EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Disociados
› Por J. M. Pasquini Durán
A juzgar por las encuestas sobre intención de voto, para muchos ciudadanos las opciones electorales están disociadas de la experiencia histórica y hasta de sus prácticas cotidianas de vida. Si no fuera así, ¿cómo explicar el caudal de votantes hipotéticos que, en conjunto, prefieren personajes que tuvieron o tienen responsabilidad directa por la actual decadencia nacional? Del mismo modo, podría señalarse aquí otra contradicción de la época con los resultados obtenidos por aparentes mayorías que demandaban la remoción de la vieja política y las de los precandidatos que aparecen en la nómina de los favoritos. Las encuestas, por supuesto, no son las urnas y más de una vez pifiaron los anticipos, entre otros motivos por el llamado voto vergonzante, es decir la reticencia de los encuestados a confesar su verdadera decisión, que sólo la develan en el cuarto oscuro. Lo señalado hasta aquí, sin embargo, puede confirmarse a simple vista, ya que basta con evocar nombres como los de Carlos Menem y Aldo Rico, para no abundar, a fin de tener referencias concretas.
Entre las explicaciones posibles podría apuntarse el valor de las lealtades tradicionales. Hace algún tiempo, medio centenar de campesinos indígenas de la Puna intercambiaba opiniones sobre el rol del Estado en un seminario destinado a revisar la coyuntura nacional. Uno de ellos apuntó: “El Estado sigue existiendo, pero le volvió la espalda a los pobres”. ¿Y eso por qué?, le preguntaron. “Porque murieron el único hombre y la única mujer que lo obligaban (al Estado) a tenernos en cuenta”, contestó, en obvia alusión a Perón y Evita. Preguntado acerca de cómo creía que se podía recuperar una semejante relación entre el Estado y la sociedad, no dudó en responder: “Hay que seguir votando por el mismo partido hasta que aparezcan otros que hagan lo mismo que aquéllos”.
La ilusión de repetir la búsqueda en la misma cantera, contra toda evidencia, suele aparecer con frecuencia como virtud en núcleos de fuerte desamparo y escasa información, a los que la tradición oral de sus mayores sobre épocas pasadas les realimenta la credibilidad en una camiseta partidaria. Aparte de las adhesiones ocasionales provocadas por el descarte o por el interés en determinados beneficios, existe el arraigo ideológico que no implica el apego a una figura particular sino la creencia en una determinada identidad. En nombre de ella, pensamientos a veces de extremos opuestos suelen reivindicarla como propia y cada uno desde su posición contribuye a mantenerla vigente. El justicialismo, en particular, ha demostrado capacidad para mantener un considerable caudal de adhesiones a pesar de sus cambiantes personalidades.
La persistencia de la vieja política también puede atribuirse a la incapacidad de quienes reivindican la necesidad de la renovación pero no producen liderazgos sustitutos y novedosos que despierten ilusiones en la ciudadanía a tal punto que justifique la mudanza de las lealtades. Hay un electorado bien predispuesto al cambio, como lo demostraron las victorias en 1983 de Raúl Alfonsín y de la Alianza en 1999, pero las expectativas en ambas ocasiones quedaron defraudadas por los deméritos de sendas gestiones de gobierno. Otros postulantes consideran que su condición de minorías opositoras o las características doctrinarias de sus agrupaciones son condiciones suficientes para ser alternativas diferentes a las mayorías convencionales, aunque más de una, a pesar de esas apariencias, ha terminado por ser parte de la vieja política y necesita renovarse tanto o más que aquellas a las que acusan de agotamiento. En el abanico de las izquierdas hay varios gajos que se han ganado ese tipo de descalificación popular sin perder la virginidad de victorias electorales masivas.
Tampoco los nuevos sujetos sociales incentivan o garantizan perspectivas originales, distintas a lo anterior, por el simple hecho de su condición de recién aparecidos. Deberían serlo, por su independencia del pasado y por la legitimidad de sus representaciones, pero en algunos casos sus dirigentes están atados a concepciones políticas de inútil virginidad o se trata de meros oportunistas, de mirada corta, que cabalgan a la moda pero sin más responsabilidad que la improvisación de circunstancias. Aunque parezca excesivo, en la nómina hay que incluir a los que, por malicia o por torpeza, funcionan de hecho en la misma longitud de onda que determinados personeros de la vieja política, no importa cuán radicalizados puedan aparecer sus proclamas y discursos.
Son los que facilitan el aislamiento de estos movimientos sociales de otras franjas de la comunidad con sus conductas intempestivas que no tienen la menor consideración por los demás, incluso por quienes deberían ser sus aliados naturales e indispensables. Lo hagan o no con premeditación, al aislarse son presa más fácil para los represores que pretenden resolver la cuestión social metiéndole bala. Aunque a veces la división es un factor negativo para la suerte del movimiento popular, no es cuestión de amucharse para volverse virtuosos. Unidos, bien, pero no revueltos.
Las dimensiones multisectoriales de la protesta mundial contra la guerra que auspicia el gobierno de Estados Unidos, la primera coordinada a escala planetaria, mostró hace una semana que también hay otra globalidad posible, de esencia opuesta por completo a la globalización del capital financiero y del comercio corporativo. Es una indicación, además, del potencial que existe dentro de cada país para construir un futuro distinto al presente perpetuo que propone la derecha llamada neoliberal. Es un dato más de todos los que deben tomarse en cuenta para plantarse frente a la próxima ronda electoral, a fin de evitar depresiones o entusiasmos fáciles. Sin tomar en cuenta la trama completa de elementos que componen la realidad, es fácil dejarse llevar por las apariencias, ya sea para renegar de los resultados indeseables o para bajar los brazos por la aparente inutilidad de los esfuerzos volcados a una redención que tarda en llegar.
Los frentes de resistencia son muchos y diversos, lo mismo que las vías de acceso al porvenir. Ninguna marcha es una línea recta ni hay luchas que no tengan momentos de flujos y reflujos, y es responsabilidad de quienes ocupan la primera línea distinguir con precisión las condiciones de cada momento, sin voluntarismos dogmáticos ni arrebatos emocionales. Puede ser que así pierdan sentido los augurios apocalípticos, ya sea para anunciar revoluciones inminentes o la invencibilidad de las derechas, que al fin terminan por paralizar las mejores voluntades. Habrá que superar los espantos, porque ése es el instrumento favorito de los que apuestan contra la vida, ya sea de los que quieren la guerra como de los que disfrutan de la miseria ajena.