Dom 09.02.2003

EL PAíS

La gesta y el complot

La declaración de De la Rúa ante el juez Oyarbide confirma la “profecía” de Duhalde, hecha en Washington, de que sería Presidente. Las causas de la caída del gobierno aliancista son múltiples: la lucha popular, el desastre económico, el quiebre de promesas y también la activa conspiración de la primera línea de la política.

› Por Miguel Bonasso

El martes pasado, Fernando de la Rúa corroboró ante el juez federal Norberto Oyarbide lo que el autor de esta nota reveló en el libro El palacio y la calle: en agosto de 2001, Eduardo Duhalde profetizó, durante una estratégica cena en Washington, que en diciembre de ese mismo año sería Presidente. De la Rúa tuvo noticias de este inquietante augurio pero —fiel a sus costumbres— no hizo nada para abortar o siquiera destapar un anuncio con sabor a sedición. Apenas veinticuatro horas después de que prestara testimonio el ex presidente, declaró ante Oyarbide el ex jefe de la SIDE menemista, Hugo Anzorreguy, también citado en mi libro como el hombre que contactó a Duhalde con el lobbista nicaragüense Francisco Aguirre, en cuya mansión de Washington el actual presidente debutó como profeta. El antiguo Señor Cinco dijo que no había estado en la cena de marras, como afirmó De la Rúa en su declaración judicial, pero confirmó un dato esencial de El palacio...: que él había conectado al bonaerense con el nicaragüense, a pedido del primero. El juez sospecha que muchos de los políticos convocados a su juzgado no dicen todo lo que saben e insinuó que alguno podría ser procesado por falso testimonio. La saga judicial sobre el complot continuará el próximo viernes catorce, con la comparecencia de Nicolás Gallo, el ex secretario general de la Presidencia que habría informado a De la Rúa sobre la profecía cumplida con pocos días de retraso. Aunque lo sopesó cautelosamente cuando los periodistas se lo preguntaron, Oyarbide no descarta el paso más obvio: la citación al hombre que supo ver su futuro con tanta nitidez.
Rodolfo Walsh solía aconsejar a los periodistas de investigación que se dejaran guiar siempre por los hechos, “que nunca te defraudan”. Tenía toda la razón. Antes de meterme de lleno en la pesquisa sobre los históricos acontecimientos del 19 y 20 de diciembre, yo pensaba que la teoría del complot era una excusa del ex presidente radical para no aparecer derrocado por el pueblo a causa de sus colosales errores. Sin embargo, a poco de entrevistar a ciertos hombres claves de la política argentina y de encontrar ciertos documentos elocuentes, tuve que admitir que la conspiración había existido. De la Rúa no cayó por una sola causa, como piensan algunos con lógica binaria, sino por múltiples factores que se fueron sumando: su manifiesta incapacidad para gobernar, el quiebre de la Alianza, la traición al programa contenido en la Carta a los Argentinos, las medidas catastróficas de Domingo Cavallo que precipitaron la bancarrota del país y, sin duda, la explosión incontenible de las capas medias urbanas y los sectores más desposeídos. Pero el complot existió y tenía objetivos económicos y políticos muy precisos: favorecer a los sectores exportadores del gran capital y preservar a “la Corporación”: esa amalgama de justicialistas y radicales que supieron resistirse con éxito al “que se vayan todos” de las asambleas.
La investigación periodística (que incluyó entre otras fuentes calificadas los testimonios y las confesiones off the record de cuatro ex presidentes) despejó muchas incógnitas y permitió llegar a interesantes conclusiones. A fines del 2000, Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde comenzaron un diálogo transpartidario que habría de prosperar el año siguiente en un nuevo Pacto de Olivos, sólo que esta vez secreto y anudado fundamentalmente entre el justicialismo y el radicalismo de la provincia de Buenos Aires. En agosto del 2001, mientras ambos competían en la superficie como candidatos a senadores de sus respectivos partidos, edificaban su relación particular elaborando “una salida” al inevitable desplome delarruista. El diálogo de los dos caudillos se había enriquecido para entonces con algunos aportes corporativos muy sustanciosos: algunos miembros claves de la Unión Industrial Argentina (UIA), como Techint más la CGT de Hugo Moyano y la de Rodolfo Daer. Pronto hubo nuevos adherentes a “la salida”, que solían almorzar con Duhalde en un reservado del Club de Tenis San Juan. Entre ellos el ex vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez, que en una febril sobremesa llegó a decirle al bonaerense: “Vos sos el hombre”. La verdad es que en aquel momento ni Duhalde ni Carlos Ruckauf, que gobernaba aún la provincia de Buenos Aires, las tenían todas consigo. Comenzaba una investigación parlamentaria sobre ciertos créditos escandalosamente mal otorgados por el Banco Provincia, cuyo voluminoso pasivo había sido transferido al presupuesto provincial, aumentando una gigantesca deuda contratada principalmente en bonos europeos. A tal punto llegaba la preocupación de ambos, que Ruckauf no vaciló en mandar a Diego Guelar como emisario, para tratar de convencer a Chrystian Colombo de que le convenía dejarle la Jefatura de Gabinete, para “asegurar la gobernabilidad”. “Vos podés ser ministro del Interior”, propuso Guelar como consuelo ante el robusto Colombo, pocos segundos antes de que este lo echara de su despacho. Una escena farsesca: los que habían hundido la provincia de Buenos Aires le ofrecían una soga salvadora a los que estaban hundiendo el país.
