EL PAíS › LAS ESCUCHAS ILEGALES QUE COMPLICAN A MACRI EN LA CIUDAD TAMBIéN SE HABRíAN REGISTRADO EN BOCA BAJO SU PRESIDENCIA
El ex dirigente del club Roberto Digón revela que ya en 1997 el actual jefe de Gobierno le pidió que grabara a un adversario político. Dos ex empleados de Boca detallan sus sospechas sobre líneas pinchadas. El rol del Fino Palacios desde la Gerencia de Seguridad.
› Por Gustavo Veiga
El espionaje telefónico nunca tuvo status de disciplina competitiva en Boca, pero hubo una época en que se practicó como deporte. Fue durante los tres mandatos de Mauricio Macri como presidente, entre 1995 y 2007. Roberto Digón, el dirigente peronista y ex vicepresidente boquense, recuerda que el actual jefe de Gobierno porteño le pidió en 1997 que le llevara grabada la conversación con un directivo que cuestionaba a la cúpula del club. Dos ex empleados jerárquicos recuerdan que vivían apremiados por las sospechas de líneas pinchadas o que se recolectaba información sobre los consumos con sus tarjetas de crédito. Un tercero habla de “psicosis”, aunque en todos los casos coinciden en cómo se jugaba a los espías. Emparentada con las mejores historias de John Le Carré, la trama de intrigas se robusteció con el paso de Jorge “El Fino” Palacios por la Gerencia de Seguridad de la institución. Todo coincidió con un incremento notable en el presupuesto del área que tenía a su cargo el comisario, que subió de 800 mil a 1,5 millón de pesos anuales a mediados de 2004. Esta primera maqueta del sistema de escuchas tiene más de una década. No funcionaba para entrometerse en la vida de políticos y referentes de organizaciones judías, pero sí para controlar los movimientos en un club de fútbol.
En 1997, Digón compartía la conducción de Boca con Macri. Por diferencias circunstanciales, el vicepresidente segundo del club, Luis Conde, se había distanciado del ingeniero. El dirigente peronista y actual director del Banco Provincia sostiene que, por ese problema interno, el ex presidente le pidió: “Grabalo y tráeme la conversación”. Digón hoy no quiere darle valor agregado a la anécdota, pero enfatiza que era un modo de frenar el ímpetu de Conde, quien falleció el 5 de marzo de 1998. Un segundo episodio siempre le hizo sospechar que el ex presidente de Boca controlaba sus movimientos. “Un día me dijo enojado que yo apoyaba a Aníbal Ibarra para las elecciones porteñas de 2003. Faltaba mucho para que se hicieran y yo no había hablado de ese tema con nadie. Su actitud me sorprendió...”.
Las habladurías sobre espionaje en Boca son tributarias del non fiction. Si se les da entidad a las palabras de Marie France Peña Luque, la ex cuñada del jefe de Gobierno, nadie discutiría que pertenecen a ese género. “Las pinchaduras telefónicas son moneda corriente en la familia”, dijo la ex mujer de Mariano Macri, el hermano menor de Mauricio, en noviembre de 2009.
Cuando Palacios se conchabó en el club como gerente de Seguridad, nadie se animó a desafiar su poder, salvo el responsable del área de Operaciones. Ni siquiera Rafael Di Zeo, el líder de la barra brava, se había atrevido a tanto. El ingeniero Omar Toti trabajó diecisiete años en Boca y es socio desde que tenía cinco. Discutió con el Fino por la superposición de funciones, ya que el primero tenía a su cargo la seguridad hasta que llegó el comisario. Pero terminó entregándosela al ahora detenido y se sacó un peso de encima. Un ex empleado y testigo del altercado todavía sostiene hoy que el comisario amagó sacar un arma. “La gente en el club no se anima a hablar”, agrega, y pide que su nombre quede a resguardo.
El primer jefe de la Policía Metropolitana dejó pocas pero sólidas amistades en Boca. El actual gerente de Compras del club, Carlos Cueto, lo visita con frecuencia los lunes en el Penal de Marcos Paz, donde espera por un juicio oral.
Antes de la llegada de Palacios a Boca, y con él, de su discípulo Ciro James –como afirman la diputada y periodista Gabriela Cerruti y el propio Digón–, las tareas de inteligencia corrían por cuenta de un tal Jesse, que nada tiene que ver con el espía detenido. Una mujer que se desempeñó en áreas claves del club lo describe como “alto, morocho y bien parecido. Solía ingresar al despacho del ex gerente general, Eduardo Cafaro, y colaboró con Palacios hasta que se fueron juntos del club”. Este hombre tiene una característica que coincide con la que Andrés Ibarra, funcionario del gobierno porteño y alter ego de Macri, le atribuyó en su declaración indagatoria a uno de los asistentes del Fino. Lo mencionó como una “persona robusta de quien no recuerdo el nombre”.
Ibarra, que en Boca había sucedido a Cafaro en la Gerencia General, negó tener algo que ver con la contratación de James en la cartera de Educación porteña, pero curiosamente fue promovido a la Secretaría de Recursos Humanos del Ministerio de Hacienda porteño, desde donde supervisa a los 120 mil empleados que trabajan en la ciudad.
