Sáb 02.04.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Cucos y fantasmas

› Por Luis Bruschtein

La visita de Chávez y el piquete que impidió la distribución de Clarín el domingo se combinaron para mostrar la forma en que la lectura equívoca de dos hechos tiene como consecuencia escandaletes como burbujas de jabón. En las realidades virtuales que van conformando los discursos mediáticos, dos más dos pueden ser menos veinticuatro o cuarenta y dos. La realidad se convierte en una materia plástica de verdades a medias, complicidades, implícitos, sugerencias, pequeñas o grandes mentiras ultrarrepetidas y falsos axiomas sobre los cuales se construyen, a su vez, verdades que a esta altura ya son indiscutibles.

Tanto han embromado desde la derecha, y también desde algunos sectores progresistas y de izquierda, con que Chávez es un dictador, que resulta absurdamente difícil intercalarle a esa afirmación algunas dudas que se asientan en hechos objetivos. En la complicada realidad venezolana, los medios tratan de asimilar la figura de Chávez a la del clásico dictador latinoamericano, y éste a su vez se desclasifica permanentemente de ese lugar. Por ejemplo: si hay algo que tendrían que reconocerle a Chávez es que siempre ganó las elecciones en forma democrática y que soporta estoicamente la guerra sucia de una prensa mayoritariamente opositora. Esta prensa y sus periodistas claman todo el tiempo por la falta de libertad de prensa cuando ellos mismos son el testimonio opuesto de lo que denuncian. En esos dos aspectos, el mandatario venezolano tiene un hándicap envidiable. Se podrá discutir que esos dos factores por sí solos no implican la existencia de un sistema democrático pleno o se podrá disentir con sus políticas, pero cualquiera que visite Venezuela escuchará, verá y leerá el relato groseramente opositor más que el oficialista en los medios masivos.

Cuando el martes la Facultad de Periodismo de La Plata distinguió a Chávez, hubo una avalancha de titulares en los grandes medios locales. Un periodista que ahora parece agendado en los programas del grupo Clarín, en TN y Canal 13, llegó a comentar con absoluta ignorancia que “un programa como éste no lo podrían hacer en Venezuela”. Hay más programas “como ése” en Venezuela que ninguna otra cosa. No es necesario mentir para hacer oposición desde el periodismo.

En medio de la ruidosa campaña mediática opositora en Venezuela, en la que es imposible discernir entre verdad o mentira por el tono de diatriba y odio, Chávez no le renovó la licencia a RCTV, la televisora que había apoyado el golpe de Estado. Venció la licencia y Chávez no se la renovó, lo cual está contemplado no solamente en la Constitución venezolana sino en los pliegos de concesión en todo el mundo.

Tanto es así que, por ejemplo, en 2005, en Madrid, España, se cerraron 21 emisoras locales de televisión y 33 radios que emitían ilegalmente. Nadie denunció que podría tratarse de un ataque a la libertad de prensa. Las emisoras clausuradas habían quebrantado los requisitos legales para funcionar. En el caso de las 34 emisoras que cerró Chávez, la historia es similar, pero aquí, obviamente, se trata de un “ataque a la libertad de prensa”. La historia real es que se formó una comisión para averiguar el estado de las concesiones y actualizar su situación. Varias radios ignoraron la convocatoria de la comisión, la que había descubierto numerosas irregularidades, tales como la existencia de concesionarios fallecidos cuya licencia era utilizada por otras personas, la no renovación de los trámites administrativos obligatorios o simplemente la ausencia de la autorización para transmitir. Se les dio un plazo para normalizar su situación y las que no lo hicieron (34 entre más de 200) perdieron sus licencias. Chávez puede ser criticado por muchas cosas, pero no por ésta ni por sus performances comiciales.

