EL PAíS
Carnaval de la Protesta a pura murga, en Liniers
Todo fue modesto pero creativo. Murgas, disfraces, consignas. Los vecinos cocinaron carnaval a la cacerola.
› Por Laura Vales
El pequeño empresario se acomodó su disfraz de menesteroso, tomó aire para darse impulso y lanzó un puñado de cheques rechazados al aire como señal de largada. Una vecina de cacerola abollada por sombrero le ofreció entonces el brazo a un desocupado, mientras que una joven Justicia, con su larga túnica y los ojos vendados, los siguió apoyándose en el hombro de un manifestante con un cartel de “Fuera la Corte Suprema”. Achacoso y vestido de negro, un viejo con una banda sobre el pecho en la que se leía “Industria Nacional” avanzó a los tumbos. Así empezó anoche el Carnaval de la protesta en Liniers: con un cordón humano en el que se alinearon todos los sectores perjudicados por la crisis: pequeños comerciantes, industriales, profesionales, estudiantes, vecinos autoconvocados, trabajadores y desocupados.
“Al son de esta música carnavalesca reclamamos que el Gobierno y el Parlamento instrumenten un plan económico en forma inmediata para que no continúen quebrando miles de comercios y fábricas y se puedan sostener y crear nuevas fuentes de trabajo”, dijo desde el palco cuando terminaba la noche Eduardo Slutzky, titular del centro de comerciantes de Liniers.
La idea de los caceroleros fue generar una protesta lo suficientemente novedosa como para atraer la atención de las autoridades, ser reflejados por la televisión y ya que estamos, mostrar que las cosas pueden hacerse bien. Por eso junto con la organización del carnavalazo confeccionaron remeras argentinas con la consigna “Basta a la patria financiera” que se vendieron a granel, montaron puestos de comida que también se movieron bastante y convocaron a la Facultad de Ciencias Económicas para que audite las ganancias de la jornada, que se donarán a comedores escolares.
Al carnaval de la protesta, como era de esperar, no le faltaron murguistas. Detrás del cordón inicial de argentinos sufrientes marcharon más de doscientos chicos de los comedores de Ciudad Oculta. Llevaban dos carteles; uno, con grandes letras rojas decía “No nos roben el futuro”. El otro atravesó el ancho de la calle con la consigna “piquete y cacerola la lucha es una sola”.
Alicia Figueroa, del comedor Construcción de Esperanza, fue uno de los adultos que caminó junto a los chicos.
–¿De quién depende el comedor? –le preguntó este diario mientras la columna avanzaba por la avenida Rivadavia.
–De los mangueos –respondió la mujer.
Más tarde explicaría que, aunque alimentan a 260 chicos, “hasta ahora el Gobierno no respondió a ninguno de nuestros pedidos”. La comida se consigue entonces pidiendo donaciones a los particulares, vendiendo pan casero y preparando empanadas para afuera.
Detrás de los chicos desfiló la comparsa de las PYMES y las Fábricas Destruidas, integrada por unos 150 dueños de pequeñas y medianas empresas que repartieron imitaciones de cheques rebotados. Javier Dubravka y Matías Naredo, pequeños empresarios los dos, llegaron con un gran cartel en forma de comprobante de depósito. “Plazo fijo en favor de la banca extranjera - Garantía: el pueblo argentino”, decía en la línea superior. “Valor del depósito 65 mil millones de pesos” (lo que quedó en el corralito). “Tasa de interés anual 2 por ciento. Depositantes: Carlos Saúl Menem, Domingo Cavallo y Fernando De la Rúa”.
Los comerciantes llevaron un camión con un mural de Rodolfo Campodónico. En él quedó retratado, con aire de desolación y barba de varios días, un almacenero. Está en la puerta de su negocio, donde acaba de colgar un cartel de “todo al costo”; la persiana del local ya está a medio bajar. A un costado del almacén se ven los fondos de la ciudad con sus fábricas inactivas. En el piso se consume la colilla de un cigarrillo.
En el carnaval de la protesta estuvieron los piqueteros de la Federación de Tierra y Vivienda y los desocupados de la Corriente Clasista y Combativa, con Juan Carlos Alderete. Hubo una murga de la Salud Destruidaque armaron a pulmón los médicos y enfermeras del Hospital Posadas, que bailaron de guardapolvo y estetoscopio al cuello.
Y murgas tradicionales. Hubo doce en total, casi todas con letras de protesta. “Nadie lo puede creer, nos vuelven a reprimir y se repite la historia” cantaron Los Pizpiretas. Y más tarde: “Son los yanquis y la Europa, es el Fondo Monetario que nos robó tantos años”.
Fue un carnaval pobre, bien barrial, con nada de aparatos. Lo más lujoso de la noche fue el escenario y el equipo de sonido que aportó la municipalidad porteña y la conducción del festejo, que estuvo a cargo de Marcelo Pérez Cotten, Marcela Pacheco y el vecino Carlos Ramos. El público, hay que decirlo, siguió el desfile haciendo sonar sus cacerolas, pero en las caras no había nada parecido al festejo.
“El gobierno debe dejar de favorecer a los grandes grupos económicos y acreedores externos que han sido los que nos condenaron a este desastre económico y social”, se dijo en el breve discurso con que los vecinos de Liniser cerraron su carnavalazo. “Deseamos que caceroleros, desocupados, deudores y acorralados, los que queremos que haya juicio político a la Corte Suprema y los que somos víctimas de nefasta política económica que lleva 25 años marchemos todos juntos”. El carnaval de Liniers terminó pasadas las diez de la noche. A esa hora, en otras esquinas de la ciudad, los autoconvocados empezaban otro viernes de cacerolazo.