EL PAíS › TEMAS DE DEBATE: MARCO ECONóMICO DEL PRIMER ENCUENTRO OFICIAL DE DILMA Y CRISTINA
¿Habrá diferencias en la relación entre la Argentina y Brasil respecto de la que tejieron Néstor Kirchner y Lula? Los desafíos para la integración regional. Cómo pueden afectar las nuevas políticas internas que aplica Brasil. El análisis de dos especialistas.
Producción: Tomás Lukin
Por Leonardo Granato *
Luego de su asunción, el 1º de enero de 2011, la nueva presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, eligió a la Argentina para dar inicio a una serie de visitas presidenciales. Fiel a los ya tradicionales lineamientos y valores de la política externa del gobierno del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva iniciada en 2003, la presidenta Dilma demuestra que la integración entre Brasil y la Argentina debe ser un objetivo permanente de las estrategias políticas y económicas de uno y otro país. América del Sur, como una nueva forma de inserción soberana de la región en el mundo capitalista, se encuentra en el centro de la política externa brasileña.
Desde 2003, una nutrida e ininterrumpida agenda bilateral se encamina a consolidar una verdadera asociación estratégica entre la Argentina y Brasil que, asimismo, la transformó en una suerte de “motor” de una integración sudamericana que recuperó la esencia política del proceso iniciado en la década del ’80 y que fue abandonado en razón de las directrices neoliberales de los años ’90.
Pero no sólo fue el sector productivo y desarrollista el que se posicionó en el centro de la agenda sino que también se incluyó y, por primera vez, el combate a la pobreza y los mecanismos de desarrollo social. El área de infraestructura afirmó su peso en la agenda en el marco de la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (Iirsa) y se acordó intensificar los trabajos relativos a la integración energética, la coordinación macroeconómica en el Mercosur, la defensa y seguridad regionales, y la defensa y plena vigencia de los derechos humanos.
Los ex presidentes Néstor Kirchner y Lula demostraron la gran convergencia de valores y objetivos de sus gobiernos, entre los cuales se destacaba la prioridad otorgada al Mercosur (a través de la profundización de su agenda, que va más allá de los aspectos comerciales previstos en el Tratado de Asunción) y a la integración sudamericana, a través de su ampliación por medio de la Comunidad Sudamericana de Naciones, hoy Unasur, a otros países de la región.
En el aspecto interno, los gobiernos de Kirchner y de Lula coincidieron en la necesidad de atenuar la dependencia financiera, empresarial y tecnológica con relación a las estructuras hegemónicas del capitalismo, de reforzar el núcleo duro económico nacional, y en recuperar y consolidar la vocación industrial del país. En el aspecto externo se destacó el alto nivel de coordinación bilateral revelado en el plano de las negociaciones multilaterales en el ámbito de la Organización Mundial del Comercio (OMC), de las negociaciones plurilaterales en torno del Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y de las negociaciones birregionales Mercosur–Unión Europea, relanzadas en mayo de 2010.
Con relación al Mercosur y a la antigua Comunidad Sudamericana, además de lo ya mencionado, resulta interesante mencionar que ambos países asumieron el desafío, en cuanto socios mayores, de profundizar la industrialización, preservando las identidades culturales y favoreciendo un crecimiento y desarrollo armonioso en la región.
Hoy es tarea de las presidentas Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner profundizar y expandir el Mercosur y consolidar la Unasur, dos de las metas del “Plan Brasil 2022” que el ex presidente Lula encomendó a su ministro de Asuntos Estratégicos con miras al Bicentenario de la Independencia. El desarrollo de cada uno de los países de nuestra región depende del crecimiento de sus vecinos y, en este sentido, no es posible pensar en la prosperidad de Brasil o de la Argentina sin hacerlo en el bienestar conjunto.
La profundidad y el grado de confianza alcanzado en las relaciones bilaterales permitió al eje Argentina-Brasil consolidar una interpenetración económico-comercial, en que se destaca el Mecanismo de Adaptación Competitiva político-institucional, donde existe el Mecanismo de Integración y Cooperación Bilateral, científico-tecnológica, cultural y de defensa, y proyectar una visión común de la integración en el Cono Sur, que ganó densidad a través de la multilateralización de sus propuestas bilaterales.
En virtud al trabajo sostenido desde 2003, el Mercosur y la Unasur representan en la actualidad espacios catalizadores de valores, tradiciones y de un futuro compartido; en este sentido, el encuentro de las presidentas Fernández y Rousseff renovará la batalla por una América del Sur más justa, integrada y democrática; parafraseando a la Presidenta argentina, con “vocación popular y cara de mujer”.
* Doctorado de la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigador del Centro Cultural de la Cooperación (CCC).
