EL PAíS › OPINION
› Por Daniel Rosso *
No hay modo de que Hebe no sea Hebe. Por lo menos desde los comienzos de la dictadura, cuando decidió ser Hebe. Cuando eligió el riesgo. Cuando enfrentó la cobardía obscena de la muerte encapuchada. Cuando decidió, junto a otras muchas, inventarlo todo. Inventar una marcha circular. Un pañuelo blanco. Un cuerpo sin descanso. Inventar la combustión extrema de la ira y el temblor para producir resistencia. O política, que era lo mismo. No hay modo de que las madres no sean las madres. Ellas derrotaron, juntas, a la desesperación y a la espera. Arrojadas a la ciudad tenebrosa, ya más allá de la espera, ya más acá de la desesperación, no pensaron en ellas. Porque ese movimiento circular fue casi sin ellas. Casi sin pensar en ellas. Era por los otros. Por los que no estaban. O por los que estaban en ese paréntesis monstruoso que no era ni la vida ni la muerte. En ese desamparo abismal de la invención, ellas, las Madres, no tuvieron ningún interés personal. Ningún interés privado. Siempre, los otros. Y así siguieron. Con ese halo extraño de caminantes de los caminos exactos. Hasta que se desplegaron, como un capítulo inexplicable, las maniobras e ilegalidades de los Schoklender y su banda de facinerosos. Los grandes medios, con su vocación mórbida por los contrastes extremos, encontraron un hallazgo: el desarrollo del más denso interés privado en una organización que nació y se desarrolló en la más cuidada práctica por el interés del otro o del interés colectivo. Detectaron un grupo que no trabajaba por el interés de los sectores más desprotegidos sino para ellos mismos. Hasta aquí, un escenario con reminiscencias biológicas: el crecimiento de un ente maligno dentro de un cuerpo sano al que hay que extirpar. Y denunciarlo hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, con el necesario agregado de que, en la convalecencia, deberemos preguntarnos obsesivamente qué pasó para que estos entes extraños crecieran y cómo evitar, en el futuro, sus abordajes temibles. Pero los grandes medios no terminan ahí. Van y vienen, zigzaguean, avanzan y retroceden intentando desbordar a los Schoklender. Van por la metonimia: presentar a esa parte objetable, externa, sostenida en el interés privado, como representación de un todo. Están tentados, así, de presentar las prácticas de los Schoklender como las prácticas de Hebe de Bonafini, de las Madres y del Gobierno. Un continuum que mostraría una cadena de sujetos políticos bajo una equivalencia sostenida en el interés privado. Entonces, se habla de cooptación y de compra por parte del Gobierno de las organizaciones de derechos humanos. Y aquí sí llegamos a la vanguardia conceptual del pensamiento único: el que piensa el campo de la política y de la sociedad como una exclusiva e infinita red de intercambios mercantiles. Puro y cínico interés privado e intercambio económico. Sin política. Expulsando del análisis el producto más relevante de los gobiernos kirchneristas: la restitución de la política en el centro de la vida social de la Argentina. Porque los grandes medios ponen un espejo y, entonces, ¿qué ven? Ven el interés privado, la acumulación de capital, el consumo de bienes de alto costo. O las rencillas individuales. O las búsquedas desesperadas de puestos y posiciones. Se ven ellos mismos. Ellos reflejados en su espejo. Pero resulta que también está la política y su opción transformadora. Y el interés por los otros y el interés colectivo. Cuando la política está en el centro de las decisiones no hay simple y cínica reproducción del interés privado. En el centro, afrontando el cinismo acumulado por años, está también el interés colectivo. Y la distribución de la renta y la inclusión social. Y políticas públicas que no sólo buscan la mejora individual de quien accede a un derecho –por ejemplo una vivienda– sino también la generación de nuevos actores organizados que amplíen la democracia de base. La vivienda es un producto intermedio. El producto final son las organizaciones en la que se incorporan los que acceden al derecho. Esas redes de militantes y activistas sociales que desarticuló la última dictadura y los gobiernos neoliberales. Militantes y activistas, muchos de ellos desaparecidos. Entonces, restituida la política en el centro de las decisiones,fue natural que Hebe decidiera seguir con sus invenciones. Contribuyendo a reconstruir esa red de militantes y activistas sociales. Expresando el interés colectivo. Siendo siempre Hebe. Siempre las Madres. Más allá de la discusiones, de la polémicas, de la heterogeneidad inherente a los procesos sociales. Siempre ellas. Las que reclamaron y reclaman por los activistas y militantes desaparecidos. Las que, con sus prácticas colectivas, hoy contribuyen a generar nuevos activistas y militantes. No hay modo de que Hebe no sea Hebe. No hay modo de que las Madres no sean las Madres. Nacieron más allá de ellas. Viven más allá de ellas. En ese punto en donde una práctica se transforma en futuro. En ese vértigo sensible en el que se está con los otros. Para los otros.
* Jefe de Gabinete de Asesores, Secretaría de Comunicación Pública de la Nación.
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