Dom 09.02.2003

EL PAíS  › CRIMINALES CONTRA LA HUMANIDAD VIOLAN EL ARRESTO DOMICILIARIO

La ley de la calle

Como la justicia no los controla, los criminales contra la humanidad bajo arresto domiciliario pueden pasearse en libertad por las calles. Uno de ellos, ex jefe del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército, fue denunciado por sus vecinos y fotografiado por este diario cuando regresaba a su domicilio. Los jueces interpretan que la ley de ejecución penal sólo permite la supervisión del Patronato de Liberados y no de la policía. En realidad esa restricción sólo rige si la pena no supera los seis meses. Al coronel Tepedino puede corresponderle prisión perpetua.

› Por Horacio Verbitsky

A favor del inexistente control judicial, los militares procesados por crímenes contra la humanidad pueden pasearse por las calles como si estuvieran en libertad. Uno de ellos es el coronel Carlos Alberto Roque Tepedino, ex jefe del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército, cuya foto obtenida por el periodista Diego Martínez el sábado 1º de febrero de 2003 ilustra esta edición. Tepedino fue detenido por el juez federal Claudio Bonadío en julio de 2002 y cumple la prisión preventiva en su casa porque tiene 75 años. Ese beneficio le fue otorgado por el juez federal Jorge Urso, que reemplazaba a Bonadío. La semana pasada la sala II de la Cámara Federal confirmó su procesamiento y la prisión preventiva como integrante de una asociación ilícita destinada a cometer delitos contra la humanidad, cuya acción contribuyó a poner en peligro la vigencia de la Constitución Nacional, y coautor mediato de privación ilegítima de la libertad y de dos homicidios calificados por alevosía.
La burla
La ley de ejecución penal 24.660 establece en su artículo 33 que “el condenado mayor de 70 años” podrá cumplir la pena impuesta “en detención domiciliaria”. Estas previsiones se aplican en forma automática a los secuestradores, torturadores y ladrones de chicos de la dictadura militar, mientras las cárceles están llenas de hombres mayores de 70 años procesados por delitos comunes, de menor gravedad. El artículo 34 dispone que el juez “revocará la detención domiciliaria” si el detenido sale del domicilio fijado.” Tepedino debería ser alojado en una cárcel, como cualquier criminal, aunque la viciosa práctica instaurada al margen de toda razonabilidad consiste en ubicar a los militares procesados en unidades castrenses. El jefe de la Guarnición Militar Buenos Aires, general Eduardo Altuna, juega al paddle con otro de los detenidos en la misma causa, el coronel (R) Oscar Pascual Guerrieri.
Consultado para esta nota, el juez Bonadío dijo que el Patronato de Liberados cumplió con las visitas quincenales al domicilio de todos los detenidos y no reportó ninguna irregularidad, salvo en el caso del general de división (R) Adolfo Luciano Jáuregui quien en una ocasión no respondió al llamado. Certificó que su esposa había salido para una consulta médica y dijo que él no escuchó el timbre. El juez no adoptó ninguna sanción. Consultado acerca de la falta de control policial frente al domicilio de Tepedino, el juez dijo que el artículo 32 de la ley de Ejecución Penal lo impide.
Página/12 –No es así. Ese artículo no prohíbe la custodia policial en casos como el de Tepedino.
JB –Sí, la prohíbe. La ley dice que la supervisión “en ningún caso estará a cargo de organismos policiales o de seguridad”.
P/12 –Ese artículo se refiere a la detención domiciliaria pero no en cualquier caso. Sólo cuando se trata de la prisión domiciliaria “prevista en el artículo 10 del Código Penal”. Esa referencia no está de adorno en la ley.
JB –En los casos de “las mujeres honestas y las personas mayores de 60 años”, dice.
P/12 –Pero sólo “cuando la prisión no excediera de seis meses”.
JB –Si le tengo que poner una custodia en la puerta, mejor le niego el arresto domiciliario.
P/12 –Es razonable no extremar el control con alguien que puede ser condenado a seis meses de prisión. Pero la probabilidad de fuga crece en forma proporcional a la pena amenazada. Cuando el riesgo es la prisión perpetua como en este caso la probabilidad de fuga es máxima.
JB –No se va a fugar.
P/12 –¿Cómo saberlo? En la misma causa están prófugos seis camaradas de la misma estructura de inteligencia de Tepedino procesados por los mismos crímenes.
JB –Ya los vamos a encontrar.
P/12 –Estaría bien, pero pasaron siete meses. Así como se fugaron ellos puede hacerlo Tepedino.
JB –Si se documenta que quebró la detención domiciliaria, yo le revoco el beneficio, como hice con Massera cuando salió de la quinta.
P/12 –Eso es delegar en el periodismo el control que corresponde a la justicia.
