EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
No será muy original que digamos, pero es imposible no preguntarse por el detrás de la escena boxística registrada en el Congreso.
Con las salvedades de siempre, se habló con prioridad de la cachetada en sí misma, de la suerte que debería correr Graciela Camaño y de la imagen institucional brindada. Si sólo se tratara de eso, no tendría sentido detenerse en el tema ni un segundo. Una calentura de momento. Un episodio aislado. Una agresión física incluso leve en comparación con las que se suceden en casi todas partes. Si hasta resulta patético que algunas voces del oficialismo reclamen la renuncia de la diputada como presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales, cual si estuviésemos frente a una convención de bibliotecarios noruegos. Déjense de joder. Más todavía: es de baja estofa facturarle a Camaño el marido que tiene. La tipa es una militante de toda la vida, y su laboriosidad como legisladora es ponderada por propios y ajenos. Como si no bastara, Camaño venía de bajarle el copete a la parturienta republicana al advertirle que eso no era una comisión investigadora de nada. No se merecía la provocación. Se sacó por las chicanas de Kunkel, lo acomodó y chau. No vengan con el bochorno de la violencia de quienes deberían predicar con el ejemplo, ni con el dolor que siente la República, ni con cómo puede ser que le paguemos el sueldo a esta gente; ni menos que menos con que esto fue uno de los productos de la crispación en que el kirchnerismo sumió al país, ni con ninguna de esa sarta de hipocresías inútiles, encima, porque ya no se las compra nadie. ¿O sigan así, pensándolo mejor? Porque continúan dejando las cosas más claras a cada paso que dan.
¿Bochorno? Sí, es un bochorno escandaloso lo que armaron al sugerir ofrecimientos impúdicos del Ejecutivo para aprobar el Presupuesto. Todo olió a opereta desde un comienzo, porque nada cerraba por ningún lado. Que el oficialismo pudiera estar tan sensible, cuando al cabo no habría perjuicio mayor en alargar los fondos de este año y a otra cosa. Que se oferte una coima por mensajito de texto. Que los llamaron por teléfono y les dijeron “pará, que te paso con el ministro”. Todo sonaba a ridículo. Sin embargo, como se expresó en este mismo espacio hace una semana, de tan ridículo que sonaba cabía dejarse algún lugar para no poner las manos en el fuego, porque también era increíble que se expusieran al grotesco de tamaña manera. Y sí, fue así; pero para agregarle volumen kafkiano lo confirmó la oposición misma. La evangélica itinerante Cynthia Hotton, que viene a ser la versión bien vestida de Cecilia Pando, admitió que fue ella quien llamó a la kirchnerista Patricia Fadel para pedirle su firma en un texto contra la legalización del aborto. No era que Fadel la llamó a ella munida de zanahorias. Ahora resulta que la propia comisión parlamentaria que encabeza Camaño desechó las denuncias por falta de pruebas. Y que la propia Hotton dice que evalúa dejar la política para que esto no le cueste quedarse sin su marido y sin sus hijos, en lo que puede interpretarse como la decisión de no seguir pasando papelones al menos con su familia.
¿Bochorno? Sí, es un bochorno que Carrió siga montada en las acusaciones que sus mismos compañeros desmantelaron al no poder fundarlas. Es un bochorno que se pueda quedar tan preso de un personaje. Es un bochorno que le haya dicho al hijo de Alfonsín que las mecánicas procedimentales con el quórum las inventó su padre, como si antes hubiera habido la nada misma de la que ella se pretende parida. Es un bochorno que le haya puesto a eso el nombre de “La Gran Jaroslavsky”, amparándose en un muerto que si pudiese contestarle le daría una lección política inolvidable a sus pretensiones de virgen eterna.
¿Bochorno? Sí, es un bochorno que, después de la indefinición de los diputados de su fuerza, incapaces de ponerse de acuerdo sobre si acompañar o no la sanción del Presupuesto nacional, Macri amenace con adelantar las elecciones porteñas si la Legislatura no le aprueba el suyo. Eso fue después de señalar que Camaño no debe renunciar porque no pudo noquearlo a Kunkel, en otra muestra esplendorosa de su nivel de análisis político al que esta vez agregó, es cierto, la virtud de articular una oración completa.
¿Bochorno? Sí, es un bochorno el espectáculo que brinda el radicalismo, enfrascado en una interna cuya única lógica pasó a ser, primero, cómo afrontar el dilema que les provocó la muerte de Kirchner al desaparecer el elemento unificador; y después, o mejor antes, la renovada costumbre de que absolutamente nada de lo que discuten pasa por alguna confrontación de ideas siquiera superficial sino por el mero afán de espacios de poder. La sola mención de que andan despedazándose entre “alfonsinistas” y “cobistas”, como si además esas designaciones implicaran corrientes ideológicas, provoca vergüenza ajena. Un show de celadas sin otra dimensión que batallar por las autoridades de bloques parlamentarios, capaz de provocar el asombro y hasta la condena de los medios periodísticos que les son adictos; o que desesperan por la definición, si no de una candidatura próxima, al menos de cierto retrato de unidad apacible, en condiciones de dejar esperanzas para enfrentar al kirchnerismo. Cabe citar nada menos que al colega Julio Blanck, en nada menos que Clarín de ayer, en nota a toda página: “Esta vez fue en el bloque de diputados que (el radicalismo) quedó partido casi exactamente al medio por la renovación de sus autoridades. Los alfonsinistas acusan a los cobistas de apurar esa decisión el día que se debía discutir el Presupuesto. Los cobistas acusan a los alfonsinistas de romper un acuerdo establecido el año anterior, por el cual Oscar Aguad, cordobés y cobista, debía dejarle ahora la presidencia del bloque a Alfonsín y ocupar la vicepresidencia de la Cámara en su lugar (...) Los dos sectores presentaron escritos avalando a sus candidatos. Cada escrito tenía 22 firmas. El pequeño problema es que el bloque radical tiene 43 integrantes. Si había 44 firmas en total, es que alguien firmó dos veces. ¿Quién? La cordobesa Silvia Storni. Después explicó que los cobistas la habían engañado, porque le dijeron que el papel que firmaba se refería sin más detalles al cumplimiento del pacto preexistente”. ¿Bochorno?
Mientras tanto, Carrió les marcaba la cancha con el sainete que inventó o amplificó, ayudada por sus amigos mediáticos que a esta altura, con la difusión de esos lamentos vacíos de contenido y probanza, más parecen favorecer al Gobierno. Pero aún faltaba que los radicales no pudieran acordar ni tan sólo una postura única frente a las imputaciones de Lilita. Nada demasiado diferente a lo sucedido en el cuasi extinto Peronismo Federal, que exhibió al sector de Reutemann enfrentado a la jefatura del bloque a cargo de Solá, porque tampoco unificaron posición sobre las denuncias de la chaqueña. Reutemann y Solá, quienes justo venían de salirse y de amagar con alejarse de ese engendro de nombre tan abstracto como su domicilio. El uno, según su habitualidad imperecedera, no se sabe por qué; y el otro, porque parece que el funeral de Kirchner le cambió los jugadores. En una palabra, todos contra todos pero, a la vez, sin poder ser un todo ni apenas frente a la doncella embarazada por el Espíritu Santo que les fija la agenda, ni ante la urgencia de suplantar el llanto porque ese nene que me pegaba se murió.
La pregunta es: ¿y si fuera que detrás del cachetazo de Camaño grita piedra libre la obviedad de una incertidumbre e impotencia ya totales, en las filas de quienes se quedaron sin muro de los lamentos?
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