EL PAíS
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Vecinos
› Por J. M. Pasquini Durán
Es semejante a una asamblea de vecinos, pero el barrio de los participantes es la Tierra. El Foro Social Mundial (FSM) de Porto Alegre (Brasil), en su tercer año, dará cabida a 1500 actividades diferentes con decenas de miles de asambleístas procedentes de los cuatro puntos cardinales. D’Jalma Costa, miembro de la dirección estadual de San Pablo de la Central de Movimientos Populares (CMP), una de las redes urbanas de más peso en todo el país, tal vez lo haya definido con la precisión que se puede definir un espacio de esa naturaleza: Es “un escenario marco que no reemplaza los desafíos de nuestro trabajo militante diario pero que los sitúa, les da una referencia internacional, le pone nombre y apellido a la búsqueda de alternativas y soluciones comunes para todo el planeta”. Un modo extenso de explicar la consigna básica del Foro, “Otro mundo es posible”, una proposición y una ilusión, ambas simultáneas.
El primero de los foros, en el año 2001, conmovió a los participantes con la fuerza de un huracán, porque después de años de hegemonía absoluta de las ideas más conservadoras del capitalismo internacional y de fragmentación social, pudieron hacer un recuento provisional de fuerzas, reunir fragmentos en esperanzas comunes y reconfirmar, cuando no descubrir, que ninguno estaba tan solo como parecía y que no sólo la resistencia era justa y posible sino también la ofensiva por el cambio. Trazó una frontera que no dividía al mundo en Norte rico y Sur empobrecido, porque en ambas zonas había dos veredas, desde los agricultores franceses hasta los Sin Tierra del Brasil, desde los homeless británicos hasta los sin techo de América latina. Por fin, sin agotar con esto la enumeración de sus alcances, los más débiles pudieron levantar su propia dignidad hasta convertirse en el reto tangible al tradicional foro suizo de Davos, sede anual de las sesiones de los poderosos del mundo.
Este año, a pesar de la naturaleza no gubernamental del FSM, pasará por su tribuna central por lo menos un presidente, Lula da Silva de Brasil, quien además se propone llevar mensajes de Porto Alegre a Davos, entre ellos la urgencia del hambre, el imperativo de aliviar la carga de la deuda externa y la voluntad de paz que contrarreste las manipulaciones guerreristas, ofreciendo los caminos de la cooperación internacional para derrotar a los fundamentalismos terroristas, tanto en Oriente como en Occidente, y salvaguardar la vida y la libertad de los pueblos. Lula fue, en su momento, uno de los más entusiastas auspiciantes de estos encuentros planetarios, y encarna hoy por hoy la expectativa abierta: ¿Otro mundo es posible?
Aunque nadie puede asegurar una relación causa/efecto entre aquel primer Foro y los sucesos de diciembre de 2001 en este país, porque eso sería afirmar que es posible exportar las revulsiones sociales, algún día la historia develará hasta qué punto esa influencia calentó los ánimos de muchos para ganar la calle, cacerolas en mano, y decirle basta a un modelo de exclusión y de representaciones ficticias. En este tercer Foro las ambiciones de propósitos han crecido tanto o más que el número de presencias. Igual que en el movimiento popular nacional, las demandas se dirigen hacia la búsqueda de propuestas prácticas de coordinación, de consensos particulares, de satisfacer “la necesidad de avanzar en un proceso de confluencia no sólo cuantitativo sino también de contenidos”, como ya indicaron varios de los delegados en las jornadas previas. “Es fundamental precisar, aterrizar –subraya el joven brasileño antes citado–, bajar los grandes contenidos a la cotidianidad... Cuando voy a trabajar en mi favela no puedo hablar sólo de utopías... Debo ofrecer propuestas, operar con una metodología, traducir las grandes reflexiones a la capacidad de escuchar de ese grupo humano.” Salvo unos pocos, que las llevan a todos lados como verdades únicas y absolutas, la mayoría rechaza las recetas de valor uniforme y universal, a la manera de los técnicos del Fondo Monetario Internacional, pero los más optimistas esperan avanzarhacia una pedagogía compartida para responder a tantas incertidumbres del presente y para develar rumbos inéditos.
El FSM, por supuesto, igual que las góndolas de un hipermercado, ofrece toda clase de productos en una variedad casi inagotable. Esa pluralidad a veces imposibilita la prolijidad de las deliberaciones, la rigurosa concordancia de sus resoluciones y los acuerdos sólidos, de una vez y para siempre. Pero tampoco es la Torre de Babel, porque las realidades diferentes se parecen tanto y porque ni las diferencias idiomáticas dificultan la comprensión del Otro. No es un valor menor, justo en un tiempo en que la desconfianza y la sospecha recíprocas tienden a convertir la fragmentación social, provocada por el plan económico del ajuste y la exclusión masiva, en subculturas de ghettos desintegrados, cuyos beneficiarios son los mismos que cortaron los lazos sociales para construir su minimundo de privilegios abusivos. La chance de reconocer la propia humanidad en la condición humana del prójimo, bastaría para justificar estos encuentros. Pero habrá más para celebrar, seguro.