Pobres viejitos
Esta es la tercera vez que el periodismo documenta qué clase de burla son los arrestos domiciliarios, y la primera en que el violador de la ley es un oficial del Ejército. Las dos anteriores, el ex dictador Emilio Massera fue descubierto en la calle, en julio de 1989 por el fotógrafo Marcelo Ranea, del extinto diario Sur, y en mayo de 2002 por el periodista Martín Sivak y el fotógrafo Daniel Dabove, de la revista Veintitrés, mientras caminaba por una calle del Talar de Pacheco.
Quienes ejercieron el poder en forma ilegal y despiadada, intentan presentarse como pobres viejitos dignos de pena. Cuando Sivak sorprendió a Massera, el ex almirante le imploró. “Estaba saliendo a caminar. Mis piernas están muy mal, estuve tres años sin... Con esto me hacen mucho daño”, dijo, cerca de la quinta malhabida en la que lo había alojado el ex juez federal Adolfo Bagnasco, donde tenía espacio de sobra para estirar las piernas. Lo mismo vale para el ex dictador chileno Augusto Pinochet, quien dejó de fingir en cuanto llegó de regreso a Santiago, con paso firme y sin silla de ruedas ni bastón.
Vecinos del barrio de Flores habían hecho saber que el ex jefe de la inteligencia del Ejército abandonaba a diario su confortable lugar de detención, en cuyas inmediaciones el periodista Diego Martínez montó una paciente guardia. Contaba para ello con la descripción física suministrada por los vecinos y con algunas fotos antiguas de mala calidad, obtenidas del legajo militar de Tepedino. Nacido en 1975, Martínez tenía tres años cuando Tepedino asumió la jefatura del Batallón 601, el organismo del Ejército que condujo en forma centralizada la guerra sucia. El viernes 30, Martínez vio salir a un hombre que podía ser Tepedino del edificio de Donato Alvarez 562. Los vecinos del barrio le confirmaron que era él. Al día siguiente, vio llegar a Tepedino, al volante de un automóvil Peugeot 405 color bordó, acompañado por dos mujeres. Iba de anteojos negros y musculosa. Luego de guardar el auto en la cochera del edificio cruzó la calle Donato Alvarez para saludar a dos vecinas. Cuando volvía a cruzar, hacia su casa, Martínez lo enfrentó, cámara en mano.
Periodista Martínez –¿Qué hace, Tepedino?
(El militar no entiende la situación e intenta saludar a su interlocutor.)
PM –No me dé la mano. ¿Qué hace en la calle le estoy preguntando?
Coronel Tepedino –Es una señora viejita, que está enferma.
(Tepedino simula que acaba de salir para saludar a la vecina. Ignora que Martínez lo observó llegar en su auto.)
PM –Sabe que no puede salir. ¿Por qué anda como si nada?
(Tepedino se acerca al periodista, con la mano le pide que baje la voz.)
CT –No salgo nunca.
PM –Mentira, si lo veo salir todos los días. ¿Le parece poco que lo dejen estar preso en su casa?
CT –Te prometo que no salgo más. Te lo prometo. Dame una oportunidad ¿sí? “Esperaba un hombre agresivo, que tratara de arrebatarme la cámara, y estoy frente a un septuagenario abatido, con lágrimas en los ojos, que pide compasión”, reflexiona Martínez.
PM –¿Saben sus vecinos quién es usted?
CT –Me conocen. Fui presidente del consorcio durante nueve años, hasta que apareció esta causa. Y para no comprometerlos en nada, renuncié.
PM –Sólo para no comprometerlos. No se arrepiente de nada.
CT –Hay mucho que hablar. Yo lo expliqué en mi descargo. No tengo nada que ver con los hechos. En 1975, 1976 y 1977 estuve en la SIDE, era director de Inteligencia Interior. En el 601 estuve en 1978 y 1979. Los hechos de esta causa son cinco: cuatro de 1980, cuando ya no estaba, porque ese año me retiré. Y el número tres, un enfrentamiento en la calle Belén, que murieron un par de subversivos, es del 78, pero el 601 no intervino. Ahí estuvo Del Pino. Es más: me condecoraron por equivocación, y aclaré que no había tenido nada que ver. En el juicio a las juntas absolvieron a los comandantes en ese caso porque se demostró que no fue un operativo ordenado previamente. Pase a mi casa, hablemos.
PM –No, no es necesario. Usted tiene la suerte de poder explicarle a un juez...
CT –¿Usted cree que puedo ser un torturador? ¿Cree que ésta es la cara de un torturador?
PM –No sé cómo es la cara de un torturador. No creo que haya caras de torturadores: hay torturadores, eso seguro.
CT –Pero nunca hubiera hecho eso. Hubo compañeros que se negaron. Tengo un amigo, el coronel Amaro, que se negó y se fue.
PM –Pero usted no se fue.
CT –Yo no sabía de esas cosas.
PM –¿Y cuándo supo?