Eduardo Crespo*
A finales del primer mandato de Lula, con la entrada de Guido Mantega al Ministerio de Hacienda, quien reemplazaba a Antonio Palocci, hombre ligado al poder económico, la política económica del gobierno brasileño comenzó a cambiar hacia una orientación más heterodoxa y amigable con el crecimiento. Pero el régimen de metas de inflación de cuño ortodoxo que implementa el Banco Central no fue modificado. Dicho régimen es el núcleo de la política monetaria brasileña y constituye uno de los pilares centrales a modificar para toda política que apunte al crecimiento.
Con la llegada de Dilma Rousseff al poder, Palocci volvió al gobierno pero ahora como ministro jefe de la Casa Civil –cargo que ocupaba Dilma desde 2005– y las primeras medidas no parecen muy alentadoras para el crecimiento. El Banco Central subió la tasa de interés Selic de 10,75 a 11,25 puntos básicos en respuesta a la suba del 5,9 por ciento en 2010 del índice que registra la inflación, el cual superó la meta del 4,5 por ciento, al tiempo que pareció acelerarse en los últimos meses impulsado por los precios de las commodities. Esta tasa regula la tendencia de las tasas de largo plazo y no es un dato menor el hecho de que hoy Brasil está pagando la mayor tasa básica del mundo. Esta circunstancia ha impulsado la apreciación del real frente al dólar porque los capitales ingresan a Brasil arbitrando entre tasas. Cuando Lula llegó al poder, en enero de 2003, se cambiaban 3,5 reales por dólar. Hoy la cotización del dólar ronda 1,7 real.
La elevada tasa básica de Brasil tiene impactos en dos frentes. Por un lado, la apreciación del real disminuye la competitividad de la producción, especialmente de las manufacturas y servicios de mayor valor agregado, afectando a las cuentas externas, que ya presentan un déficit de cuenta corriente pese a que Brasil fue favorecido por términos de intercambio extraordinariamente favorables y ha crecido a tasas moderadas en comparación con otros países de la región. Por otro, como la mayor parte de la deuda pública brasileña está vinculada con la tasa básica, su suba conlleva un aumento del gasto público con efectos multiplicadores casi nulos sobre el resto de la economía. Así, la suba de la tasa obliga a contener gastos sociales y de infraestructura para mantener la meta de superávit primario destinada a pagar intereses. En este marco, la presidenta anunció un ajuste fiscal de proporciones considerables. Se está evaluando la posibilidad de impulsar una reducción del gasto público de entre 30 y 40 mil millones de reales. Se ha anunciado que el salario mínimo, de enorme impacto sobre el conjunto de la economía brasileña, no deberá subir en 2011 por encima de los 540 reales.
Mantega llegó a barajar la posibilidad de excluir del índice que el Banco Central toma como base para la fijación de las metas inflacionarias los alimentos, cuyos precios dependen de la cotización de commodities internacionales. El motivo, se argumenta, es que la demanda local, y consecuentemente las tasas de interés que se cobran en Brasil, no tienen ninguna influencia directa sobre dichos precios. Así, la suba de la tasa de interés tiene efectos negativos sobre la demanda interna, el gasto público y el tipo de cambio aun cuando la suba de precios no es un resultado de condiciones internas.
Sin embargo, más allá de las verdaderas causas de la inflación brasileña, se debe reconocer que el régimen de metas ha tenido bastante éxito a la hora de controlar la inflación. ¿Cuál ha sido su secreto? Entendemos que el impacto que las elevadas tasas brasileñas tienen sobre la apreciación cambiaria ha sido el factor principal que mantuvo a raya la inflación. El dólar barato influye favorablemente sobre tarifas indexadas y precios de transables, al tiempo que tiene un efecto benéfico sobre los salarios amortiguando los conflictos distributivos. Se da la “paradoja” de que aumentan la rentabilidad del sector financiero y los salarios al mismo tiempo. El dólar barato no es un efecto colateral indeseado de una política destinada a controlar la demanda. Al contrario, en Brasil es mucho más clara la correlación entre el tipo de cambio y la inflación que entre esta última y la demanda agregada.
Hoy la región parece enfrentarse a un dilema. Algunos países, como Argentina, presentan tasas básicas bajas, con tipos de cambio altos pero con tendencia a la apreciación porque experimentan niveles de inflación altos. En cambio otros, como Brasil, imponen tasas básicas de interés altas, con tipos de cambio apreciados y menores niveles de inflación. De cualquier forma, la reputación desarrollista de los principales miembros del gabinete de Dilma no permite augurar un completo cambio en el rumbo incipientemente heterodoxo que insinuaba el segundo mandato de Lula. Las reservas brasileñas rondan los 300 mil millones de dólares y permitirían que se siga estimulando la demanda interna sin que existan graves riesgos de devaluación e inflación descontroladas.
* Profesor de la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro, Brasil.
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