En campaña, por doquier. Laxitud extendida. Otra preinterna difunta, reproches entre los federales. Incertidumbres en la Capital, Macri y Solanas con sesgos diferentes. Otra PROpuesta con aires de divagación. Los empresarios marcan el territorio. La condena a Patti, un hecho histórico, menoscabado por algunos.
› Por Mario Wainfeld
El cronista pasea por su barrio, un cruce de avenidas en una zona porteña clásica. En las cuatro esquinas hay militantes repartiendo folletería de variados candidatos, a promedio de más de uno por esquina. Conviven pasablemente. Los transeúntes los miran con una sonrisa, es un soleado mediodía de sábado. Algunos aceptan un rato de charla proselitista. Sin mayor esfuerzo, el cronista se junta con propaganda de Ricardo Alfonsín, Martín Sabbatella, Daniel Filmus, Carlos Tomada y Mauricio Macri. El primero aspira a ser presidente, el segundo a gobernador, los dos oficialistas son precandidatos a jefe de Gobierno, el actual titular de ese cargo todavía deshoja la margarita. Es una oferta variada, que da cuenta de que nadie se toma muy a pecho las limitaciones legales para hacer campaña. Los afiches, pasacalles, solicitadas y modos de publicidad no tradicional (transmisión de actos completos en solícitos canales de cable) refuerzan la impresión.
La cultura política argentina es laxa en lo institucional, muy laxa. Contra lo que suele predicarse, no la flexibilizó el kirchnerismo, es una característica que viene de lejos. La tendencia, como refleja el ejemplo micro reseñado, es transversal: cada cual transgrede como puede, todo lo que puede. La mayor capacidad económica la tienen los oficialismos nacionales y provinciales, el radicalismo y el Peronismo Federal. Los demás hacen lo mismo, aunque en menor escala.
El electorado convalida las irregularidades, he ahí una ración sensible del problema. Un vicepresidente que traicionó su mandato fue acogido en triunfo por el espectro opositor, su imagen creció, llegó a tener envidiable intención de voto, fue recibido como un hijo pródigo por el partido que lo había expulsado. La realpolitik recorre en autopista a la sociedad y a sus dirigentes. Corregirlo insumiría años. La Ley de Primarias Abiertas es un paso adelante, que conjuga con el exitoso régimen similar ya existente en Santa Fe. No será suficiente, es indispensable para ir reorganizando el marasmo de las actividades partidarias.
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Por colectora, que es gratis: Otra moda en el ágora mediática es fulminar a las listas “colectoras”, que tampoco son un hallazgo de la era K. El ahora condenado Luis Abelardo Patti armó alguna, en sus buenos tiempos. Carlos Ruckauf llegó a gobernador bonaerense gracias a ellas, en 1999. El maestro Alfredo Bravo fue despojado de su banca de senador porteño por minoría (a manos de Gustavo Beliz) porque se invalidaron los votos de una variante de colectora que sumaba a su favor. De nuevo, nadie se priva, aunque las variantes del peronismo (que congregan más votantes que el resto) las utilizan en mayor medida.
La colectora no desvirtúa la intención del votante. Si se usara boleta única, cualquier ciudadano podría armarlas de pálpito. Otro tanto pasaría con el voto electrónico que tanto conmueve a periodistas y ONG edificantes. El gobernador reelecto Juan Manuel Urtubey ganó prestigio con su implementación. Su colega riojano, Luis Beder Herrera, copó la parada. Hará un experimento del avance en su provincia. En Salta fue un tercio del padrón, en La Rioja un puñado irrelevante de mesas. Una experiencia pilotito, digamos. Garpará un poquito y hundirá aún más en el desprestigio al chubutense Mario Das Neves, extinto precandidato a presidente en la recientemente fallecida preinterna del PJ Federal.
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Todos unidos reñiremos: Las preinternas radical y peronista disidente eran otra “licencia poética”, un apartamiento de las normas vigentes. Su dudosa legalidad no estremecía a correligionarios, compañeros, colegas periodistas en general, ni aun a este escriba, costumbrista como el que más. Se añadían al sistema legal, se le anticipaban en el tiempo. No eran una heterodoxia tan tremenda en un universo acostumbrado a ellas. La eventual participación ciudadana podría embellecerlas, la instancia obligatoria de agosto se respetaba, con toquecitos de heterodoxia criolla.
El radicalismo es un partido nacional, habituado a ese juego, que es el que mejor sabe y más le gusta. Preparó bien el escenario, se munió de los padrones 2011 de afiliados propios e independientes. Pero el backstage fracasó por el abandono del senador Ernesto Sanz. Las fundamentaciones fueron pobres y no ahorraron sospechas sobre los correligionarios rivales: el diputado Ricardo Alfonsín y el presidente del partido Angel Rozas.
El PJ federal es una entelequia, una construcción imaginaria. No es un partido, no tiene orgánica. Llamarlo “sello de goma” le falta el respeto a los sellos de goma. La interna escalonada se armó a la que te criaste: los compañeros manotearon los padrones del 2009. Sus dos primeras escalas dieron lástima, la tercera fue peor.
Estalló la discordia entre los candidatos sobrevivientes, el ex presidente Eduardo Duhalde y el gobernador sanluiseño Alberto Rodríguez Saá. Este fue clarito, señaló que sospecha que las huestes del dirigente sindical Gerónimo Venegas le volcarían las urnas en pueblos chicos del interior de las provincias. Duhalde lo acusó de mal perdedor, tiene alcurnia para hablar de eso: desde 1997 entre él y la senadora Hilda González de Duhalde han perdido muchas más elecciones de las que ganaron. Y más importantes.
Los reproches mutuos, como en el caso del radicalismo, damnifican al espacio común y desalientan alianzas. Duhalde se envanece y propugna volver al rol de “armador” del espacio opositor para el cual nadie lo necesita ni lo convoca. Por decirlo de alguna manera, si Macri quiere hablar con Sanz o con el diputado Felipe Solá, tiene cómo hacerlo sin recurrir a intermediaciones que, como predican los economistas de su palo, nada mejoran y suben el precio de los productos.
La imposibilidad de hacer una compulsa en la fuerza propia, aun de pactar reglas y luego honrarlas como les pasó a los federales, mete miedo cuando se piensa que algunos de esos dirigentes quieren confluir en una lista única. ¿Cómo consensuarían las políticas? ¿Cómo dividirían los espacios en el Estado? ¿Serían tan secesionistas extramuros como se muestran dentro del útero materno? La experiencia de la Alianza aterra y enseña: Alfonsín y el gobernador Hermes Binner lo señalan con tino. Julio Cobos y Duhalde son adalides de la unidad. Interesante dato: los que tienen votos son los más interesados en preservar identidades políticas y no armar rejuntados. Los piantavotos se muestran creativos, ecuménicos y dispuestos a renunciar a liderazgos que no ejercen.
Los grandes medios arropan a los emergentes del Grupo A, pero estos no consiguen parir un liderazgo. Abortar internas les sale más sencillo.
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Otra Moncloa, sale con fritas: Si algo gratifica a los medios dominantes son las invocaciones a grandes pactos democráticos. Las Moncloas truchas proliferan en consecuencia, puede haber una a la semana. En la que hoy termina, Macri mocionó la suya. Habló de “políticas de Estado” (otro tópico excitante para las plateas de doctrina máxime si se las reviste de imprecisión), convocó a un acuerdo transpartidario. El escenario tenía la mayor discordancia posible con la horizontalidad del llamado. Macri no habló “desde el pie” sino colocándose en la posición truquera de pie. No consultó a sus pares, ni siquiera a sus cofrades de PRO, que esperaban ansiosos la perorata, ayunos de su contenido. “Venid a mí” era el pregón del jefe de Gobierno, si se subtitulaba bien.
El rechazo fue bastante extendido, distinto caso al patético documento para “cuidar la democracia” que escribió el diputado Federico Pinedo (uno de los contados dirigentes PRO con redacción propia), para que dirigentes del espacio opositor firmaran al pie. Escarmentados por esa floja experiencia (que como toda esos ensayos no consigue trascender una semana de vida, aun con el pulmotor de los medios dominantes), el resto de las oposiciones se mostró esquiva.
