Mar 21.01.2003

EL PAíS  › OPINION

¿Dónde está la izquierda?

Por James Neilson

Hace tiempo, era fácil saber lo que quería “la izquierda”: la igualdad universal a través de la eliminación de las diferencias de clase y la subordinación de lo económico a lo político. Se trataba de un proyecto sin duda discutible pero innegablemente constructivo. Sin embargo, al aburguesarse el grueso del proletariado en los países más ricos y hacerse evidente que el estatismo era menos productivo que la empresa privada, la izquierda tuvo que buscar otro objetivo. Para muchos, éste sería la lucha contra Estados Unidos, causa que los obligaría a ubicar “el imperio” a la derecha no sólo de un puñado de países europeos sino de todos los demás, planteo que ha tenido consecuencias estrafalarias.
Ultimamente, las calles de docenas de ciudades se han llenado de “izquierdistas” que gritan consignas contra una expedición militar destinada a derrocar al dictador iraquí Saddam Hussein. ¿Lo admiran? La mayoría dirá que no, pero que corresponde a los iraquíes voltearlo. ¿Cómo? Es su problema. ¿Están en favor de la proliferación nuclear? Por supuesto que no, pero Estados Unidos debería mostrar el camino desarmándose a sí mismo. ¿Entonces el mundo sería más seguro? Claro, si no fuera por Estados Unidos los pueblos convivirían en paz y armonía. Los esqueletos de Marx, Lenin, Trotsky, el Che, Mao y Ho Chi Minh, todos pacifistas, están riendo a mandíbula batiente.
De haber impuesto sus criterios esta extraña izquierda que se ha habituado a movilizarse en defensa de dictadores fascistas o teocráticos, Saddam ya se hubiera apoderado de Kuwait y de un arsenal nuclear nada despreciable, los serbios hubieran limpiado a Kosovo de kosovares, los musulmanes bosnios hubieran sido debidamente masacrados y los talibán afganos seguirían prohibiendo la música por considerarla pecaminosa, ejecutando a los homosexuales y castigando con ferocidad a mujeres culpables de dejar ver sus tobillos. Si se tratara de una izquierda de verdad, sus legiones estarían manifestándose contra Saddam y en pro de los iraquíes, exigiéndole a George W. a comprometerse con la plena democratización de Irak para asegurar que no emule a su papá que, terminada Tormenta del Desierto, por los consabidos motivos geopolíticos, traicionó a los kurdos y los chiitas para que el dictador los aplastara sin miramientos con sus “armas de destrucción masiva”. Pocos han pensado en hacerlo porque hoy en día la izquierda contestataria no es más que un epifenómeno del imperialismo reinante que se siente obsesionado por la interna norteamericana y totalmente indiferente hacia el destino de los demás.

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