EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Ayer, en Catamarca, se largó formalmente la carrera electoral del año. Es oportuno echar un vistazo al panorama conjunto, pero focalizado en cierto aspecto que la vorágine de encuestas, informes, opiniones y especulaciones pasa de largo. O quizá, deba hablarse de que ese aspecto está naturalizado.
Tomemos uno dato fresco y relevante. Hace poco más de una semana, el gurú electoral Jaime Durán Barba comenzó un trabajo de zapa sobre su asesorado Mauricio Macri, para intentar convencerlo de que le conviene salirse de la candidatura presidencial e ir por la reelección en Buenos Aires. Hasta donde se sabe, el jefe de Gobierno porteño sólo aceptó postergar su decisión porque no está seguro de que la victoria de Cristina en primera vuelta sea irreversible. Sí es comprobable que, casi de súbito, Macri dejó de hablar de su postulación a presidente. Pero eso podría atribuirse a que entiende como mejor campaña pedir la intervención de la Federal para el desalojo de viviendas ocupadas. O mandar al rabino Bergman a Salta, para hacerle el aguante al esclavista Alfredo Olmedo. O insistir con que no puede gobernar la ciudad como quisiera porque el gobierno nacional no le da plata, frente a lo cual es impostergable recordar aquello que supo ser uno de sus principales caballitos de batalla: no necesito plata de nadie porque a Buenos Aires plata es lo que le sobra.
Asimismo, podría considerarse que el drama existencial de Macri no pasa tanto por los cálculos electorales sino por sus sencillísimas ganas. La ciudad ya lo aburrió hace rato, según confiesan sus propios íntimos, porque ni siquiera era el juguete que quería. Era tan sólo lo que necesitaba como trampolín hacia una acumulación de poder mayor, con la salvedad de que en política no hay el milagro de un Bianchi en quien descargar la conquista y usufructo del éxito. Hay que trabajar. Y Macri no tiene ni la menor idea sobre el significado de ese término. Podría haber puesto más la cabeza que el cuerpo, aunque sea, para transformar en un partido y en alcances nacionales los favores mediáticos, el Boca que ganó todo, la decepción popular con los progres que habían administrado la ciudad y el baile del triunfo 2007 con la figura de Michetti, de cuya actividad tampoco se conoció nunca nada. Y resultó que no. Ni partido, ni formación de cuadros, ni buena gestión; ni desarrollo fuera de Buenos Aires, más allá de recurrir a un cómico santafesino que debutó borboteando su sueño de que los negritos tengan agua caliente para bañarse. Lo único que hay en lugar de eso que podría haber sido es una ciudad donde a lo que se mueve se lo saluda con bicisendas que no usa nadie, y a lo que no se lo pinta de amarillo. Una ciudad más sucia que jamás, con un caos de tránsito inigualable y escuelas públicas que, sin desmentida de las mismas autoridades, eximen de ir a practicar turismo de aventura en otros parajes. Para no abundar, como decía David Viñas.
Macri –y Michetti más todavía, dicen las encuestas– conserva sin embargo alrededor de un tercio de poder de fuego electoral. No se sabe, o nadie hurga, si es así porque la clase social y mental a la que representa el ¿macrismo? Está francamente conforme con su mandato. O si no es más que la animadversión hacia la yegua presidenta. Tomado por cierto que ese electorado está y que podría ser proyectado a nivel nacional si Macri trabajara (un poquito o a secas), el horizonte se animaría a sonreírle. Si no a corto plazo, al mediano. ¿O acaso no es, después de todo, la variante ideológica más claramente enfrentada al kirchnerismo? Mucho más aun: ¿alguien escuchó que los propios kirchneristas pongan las manos en el fuego por que, en 2007, Kirchner no quería que en la Capital venciera Macri, para tener un contendiente proyectual preciso? ¿Alguien las pondría por que al Gobierno no le preocupa que Macri se baje de la aspiración presidencial? Los radicales se consumen en su interna; el peronismo federal es ya una caricatura de sí mismo; Pino volcó del todo –bien que no algunos de sus adyacentes, a quienes el ombliguismo empieza a hartarlos– y Carrió debe estar concentrada en cómo adjudicarle el acto de Huracán a Fuerza Bruta. ¿Quién que no sea Macri, por lo tanto, para tener contra quién? Salvo que se minimice el hecho de que sin oposición, del tipo que fuere, es imposible no desgastarse.
La visión más rápida, la vigente en lo real o en la realidad que construyen los medios dominantes, es que las cosas son lo que son sin importar cómo se las interpreta. Tomado el caso de Macri, que el periodista usa como disparador bien que no menor, se trataría de que esa constatación verdadera o ficticia –Cristina triunfante en primera vuela– es sanseacabó. Es decir: la Presidenta gana de cualquier forma, y ese qué sustituye al porqué. ¿Por qué estaría ganando fácil?¿Solamente porque la vida anda mejor, o mucho mejor en comparación con el incendio de hace diez años? ¿O además porque la oposición no tiene manera de convencer acerca de en qué sería más eficiente? Macri, para resaltar, ¿tiene el único inconveniente, digamos, de que el mundo quiere soja justo cuando él no lo puede aprovechar? ¿O tiene la angustia de que no se le ocurriría absolutamente nada más que eso, sabiendo que encima no le da el espacio epocal para quebrar ni la Asignación Universal por Hijo, ni la reestatización jubilatoria, ni el Fútbol para Todos ni su ruta? En una palabra, ¿qué es lo que Macri, o el hijo de Alfonsín, o cualesquiera de los hijos del pasado, están en condiciones de ofertar que no sea lo que ya está ofertado? ¿No será eso, la falta de convicción, lo que les impide asentarse electoralmente?
Lo que ayer arrancó en Catamarca es un proceso en el que, a priori, los méritos y deméritos del kirchnerismo deberían ser juzgados con una vara igual de severa que la que vaya a usarse para observar a la oposición. Suena a obviedad y en verdad lo es; pero deja de serlo si por “oposición” se lee un “nosotros”, entendida la primera del plural como cuánto del “nunca menos”, de lo logrado, está dispuesta a bancarse la mayoría de esta sociedad. Cuánto es proclive esa mayoría a que se profundicen cambios hacia izquierda, sin que eso suponga pensar en revoluciones, ni radicalizaciones, ni casi nada por el estilo. Usemos el ejemplo de 1995. Ganó la rata, cómodo, cuando ya se archisabía que era un travestido vendepatria. Pero se prefirió la ficción del deme dos de la dictadura mutado al uno a uno. Así terminamos. Ahora hay otro contexto internacional y regional, otro tipo de liderazgo, otra clase de rumbo. ¿Estamos de acuerdo en que ése es el piso? ¿O la eventual– marcha hacia algunos techos impone afrontar choques de intereses, convulsivos, que esta sociedad no tiene deseos de sufrir? Si es esto último, habría que contrapreguntar qué hay de distinto, en lo que la derecha ofrece, que no sea lo que ya ofreció.
La presunción es que esa derecha está para atrás, como quedó dicho o intentó decirse, porque es consciente de que no tiene para ofrecer nada mejor dentro de los marcos de su propio sistema. De ahí a que no se vuelva a confiar en ella, a pesar de ella misma, hay mucha diferencia. O podría haberla. Eso es lo que se abrió ayer, al margen de lo circunstancial de la irrelevancia numérica del padrón catamarqueño. Se largó tratar de saber si lo que hay es simplemente el seguro de que por ahora no hay nada mejor, para consumir y sentirse liderados por un rato. O si es que no que hay nada mejor como modelo a futuro.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux