Sáb 29.01.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Sensación y realidad

› Por Luis Bruschtein

Cuando asumió Alfonsín, el respaldo era tan grande que la sensación generalizada era que esa fuerza sería inamovible. Si bien Alfonsín creó un precedente político importante en el radicalismo incorporando nuevos relatos a la liturgia partidaria, perdió fuerza en la sociedad. Y con su muerte recogió respeto por su historia pero no generó un proyecto.

Cuando asumió Carlos Menem, otra vez la sensación era de una escena fundante. Esa alianza del peronismo con las clases altas proyectaba un poderío imbatible. Después de diez años, esa sensación se desvaneció. Quedó su obra de gobierno como herencia para un sector del peronismo en la actualidad minoritario, pero que mantiene una latencia indiscutible porque fue la experiencia más importante de la derecha en democracia. El interés de las clases altas en capturar otra vez al peronismo para sus políticas le confiere actualidad permanente. El menemismo fue fundacional porque así inauguró la posibilidad de transformación del peronismo en un gran partido conservador. Aunque el apellido genérico esté desprestigiado, se puede hablar de proyectos “menemistas”.

La ilusión fundacional de la Alianza, en cambio, se había perdido antes de llegar al gobierno. Cuando Fernando de la Rúa ganó la primaria anuló las esperanzas. La Alianza llegó sin ilusión y se fue peor, sin respeto ni proyecto.

El kirchnerismo, en cambio, llegó corto de todo. Perdió en primera vuelta con el menemismo y aunque hubiera ganado la segunda, ya asumía golpeado. No había ninguna ilusión en la sociedad, sino todo lo contrario: escepticismo y desconfianza hacia cualquier político y gobierno. Y además, la mayoría de los votos con los que había perdido en primera vuelta eran prestados por el duhaldismo, ni siquiera eran suyos.

Todos los demás fueron de más a menos. En el caso del kirchnerismo fue al revés, de menos a más. No había ilusiones previas. Se crearon las ilusiones con la gestión o con la política. Cualquier explicación que se le dé, lo real es que la ilusión llegó después de que asumiera el gobierno. En los casos anteriores, ya fuera por impotencia o por ubicación ideológica, las ilusiones de las personas que los votaron se fueron mochando con la gestión.

El menemismo fue un imán para yuppies y empresarios. En cambio, el alfonsinismo y el kirchnerismo tuvieron el mérito de atraer a sectores importantes de la juventud, lo cual implica también responsabilidad para sostener ese enganche. En el caso del alfonsinismo, casi todos los dirigentes jóvenes de aquella época se mantuvieron en la militancia. En el caso del kirchnerismo el futuro de esa militancia juvenil es una incógnita porque es muy nueva. En la mayoría de los casos, o empezaron su militancia tras la muerte de Néstor Kirchner o en la crisis del 2001.

El alfonsinismo, a través de esa juventud y de la propia trayectoria de Alfonsín, recibía una tradición forjada por los jóvenes de la reforma universitaria de los años ’60 y ’70 y de un sector progresista que había sido muy minoritario, casi marginal, en el radicalismo de las décadas anteriores, en las que había primado fuertemente el conservadurismo balbinista. En ese sentido, le dio más peso en la vida partidaria a un sector que antes no decidía.

El kirchnerismo reúne también dos vertientes: las de los ex jóvenes setentistas y los ecos de la militancia del porteñazo del 2001. Pese a ello, es un proceso en el que no se reivindica la guerrilla de los ’70 ni el “que se vayan todos” del 2001, aunque muchos de ellos sean los mismos actores. Y sin embargo sus nutrientes provienen de esas culturas políticas sobre la base de una síntesis de esa contradicción a partir de la reivindicación de una actitud social de compromiso y solidaridad para un proceso de transformación. De esa manera cambia también la vida interna del peronismo, que tras la muerte de Perón y la dictadura se había desbalanceado por el exterminio de muchos de sus cuadros de recambio más lúcidos y combativos.

