EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
En el año 2000 George W. Bush le birló la elección al candidato demócrata Al Gore. Hubo “fraude informático” en Miami, se privó de votar a muchos ciudadanos, el escrutinio fue vergonzoso. La Corte Suprema convalidó el despojo, el “sistema” se permite esas licencias.
En México hubo escándalos en dos disputas relativamente recientes por la presidencia. Cuauhtémoc Lázaro Cárdenas se adjudicó la victoria sobre Carlos Salinas de Gortari en 1988. El Partido Revolucionario Institucional gobernante defendió a su pollo y, pese a la nutrida prueba aportada por Cárdenas, le dejó el campo orégano a Salinas de Gortari. En 2006, el perjudicado fue Andrés López Obrador y el triunfador turbio, Felipe Calderón. A diferencia de Cárdenas, López Obrador resistió el veredicto formal, movilizando multitudes. Tampoco tuvo éxito.
En el ámbito doméstico fue muy rara (demasiado) la ventaja que obtuvo el peronista Jorge Obeid en su competencia con el socialista Hermes Binner por la gobernación de Santa Fe en 2003.
El escándalo previo a Chubut más reciente ocurrió en Córdoba en 2007. El peronista Juan Schiaretti, supuestamente, superó por un pelito a Luis Juez. El escrutinio fue bochornoso, incluyendo un black out informático. Cuando se encendió la luz, había cambiado la tendencia. Según la lectura de este cronista, que siguió ese caso periodísticamente más de cerca que los otros, a Juez le “volcaron urnas” en varias localidades del interior provincial. Esa maniobra sólo es posible si el damnificado no tiene fiscales o los tiene sugestionables por el adversario. Se dibujan resultados asombrosos, fuera de tendencia: imposible si hay control.
En ninguno de los ejemplos, el resultado se corrigió después. El sospechoso ganó, y a otra cosa. La victoria sí da derechos y produce efectos irrevocables.
De todos los damnificados por las turbias maniobras reseñadas, sólo Binner se tomó revancha en las urnas, cuatro años después. Juez tiene aceptables perspectivas de conseguirlo este año.
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Uno de los tantos datos sorprendentes de la elección de Chubut es que es factible (no seguro, más vale) que se corrija el escrutinio provisional.
En la provincia patagónica compitieron tres partidos con estructura suficiente como para poner fiscales en todas las mesas. He ahí un argumento firme a favor de entes pasados de moda: partidos con estructura, militantes, cuadros políticos medios. Sin control no hay democracia, se dice, hablando de cómo custodiar a los mandatarios. Tampoco la hay, cabalmente, en la instancia máxima de participación ciudadana, que sólo se puede preservar si los competidores se ponen las pilas, arrimando organización y presencia.
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Para hablar de fraude, con todas las letras, es prudente esperar el discurrir del escrutinio definitivo, que terminará en tres días aproximadamente. Lo que ya se puede puntualizar, aun con enorme prudencia, es que la conducta del gobierno de Chubut fue desprolija, poco transparente y que alienta todo tipo de suspicacias.
Nobleza obliga, la empiria comprueba que en todas las elecciones hay errores en los cómputos. La papelería multiplicada, la necesidad de redactar numerosos formularios a mano en un contexto acelerado y tenso, la inexperiencia de las autoridades de mesa también existen. Su impacto se diluye, de ordinario, cuando las diferencias del resultado son claras.
Lo mismo ocurre con picardías o trampas de fiscales o presidentes de mesa capciosos, con “fraude hormiga” que también lo hay.
Cuando la disputa es voto a voto, todo cobra una dimensión gigantesca.
A medida que se recuentan las urnas chubutenses, llama la atención que casi todos los errores caigan para el mismo lado.
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El resultado, aun si persistiera siendo favorable en definición por penales, es letal para las perspectivas futuras del gobernador Mario Das Neves. La gestión electoral daña su reputación, máxime cuando se enrola en el colectivo opositor pretendido abanderado de la transparencia y la calidad institucional. Salvo los radicales, que defienden un interés propio (están a un puñado de votos de sumar un diputado provincial a su pobre cosecha), los demás integrantes del Grupo “A” callaron.
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No quedan dudas de que el resultado será ajustado, en cualquier desenlace. Las decisiones del Tribunal Electoral pueden recurrirse ante la Justicia provincial. Es imaginable un recurso extraordinario posterior ante la Corte Suprema de la Nación, aunque en general su jurisprudencia se inclina a reservar la decisión de conflictos políticos locales a los respectivos tribunales.
Se avizora un final abierto, pleno de suspenso, que posiblemente se difiera semanas o meses.
Algunos interrogantes quedan pendientes, a las resultas del veredicto final. ¿Abandonará Das Neves su carrera política si termina mordiendo el polvo, así sea en un final polémico?
¿Cómo se alineará Martín Buzzi si es electo gobernador y Cristina Fernández de Kirchner gana la presidencial? ¿Seguirá a la vera de Das Neves, maltrecho o ya en retiro efectivo?
Si se comprueba el fraude o, así fuera, el mal escrutinio, ¿qué dirán (si dicen algo) Francisco de Narváez, Felipe Solá y Graciela Camaño sobre su aliado en desgracia y su conducta pública?
El cronista intuye respuestas para las tres preguntas, Como aluden a virtualidades, por ahora sugiere un “mmmm” (con muchas emes) común para todas ellas.
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