El juez Norberto Oyarbide lo interrogó el 26 de agosto sobre su paso por el club. De sus dichos se desprende el contexto en que se desarrollaban las actividades de Palacios en Boca. Dijo que ingresó “en febrero del año 2005 inicialmente con un contrato como asesor en materia de seguridad hasta que se formaliza como gerente de Seguridad”. Aseguró que “lo recomendó Mauricio Macri en consenso con Pedro Pompilio” y que “lo veía seguro los días de partidos, a los que se denominaban ‘eventos’, que para cumplir con estándares de seguridad nos reuníamos los días previos (...) casi todo el equipo gerencial, analizábamos el próximo evento y las particularidades que cada uno podía tener. A modo de ejemplo: venta de entradas, cuántas ventanillas se habilitaban, con o sin Pago Fácil, etc.”.
Diligencias tan pedestres como las que describe Ibarra no parecen relevantes para un personaje del perfil de Palacios, convocado a ejecutar acciones más complejas. Cuando Oyarbide le pidió a Ibarra que respondiera quién le asignaba tareas al Fino mencionó: “Las tareas de seguridad estaban especificadas por el Manual de Organización del Club, donde cada área tiene sus competencias. Que ante temas más trascendentes el Comité de Seguridad organizaba una reunión y yo le transmitía lo decidido. A modo de ejemplo: si le dábamos lugar al visitante, por dónde accedían, etc. Que también estaba el vínculo con el Coprosede, que era el organismo que presidía Javier Castrilli”. El funcionario macrista confunde el organismo bonaerense con la Subsecretaría de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos, que conducía el ex árbitro de fútbol.
Ibarra le dijo al juez que entre los subordinados del Fino en Boca estaban el comisario Pedro Santa Eugenia, un suboficial de Policía de apellido Nicoli y la persona “robusta” que podría responder al apodo de Jesse. También declaró que tenía a su cargo “al personal de una empresa de seguridad privada preexistente a mí llegada al club y a la llegada de Palacios, que se llamaba PCP”. La compañía es Prevención y Control de Pérdidas, de origen israelí, con cabecera en Miami. El funcionario porteño no mencionó a Jorge Gómez, un comisario que era habitué de los programas de Mauro Viale y daba apoyo logístico desde afuera de la institución deportiva.
Todos los testimonios del personal que se desempeñaba en Boca durante la gestión de Palacios coinciden en que había instalado un clima de intimidación por las versiones sobre las escuchas. Digón reafirma la idea y extiende esa etapa al período 2004-2007 en que Ibarra ocupó la gerencia general. “Había mal ambiente”, comenta. “El radiopasillo de Boca en aquella época decía que estaban pinchados los teléfonos y, además, que nos habían investigado los consumos de las tarjetas de crédito”, sostiene un profesional que ocupaba una de las gerencias en aquel momento. A esta semblanza del club en tiempos de Macri y el Fino adhieren otros empleados. Con matices, todos coinciden en que la histeria del espionaje interno alcanzó su apogeo por aquellos años.
“A mí no me consta nada, había una psicosis. Hacer escuchas sale una fortuna y yo le puedo decir que no puedo darle trascendencia a ese rumor”, señaló otro ex gerente que defiende al ex presidente y jefe de Gobierno de las acusaciones que pesan sobre él.
Las voces que pidieron ocultar su nombre, acaso por temor a represalias, o quizá por no tener las pruebas irrefutables para demostrar lo que denuncian, también coinciden en que Ciro James era como un fantasma, mucho más etéreo de cómo se lo observó en los videos del Ministerio de Seguridad porteño, a donde ingresaba con la misma facilidad que a su propia casa. “Nunca lo vi”, “jamás me lo crucé”, cuentan por igual los empleados jerárquicos y también los que cumplían funciones desde el llano. Ibarra, indagado por Oyarbide, sostiene con más datos en su poder una versión semejante: “No lo conozco, jamás trabajó en Boca Juniors. Inclusive cuando vi las fotos de James publicadas por los medios, no recuerdo haberlo visto nunca en el Ministerio de Educación”.
Nadie pudo hasta ahora aseverar con pruebas que cumplía funciones en Boca; tampoco que tenía relación de dependencia o recibía paga alguna del club, como sí quedó demostrado en el gobierno porteño. Pero cuando James fue admitido en el Ministerio de Educación mediante un contrato de locación de servicios, cuyo trámite firmaron varios funcionarios, desde el ex ministro Mariano Narodowski hasta el propio Ibarra, tampoco se había anunciado su presencia en el gobierno de la ciudad. Su contratación apareció en el Boletín Oficial bastante tiempo después de su efectiva incorporación. Macri, Ibarra, Palacios y hasta el ministro Guillermo Montenegro (integró ad honórem una Comisión de Seguridad) convivieron en Boca durante la última presidencia del ingeniero (2004-2007). El eslabón que los une a todos es James, el espía con apellido de pistolero del Lejano Oeste.
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