Es difícil precisar hasta dónde llegarán los efectos en la vida interna del peronismo porque todavía es un proceso en desarrollo, pero si se toman en cuenta los antecedentes, sobre todo que el proceso se da a partir de la gestión, se podría decir, al menos, que no será tormenta de verano. El antecedente de una gestión que ha sido convocante les da ventaja sobre los demás agrupamientos que sólo tienen situaciones parecidas bastante más lejos en sus historias partidarias. Sobre esa base también es muy posible que entonces se funde una nueva tradición política.

Pero hay una parte de la historia que todavía no ocurrió, sobre todo este año y –en el caso de que gane las elecciones– los cuatro años siguientes. Es mucho tiempo en blanco para un proceso que recién comienza, pero los tiempos parecen medirse más rápido para los opositores del kirchnerismo. Todos apuestan a que el Gobierno sufra un fuerte desgaste hasta octubre. Una especie de tratamiento intensivo de desgaste con cortes de rutas y vías, más invasiones de terrenos, más inflación e inseguridad.

Para el peronismo federal, sobre todo para Francisco de Narváez, un referente nuevo que no terminó de consolidarse en el PJ, estas elecciones pueden ser las últimas si no consigue retener los mismos electores que tuvo el 28 de junio, cuando le ganó en la provincia de Buenos Aires a Néstor Kirchner. De Narváez está obligado a pensar que el gobierno finalizará muy desgastado porque es su única chance. La tropa que juntó Eduardo Duhalde, por su parte, ve con cierta perplejidad la estrategia de su jefe. Algunos dicen que en realidad no quiere ganar ni participar, sino tan sólo garantizar en las listas un espacio protagónico para su mujer. Esa tropa heterogénea no tendría así candidato y su inercia puede llevarla a reproducir aquella alianza menemista con las clases altas, con la diferencia de que esta vez no tendría candidato propio y tendría que marchar detrás de un presidenciable extrapartidario como Mauricio Macri.

Francisco de Narváez, que no puede ser candidato a presidente, no está muy lejos de esa misma encrucijada. A ese sector del peronismo, la mesa inclinada los lleva hacia el macrismo, recorriendo un camino que ya hicieron los menemistas porteños de Miguel Angel Toma. Este sector no se siente incómodo en el rincón que le asignó el macrismo, desde donde aguarda un, improbable por ahora, cambio de suerte para la derecha peronista. Mientras aguardan ese momento, en realidad están viviendo un proceso más estratégico, que es la conformación de una fuerza electoral importante del centroderecha. Los peronistas que se fueron del peronismo no tienen tiempos largos ni medianos y el escenario que se les plantea para sobrevivir en este momento es unirse a Macri, disputar un espacio de resguardo y esperar el 2015.

De los peronistas que se quedaron, habrá muchos que se alinearán ideológicamente con el kirchnerismo, que tiene muchos de los rasgos históricos premenemistas del peronismo, y otros simularán hacerlo, también a la espera del 2015. Allí estará la confrontación de fondo y no tanto con los que se fueron. Según lo que suceda en los próximos años podría ser allí también donde se comience a reconfigurar una nueva alternativa popular de poder como construcción estratégica, sumando a los sectores kirchneristas no peronistas.

En lo que hace a la perduración del kirchnerismo, es indiscutible que en ocho años generó un relato vigoroso en lo simbólico y en el plano de los hechos. Tal como está planteado ya en este momento, tiene todos los elementos que alimentan una experiencia política que trasciende su instante. De lo que pase en los próximos años dependerá la fuerza de esa proyección: si se convierte en hegemónica en el campo popular, si sólo será un factor más en ese campo o si durará hasta la primera derrota.

Quedaría conformado así un escenario con los tres lugares principales ocupados por el radicalismo y sus aliados en el centro del espectro político; en el centroderecha el macrismo con sectores de partidos provinciales y la derecha peronista, y un centroizquierda con el PJ kirchnerista junto a sus aliados no peronistas.

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