CT –Mucho después, cuando se supo todo. Cuando Isabel llamó al Ejército a hacerse cargo de la SIDE me tocó dirigir inteligencia interior: gremiales, partidos políticos, contrainteligencia. A la SIDE me llevó el general Carlos Alberto Martínez que era jefe de inteligencia del Ejército. Después, en el Batallón 601, en 1978, ya casi no existía la lucha contra la subversión (sic). Acá hay muchas cosas que se hubieran tenido que hablar y nunca se hablaron.
PM –¿Y por qué no hablan? Ustedes son los que nunca hablaron.
CT –Yo le puedo contar muchas cosas. Usted podría escribir un libro con todo lo que le puedo contar.
“Quemaron todo”
El lunes 3 de febrero Martínez volvió a Donato Alvarez 562. El diálogo continuó así:
PM –Dijo que podía contar muchas cosas.
CT –¿Viste la nota de La Nación del domingo? Es muy buena. Ahí cuenta cómo los Tupamaros, con otros grupos armados, desde los 60, empezaron a funcionar coordinados. El Cóndor es la respuesta a eso, ¿te das cuenta? Es una guerra de inteligencia.
PM –No me interesa su interpretación de la historia ni sus opiniones. Usted sabe muchas cosas, y sabe que sabe.
CT –No sé por qué me odian.
PM –Usted estuvo en la SIDE, en el Batallón 601 y en la Jefatura II de inteligencia en la década de 1970; en Seguridad del Ministerio del Interior en la década de 1980, y de nuevo en la Jefatura de Inteligencia del Ejército como contratado en la de 1990, hasta poco antes de su detención. En todos esos lugares manejó mucha información y documentación sobre los desaparecidos. ¿Está dispuesto a contar dónde guardan la información de la dictadura?
CT –Nooo, eso es un invento, en mi vida escuché hablar de listas de desaparecidos.
PM –En enero de 1999, Verbitsky denunció en qué lugar se guardaban los archivos digitalizados de la dictadura y entregó un plano al juez Bagnasco. Siguiendo ese plano, Bagnasco allanó la jefatura de Inteligencia, donde usted trabajaba, y encontraron en la cintoteca los rollos de computadoras Bull con información. El Ejército no colaboró y el juez dijo que la Policía Federal no conseguía abrir los archivos encriptados.
CT –Hubo un cambio de sistemas, sí, estaban en un formato viejo.
PM –¿Me quiere hacer creer que perdieron esa información? Hable en serio, Tepedino. Los militares registraron todo y hasta hoy se sienten impunes, usted mismo camina tan tranquilo por la calle. ¿Por qué razón tipos tan soberbios, que dicen haber ganado una guerra, y que documentaron todo, no guardarían copia de esa información?
(Hace un silencio, mira el reloj, bañado en transpiración.)
CT –Si yo hubiera sido el jefe, hubiera guardado hasta el último papel. Pero quemaron todo, tenían mucho miedo. Déjeme ir. Tengo que acompañar a mi mujer.
“Déjeme ir.” La misma asombrosa frase de Scilingo. No terminan de asumir que son ellos quienes no dejaron ir a sus víctimas indefensas.
Buen vecino
Tepedino es un viejo conocido del vecindario de Donato Alvarez 562: ocupa con su esposa el departamento 3º A desde 1974. Cuatro pisos más arriba moran su hija Adriana, garante judicial del cumplimiento de la prisión domiciliaria, y sus dos nietas. En otra de sus propiedades, a tres cuadras de allí, Donato Alvarez 875, 3º 10, Tepedino acumuló una llamativa colección de armas, compradas como rezago al Ejército. Cuando los recortes con su nombre empapelaron ascensores y paredes del barrio, renunció al cargo en el consorcio pero no a sus salidas sistemáticas, para hacer las compras en el supermercado coreano de la otra cuadra y mantener impecable el Peugeot 405 bordó con el que pasea a diario, incluso después de ser fotografiado. La mayor parte de los vecinos mayores no quisieron opinar sobre el preso paseandero. Entre los jóvenes la visión es distinta: “Debe estar hasta las manos. Si acá ningún militar está preso”.
El portero titular le preguntó de buena manera si no corría riesgos por salir a la calle. “Callate. Si me encuentran me mandan a Ushuaia” –le pidió Tepedino. El portero suplente lo conoce desde hace menos de un mes pero siente un gran respeto por el hombre de musculosa que cuando lo ve limpiar los pasillos lo invita a tomar café. “No sé qué hizo. Conmigo se porta muy bien”, explica. Consultado sobre la dictadura, se explaya: “La democracia es libertinaje. Con los militares había disciplina”. Cuando escucha hablar de tortura y desaparecidos tampoco se inmuta: “Es un tema delicado, pero todos los que no están, en algo andaban”. La peluquera del barrio reveló asombrada su fantasía tecnológica: “Tenía entendido que llevaba algo en el cuerpo que permitía detectarlo si salía”. El quiosquero, nuevo en el barrio, vio la foto y reconoció al hombre que “siempre viene a buscar cerveza”. Hace unos días le recordó que le debía envases. Tepedino le contestó: “Quedate tranquilo, que antes de mudarme te los traigo todos”.

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