La polemizada distinción a Chávez se entregó el martes. En la madrugada del domingo un grupo de trabajadores gráficos realizó un piquete gremial que impidió la distribución de la edición del domingo de Clarín. La medida gremial más discutible que pueden realizar los trabajadores de prensa es impedir la salida del medio en que trabajan porque en algún punto también se están afectando a sí mismos. Por lo general se trata de un recurso de última instancia. Cuando se plantea en las asambleas gremiales siempre genera largas discusiones. Pero cualquiera relacionado con el trabajo en los medios o en cualquier otro rubro, sabe que en un conflicto gremial está latente la posibilidad de una medida de ese tipo. Y Clarín sobrelleva con esos trabajadores un largo conflicto que ya pasó por infinidad de instancias institucionales y legales.

El episodio que trabó la salida de su edición del domingo se encuadró en esa larga historia, pero la empresa prefirió denunciarlo en el marco de la guerra que declaró al Gobierno. Así trató de convertir un hecho de características gremiales en un ataque a la libertad de expresión organizado por el oficialismo. Se fogoneó la idea de una patota kirchnerista atacando la salida de un diario crítico, como si además fuera algo de todos los días, lo cual encajaba como un chiste con el premio de la Facultad de Periodismo de La Plata a Chávez, por impulsar la prensa popular.

Las dos situaciones, la de Chávez y la del piquete, se asentaban en dos imágenes falsas y se utilizaron para crear otro fantasma: dos gobiernos emparentados por el avasallamiento a los medios. Si Chávez ataca a los medios y el Gobierno recibe a Chávez y lo premia por su política de prensa, entonces el Gobierno sería sospechoso también de tener la misma mirada autoritaria hacia los medios, lo cual confirmaría que fue el Gobierno el que organizó el ataque a Clarín.

La situación argentina no está atada a lo que sucede en Caracas aunque coincidan en muchas cosas. Son gobiernos que surgieron como oposición a las políticas neoliberales de los años ’90, pero que están insertos en procesos particulares, independientes y con características propias según los procesos históricos, económicos, políticos y culturales de cada uno. Aun así, lo real es que en Venezuela la libertad de expresión está vigente, lo que se puede verificar fácilmente porque la mayoría de los medios son opositores muy duros y por lo tanto Chávez no puede ser tan ogro como lo pintan, por lo menos en ese aspecto. Pero por su pelea con Estados Unidos, los medios internacionales han convertido al venezolano en el más malo en todos los aspectos y dan la sensación de que nadie en Venezuela podría decir o publicar nada en su contra.

El contraste entre la realidad y esta imagen es tan fuerte que sorprende el grado de credibilidad que logran pese a ello. Y el objetivo implícito, por supuesto, no es dar cuenta de una realidad, sino aislar al proceso político venezolano. Para los demás gobiernos tiene un costo externo e interno recibirlo y mantener relaciones amistosas con él. En otro momento internacional, esa difamación hubiera sido más efectiva. Sin embargo, la potencia de esa imagen negativa mediática es amplificada por los grandes medios locales y alcanza para proyectar otra falsa imagen en Argentina. Como si el galardón otorgado a Chávez se convirtiera en una especie de certificación de la responsabilidad oficial en el conflicto de Clarín.

El debate planteado de esa manera, entre dos realidades que no tienen puntos en común, es casi imposible. Así, el discurso mediático tiene que ser inapelable y hasta pendenciero, como el tono de algunos de los periodistas “independientes” locales que tratan de ganar popularidad de esa manera. Cualquier posible concesión al intercambio de ideas, al debate abierto, desbarata esa construcción y por eso el debate es prácticamente imposible.

Una característica muy fuerte de esta época en que los medios tomaron una importancia tan grande, y que en el caso de Sudamérica además se han convertido en la principal oposición política a los gobiernos progresistas, es que la discusión de contenidos –sobre si una medida es correcta o no– pasa a un segundo plano y adquiere preponderancia el análisis del discurso. Como si estuviéramos en un universo engañoso donde todos parecen querer lo mismo, aunque en realidad haya muchos intereses contrapuestos y prioridades diferentes que no se exponen con claridad.

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