros se quedaron como clavados a la tierra de las plazoletas que rodean la explanada. Algunos lloraban en silencio. Otros cantaban: “¡Cris-ti-na, Cris-ti-na!”.
La explanada fue el lugar de encuentro de los que luchan y los que lloran (o de los que luchan y lloran). Había jóvenes kirchneristas, sindicalistas con pecheras de La Bancaria y muchas personas que llevaban flores y pancartas hechas a mano. Todos juntos se abrieron paso entre los patrulleros para ver la salida del cortejo en la entrada de la Casa de Gobierno que da a Leandro Alem. A las 13.17 partió el auto con el féretro, acompañado por motos de la policía y una fila de vehículos. La fanfarria Alto Perú del Regimiento de Granaderos a Caballo, que estaba ubicada en las escalinatas, tocó la marcha de San Lorenzo.
Andrea y Diego siguieron con la mirada la comitiva a medida que se alejaba. Andrea lloraba. Estaban los dos acurrucados debajo de un único paraguas. El, vestido de traje y corbata, con una bandera argentina de poncho, venía de La Plata. Ella, de Lomas de Zamora. “Vinimos a apoyar a Cristina y a despedir al que nos devolvió la esperanza”, dijo él, con un tono que flaqueaba. Andrea juntó fuerzas y enhebró una frase, antes de que la voz se le volviera a quebrar: “Nos devolvió los sueños, la mística, la dignidad, nos permitió volver a creer en un colectivo”.
La Plaza de Mayo estaba ensombrecida por las nubes. En el aire, se olían las flores que colgaban de las vallas o se apilaban al frente de Balcarce 50. La llovizna no parecía preocupar, sin embargo, a María del Carmen y sus hijas, que tienen un microemprendimiento textil y xilográfico en Wilde. Morocha, bajita, con una bandera argentina en la mano y otra de capa, María del Carmen remarcó: “Lo vimos a Néstor Kirchner caminar por las calles de barro donde vivimos. Y no es que no se te arrimaba porque tuvieras una gorra o estuvieras transpirado”.
Como quien cuenta una confidencia, se largó a relatar: “Yo antes vivía en una villa. Una vez vino él y le pegué un grito: ‘¡No quiero un plan, quiero trabajo!’. Se me acercó y me dijo: ‘Dame tu teléfono que yo te voy a llamar’. Yo le contesté: ‘Se lo doy, pero no creo. Ya me defraudaron tantos’. Y me llamó esa noche, cerca de las once”. Sus hijas asentían. “Me dijo: ‘¿Viste que te iba a llamar?’. A la semana, tenía un trabajo en blanco. Mis hijas ahora tienen un microemprendimiento, una está becada para ir a la universidad, algo que le cuesta mucho a la gente humilde. Salimos de la villa y ahora vivimos en un barrio común. Nos trató sin soberbia, como a personas. Entonces, ¿cómo no voy a estar agradecida?”, preguntó María del Carmen, antes de ponerse a llorar.
Su hija, Viviana, de 31 años, retomó la palabra: “Nos dieron maquinaria para trabajar sin importar si estábamos en un partido. No es clientelismo, como dicen acá: nos ayudó a progresar, no nos dio una bolsa de comida. Nosotros no pertenecemos a ningún partido, somos trabajadoras, pero vamos a luchar para que el país no vuelva a estar en llamas”, (se) prometió. En las manos tenía otra bandera, escrita con aerosol, que decía: “Néstor, estás en nuestros corazones”.
Cerca de ellas, Ana María les sacaba fotos a sus hijas Wayra y Killa, que se paraban frente al rostro de Kirchner, impreso en la vereda. “Somos descendientes de pueblos originarios, de los quechua”, aclaró ella, que vestía una blusa con motivos indígenas y llevaba un bolso multicolor. Se vino de Berazategui a despedir el féretro, pero llegó tarde. Mientras Killa jugueteaba con su paraguas, señaló: “Este es el primer gobierno que hizo algo por los pueblos originarios, cuando sacaron el día de la raza, que para nosotros fue un genocidio. Igual, falta mucho todavía”.
Adrián también se quedó en la plaza. Cuarenta años, pelo tirando a largo, barba, un paraguas medio deshecho, aclaró de entrada que viene de una familia peronista y que es militante de la agrupación Arturo Jauretche de Esteban Echeverría. “Estoy cerca de La Cámpora. Digo ‘cerca’ porque no banco al intendente ultraduhaldista que tenemos, que ahora se dice kirchnerista”, afirmó. “En 2001 nos sentíamos entregados, pero vino este tipo y nos devolvió las ganas de militar. Para mí lo central fue cuando se le plantó a Bush. Nos devolvió la soberanía nacional”, destacó.
Un grupo de cincuenta personas, la mayoría de clase media, eligió ver el cortejo desde la pantalla gigante que estaba instalada al costado de la Plaza. Entre el bosque de paraguas estaba Silvio, un estudiante de filosofía que viajó de San Pablo por el congreso de Walter Benjamin que organizó el Centro Cultural Haroldo Conti en la ex ESMA. De boina y anteojos, con 33 años, Silvio analizó en portuñol: “Es un momento histórico. Kirchner es muy importante para América latina. Cambió muchas tendencias del continente... para mejor”. A su lado asentía Laura, una socióloga que antes “se definía como progresista filo-peronista, pero ahora me empecé a definir como peronista filo-progresista”. “Lo que me sorprende de todo esto –dice Laura– es la participación juvenil, que había mermado en estos últimos años. En esta plaza se vio la esperanza.”
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