Macri moderó el uso de su exótico ranking, que colocaba al presente como el peor momento de la historia democrática. Las hiperinflaciones, los saqueos, los levantamientos militares, los asesinatos de los gobiernos de Duhalde y Fernando de la Rúa, la crisis de 2001 merecen una atención mayor. Los abanderados del regreso del bipartidismo pueden incurrir en muchas omisiones (la diputada Patricia Bullrich niega en público la fecha en que fue ministra, sin ir más lejos) pero tamañas referencias... too much.
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¿Y por CABA cómo andamos? El tablero electoral de la Ciudad Autónoma es un buen ejemplo de una institucionalidad flojita de papeles. PRO y Proyecto Sur tienen a su principal figura cavilando entre un destino nacional y uno porteño. Lo resolverán, respectivamente. Macri y el diputado Fernando Solanas. El referente es, al unísono, la principal baraja en la Capital.
En el Frente para la Victoria digitará la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En el ínterin, los ministros Amado Boudou y Carlos Tomada comparten una interna amable (e imposible de clasificar conforme a cánones convencionales) con el senador Daniel Filmus.
Hay dos candidatas ya en la pista, la diputada radical Silvana Giudici (del ala ultraclarinista de la UCR) y la senadora cívica María Eugenia Estenssoro. Por lo que parece, ninguna convocará multitudes a las urnas. Los afiliados y ciudadanos tampoco intervinieron en su unción. En un caso, fue el dedo de la diputada Elisa Carrió. En el otro, un pacto de cúpulas.
Macri da la impresión de sesgarse hacia la Nación, Solanas parece ir enfilando a la Ciudad. El debate interno en Proyecto Sur fue deplorable en estos días. Pino y el diputado Claudio Lozano llevaron al tinglado público discusiones que son inevitables pero que es delicado realizar entre cuatro paredes. Endilgarse quién “mide” y quién no está a años luz de ser una polémica acorde a una fuerza con pretensiones ideológicas.
La disyuntiva de Solanas no es sencilla ni estará exenta de costos, en cualquier opción. Incluso es factible que su eventual regreso a la CABA sea extemporáneo y haya dilapidado parte del llamativo caudal que acumuló en 2009. Si “bajara”, debería armar un discurso adecuado al distrito, que descuidó en casi dos años. Y el armado nacional sentiría el impacto de la pérdida de su referente más taquillero.
A la inversa, perseverar en su ambición nacional fortalecería a Proyecto Sur en otros territorios a costa de ser menos taquillero en Capital.
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El cuco chavista: Las corporaciones empresarias ponen el grito en el cielo porque el Estado reclama el condigno lugar que le cabe en las empresas en que tiene acciones. Es dudoso que la reforma altere la ecuación de poder ya existente, pero sería falaz negar que hay un avance estatal, tan justificado legalmente como innegable. La reacción de las empresas es precautoria, marcan su territorio como las ferias. Blanden el espantajo del chavismo, lo hizo entre otros Jaime Campos, el presidente de la Asociación Empresaria Argentina. Campos no es, como Macri o el diputado Francisco de Narváez, un heredero afortunado de capitalistas salvajes, que, por lo menos, supieron “cómo hacer fortuna” en un país de baja legalidad promedio. Campos es un gerente que ascendió con esfuerzo personal. O sea, es bastante más inteligente que las zonceras maniqueas que pregona. Sería, sin embargo, audaz suponer que ya no cree en ellas. La endogamia cultural, el aplauso de los medios, la falta de contraste con otros sectores de la sociedad, distorsionan la mirada y achatan el intelecto.
“La política”, entre tanto, se acerca con zigzagueos a la hora de las urnas. Las oposiciones practican el juego de la silla, a veces amagan con rejuntes que serían una burla al electorado y un peligro si gobernaran. El politólogo Andrés Malamud (afín a la UCR) alerta sobre esos peligros en la revista El estadista, algunos dirigentes boinas blancas se van percatando.
El oficialismo está más armado, aunque sus internas lo sobresaltan con asiduidad. Y los errores de gestión lo acechan, como a cualquier partido de gobierno.
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El hecho más importante de esta semana fue la condena a Patti, la concreción de una política de Estado que sigue avanzando, construida desde los tres poderes. Que los grandes medios hayan ninguneado la sentencia en sus tapas es una señal más de los tiempos que vivimos.
Esa condena ya es historia. La saga electoral continuará.
Con un poco de fortuna, en una semana acortada por Semana Santa, nos salvaremos de escuchar otra Moncloa trucha.
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