Pero la opción Ruckauf-jefe de Gabinete era apenas el Plan A; había un Plan B mucho más ambicioso, con el candidato derrotado de 1999 como ocupante anticipado de la Rosada. Y fue en ese contexto que Duhalde, munido de un valioso contacto suministrado por Anzorreguy, marchó a Washington para entrevistarse con altos funcionarios de la administración Bush, directivos de los organismos internacionales de crédito y ejecutivos del mundo financiero. Se produjo entonces la cena que motivó la citación de Oyarbide, promovida y organizada por el lobbista nicaragüense Francisco Aguirre, un octogenario de gran vitalidad y contactos de primer nivel, que es miembro del exclusivo Congressional Club y transita los pasillos de la capital norteamericana desde los tiempos del dictador Anastasio Somoza.
En octubre del 2001, en los comicios del “voto bronca”, Duhalde y Alfonsín fueron elegidos senadores, dejando en el camino al “tercer hombre”, Luis Farinello, sucesivamente alentado, traicionado y decapitado por el ex gobernador bonaerense. El camino de la eventual sucesión anticipada parecía expedito. Salvo que en política siempre hay sorpresas. En este caso fue la emergencia del Frente Federal, una alianza de once gobernadores peronistas de las provincias “chicas”, decididos a recortar el poder feudal de los tres “grandes”: Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. En noviembre del 2001 los “federales” –contra la opinión de Duhalde– lograron imponer al misionero Ramón Puerta como presidente provisional del Senado y por lo tanto número uno en la línea de sucesión. Y Puerta resultó una doble sorpresa, no sólo por su elección sino porque el 20 de diciembre, al caer De la Rúa, no aceptó ser presidente por sesenta días para convocar a elecciones donde “debía” imponerse el bonaerense. Quería seguir, contra toda lógica, hasta diciembre del 2003. Pero al dar el paso al costado permitió el ascenso de Adolfo Rodríguez Saá, quien sí fue sacado de la Rosada con un indudable golpe de Estado en dos tiempos: ese incendio del Reichstag minimalista que fue la irrupción de las patotas en el Congreso y la frustrada reunión de Chapadmalal, donde el fugaz mandatario puntano tuvo que salir a escape, “apretado” por su propia custodia, tanto la castrense de la Casa Militar, como la de la Policía Federal que respondía al secretario de Seguridad impuesto por Ruckauf: el actual ministro del ramo, Juan José Alvarez.
Antes de eso se había producido el naufragio del gobierno aliancista, fogoneado en gran medida por los saqueos anteriores al cacerolazo. En los que no cuesta mucho descubrir las huellas de animal grande que dejó el aparato bonaerense, subordinado al senador Duhalde. Es de sobra conocido el video que registra la frustrada marcha sobre Roma del entonces intendente de Moreno, Mariano West, donde se puede ver cómo algunos entusiastas salen de las columnas para conducir el despojo a comercios,generalmente pequeños y medianos. O la denuncia del líder piquetero Luis D’Elía responsabilizando al secretario de Seguridad Alvarez por los movimientos de “autos raros” conduciendo los asaltos en La Matanza.
En la investigación para El palacio y la calle, realizada con el aporte de los periodistas Mauro Federico, Daniel Enzetti, Paloma García y Pablo Dorfman, pudimos agregar otros datos que podrían ser materia judiciable. El más importante, sin duda, es el del Fiat Spazio 147, perteneciente a la empresa de seguridad privada Segar (que cuenta entre otros afamados clientes al Exxel Group). El coche de marras fue visto el 19 de diciembre de 2001 por el fotógrafo Daniel Vides, de la agencia Noticias Argentinas, en la avenida Gaona, donde se perpetraban saqueos a varios supermercados. Uno de los ocupantes de la misteriosa máquina “persuadió” a Vides para que no sacara más fotos y se alejara del lugar. Cuatro días después, Vides volvió a toparse con el auto en la Plaza de Mayo, el día que juraba Rodríguez Saá. El Fiat lucía impune y solitario, estacionado sobre Hipólito Yrigoyen, a ciento cincuenta metros de la Rosada. Debía conducir tripulantes importantes, porque la policía no lo movió del lugar.
En Ciudadela también, las cámaras de Telemundo, conducidas por el corresponsal Edgardo Esteban, desnudaron lo que había detrás del llanto emblemático del comerciante chino Wang Cho Ju, que hizo llorar a la Argentina con su desconsuelo: una “manzanera” del PJ bonaerense, celular en mano, lo alentaba detrás de la escena, “dale, hablá que están los medios”. Era la misma que había conducido el despojo de su mercado y de otro supermercado de la zona. En la investigación tropezamos también con la causa judicial contra Eduardo Duhalde y Mariano West, que promueve el abogado Antonio Edgardo Liurgo, quien acusa al actual presidente de haber otorgado a la intendencia de Moreno terrenos propiedad de la Nación (administrados por el ONABE) en pago por “el favor político” prestado con la “marcha” del 19 de diciembre.
Son apenas algunos ejemplos a investigar. Hay muchos más. La justicia verá lo que hace con ellos. Para el investigador periodístico queda claro que no pocos saqueos fueron inducidos. Especialmente los ocurridos en el conurbano. Se multiplicaron, por supuesto, debido a la terrible situación social y al contagio mediático, pero la propagación no alcanza a ocultar el origen palaciego y la consecuente pregunta: ¿A quién beneficiaban?
El balance de aquellos días, en cualquier caso, admite más de una causa: hubo gesta popular, sin duda, pero también hubo conspiración.

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